Ben-Hur
Ben-Hur (1959) * USA
Duración: 211 min.
Música: Miklós Rózsa
Fotografía: Robert Surtees
Guion: Karl Tunberg (Novela: Lewis Wallace)
Dirección: William Wyler
Intérpretes: Charlton Heston (Judah Ben-Hur / Judá), Jack Hawkins (Quintus Arrius / Quinto Arrio), Haya Harareet (Esther), Stephen Boyd (Messala), Hugh Griffith (Sheik Ilderim / Caíd), Martha Scott (Miriam), Cathy O’Donnell (Tirzah / Tirsá), Sam Jaffe (Simonides), Finlay Currie (Balthasar / Baltasar), Frank Thring (Pontius Pilate / Poncio Pilatos), Terence Longdon (Drusus / Druso), George Relph (Tiberius Caesar / César Tiberio), Claude Heater (Jesus Christ/Jesucristo).
En el año del nacimiento de Cristo Judea llevaba un siglo bajo dominio de roma.
En el séptimo año del reinado de César Augusto un decreto obligó a la población a asistir a su lugar de origen para ser empadronados y que se les asignen impuestos.
En Jerusalén, se reunió una cantidad enorme de personas, la mayoría de los cuales seguían aferrados a sus creencias y aguardando al Mesías.
Entre estas familias estaba José, de Nazaret, de la familia de David, al que desde Jerusalén le envían a Belén con su mujer para empadronarse.
Justo por entonces unos Magos de Oriente ven la estrella que les marca el sendero hacia el humilde establo en que nació Jesús, al que llevan sus presentes y adoran.
Año XXVI. Las tropas romanas atraviesan Nazaret entre la expectación de los lugareños sendero de Jerusalén, aunque hay un carpintero, José, que continúa llevando a cabo su trabajo sin importarle los soldados, contándole a un vecino que su hijo está en el monte meditando y atendiendo los asuntos de “su padre”.
Cuando al día siguiente llegan a Jerusalén ámbas legiones al mando del tribuno Messala, son recibidos con enorme boato por el gobernador Sexto, comentándole Messala a Druso su segundo que había soñado desde niño con enviar esa guarnición, recordando que vivió allí hasta los 14 años.
Pero Sexto, el gobernador le dice que espera con anhelo la llegada de su sustituto, Valerio Grato, ya que afirma que en Judea odia a Roma y se niegan a realizar los pagos impuestos, destrozando las esculturas de sus dioses, habiendo inclusive un hombre, Juan, que sumerge a sus fieles en el río, y también del hijo de un carpintero que hace magia a la que llaman milagros y que dice cosas muy profundas.
Messala le cuenta que el César está enojado y que él con sus dos novedosas legiones tienen que establecer nuevamente el orden.
Avisan entonces a Messala de que quiere verlo el príncipe Judá Ben-Hur, del que ten en cuenta que de niños eran como hermanos, recordándole cuando se pudo ver que le mencionó que volvería, sintiéndose los dos contentos de volver a verse tan cambiados, aunque Judá le afirma que su hermana Tirsá sigue enamorada de él desde que tenía 5 años.
Tiran tras ello y recordando su juventud cada uno una lanza hasta un espacio donde se cruzan dos maderos, logrando que queden juntas, recordando Judá que Messala le salvó la vida, y este espera que en este momento en compensación logre aconsejarle, diciéndole Judá que lo que tienen que llevar a cabo es sacar sus legiones, recordándole que los judíos no adoran al emperador, señalando Messala que como segundo de Grato debe aplastar la rebelión que se presagia.
Pero Judá ten en cuenta que los judíos son su pueblo, diciéndole Messala que los romanos han civilizado al planeta y tienen que estarle agradecidos, asegurándole que la rebelión solo puede conducir al exterminio, por lo cual le pide que la condene, diciéndole Judá que detesta la crueldad, diciéndole Messala que tienen que sostener su lealtad, ofreciendo por ella entrelazando sus brazos para beber.
Al día siguiente Messala acude a casa de Judá para conocer a su familia, recordando su niñez con Tirsá y a Miriam, la madre de Judá, regalándole a la muchacha una joya conseguida en Libia cuya capital convirtieron en cenizas.
Judá, por su lado le regala un caballo de pura raza árabe.
Messala le pregunta si pensó en lo que le ha dicho y él dice que habló con la multitud contra la crueldad y que la mayoría está con él, aunque hay un grupo que la protege y a los que él llama patriotas y a los que se niega a delatar más allá de que Messala le dice que si lo realiza podrá tener un espacio junto al emperador, que dice es el único Dios.
Judá le dice que hará lo que sea, menos traicionar a sus hermanos, ya que no puede ayudar a matarlos, recordándole Messala que son un pueblo conquistado, asegurando Judá que volverán a levantarse, ya que Roma los ha esclavizado.
Messala concluye diciéndole que debe elegir si está con él o contra él, frente lo que Judá le dice que frente esa tesitura opta por estar contra él, marchándose Messala sin quedarse a comer con ellos.
A lo largo de la comida le cuenta a su hermana que no volverán a verle, ya que quiere que traicione a su pueblo.
Llega entonces una caravana de Antioquía a cuyo mando se encontraba Simónides, que llega cargado de regalos, y que le transporta a Judá las ganancias conseguidas con los negocios, asegurando Judá que en él heredó un amigo de su padre, no un ciervo.
Simónides transporta con él a su hija Esther, ya que quiere conseguir el permiso de su amo para que logre casarse.
Judá le pregunta a Esther si está impaciente por casarse, diciendo ella que es deseo de su padre, señalándole que va a casarse con un mercader rico que podrá realizar los pagos su independencia, señalando Judá que ofrecerle la independencia será su obsequio de boda.
Le pregunta tras ello si quiere a ese hombre respondiendo ella que aprenderá a amarle, ya que solamente se conocen, dándole él su permiso para casarse, tras lo que brindan.
La ve más tarde a solas, diciéndole que le está dando su adiós a la localidad y a la vivienda a la que le llevaba su padre de pequeña, recordando un día en que Messala y él fueron a cazar y él regresó herido, suplicando ella entonces a Dios, mientras lo acariciaba, que no permitiera que muriera, asegurándole que antes no se sentía esclava y en este momento no se siente libre.
Judá le dice que si no estuviera prometida la besaría para ofrecerle su adiós, respondiendo ella que si no estuviera prometida no habría por qué ofrecer ningún adiós.
Judá le quita entonces su anillo de esclava que se pone él que le afirma lo llevará hasta hallar a la que habrá de ser su mujer, tras lo que se besan.
Las tropas romanas se organizan para recibir a su nuevo gobernador Valerio Grato que protesta de que no haya representantes de la región.
Por las calles la multitud mira el desfile hostilmente, saliendo también Judá y Tirsá a su terraza para verlo, no logrando evadir Tirsá que una teja se desprenda, estando próximo de caer sobre el gobernador, cuyo caballo se asusta y lo tira, formándose un enorme tumulto tras el que entran en su casa numerosos legionarios a los que Judá se dirige para intentar argumentar que fue un incidente, más allá de lo cual le detienen, intentando de comentar con Messala, que no solo no lo escucha, sino que ordena que se lleven también a su madre y a su hermana.
Judá le pide que las libere en recuerdo de su amistad, ya que sabe que no es un asesino, recordándole Messala que él no quiso asistirle y que la condena a un amigo hará que le teman más, negándose a dejar en libertad a su madre y a su hermana.
Judá lo amenaza, asegurándole Messala que si lo aniquila crucificarán a las mujeres enfrente de él, diciendo Judá mientras se lo llevan que rogará para que Dios le conserve la vida hasta su regreso, y poder vengarse, poniendo en duda que regrese.
Messala va tras ello a la terraza observando que de hecho algunas tejas están sueltas.
Van a buscarlo a prisión para llevarlo a Tiro sin juicio, culpado a galeras, por lo cual intenta escapar, consiguiendo librarse de las ataduras y haciéndose con una lanza con la que amenaza al propio Messala al que le pregunta por su madre y su hermana, diciéndole que están encarceladas y serán juzgadas, aunque no las matarán, ya que el gobernador ha mejorado y no morirá, aunque si le hace algo a él si las condenarán, optando por entregarse tras publicar la lanza al costado de la cabeza de Messala renunciando a terminar con él por evadir superiores males a su familia.
Adjuntado con el resto de los condenados a galeras camina por el desierto bajo un sol infernal, bajo el que varios de los condenados perecen antes de llegar a su destino.
Al pasar por Nazaret los soldados reclaman agua para ellos y para los caballos, y solo después para los condenados, a los que la multitud corre a auxiliar, diciendo uno de los soldados que no le den agua a Judá, que cae, pidiendo a Dos que le socorra antes de perder el saber.
Se aproxima entonces a él un hombre que le auxilia y que le proporciona agua y lo reconforta, alzando Judá sus ojos agradecidos hacia él que no hace caso de la orden del soldado, que cuando se pudo ver corre hacia él para evitarlo, aunque cuando el joven carpintero lo mira el soldado no se atreve a hacerle nada.
Judá mira a lo largo de extenso rato al hombre que le ayudó cuando reanudan la marcha.
Próximamente estará remando en las galeras, donde más allá de la dureza del trabajo resiste tres años, recibiendo la visita del Cónsul Quinto Arrio, comandante de la flota, que baja a supervisar el trabajo de los remeros realizando que los enfermos sean reemplazados, preguntándole a Judá al llegar con él por su tiempo de servicio, contándole que transporta tres años bogando, lo que asombra al cónsul, tanto que le proporciona un latigazo, observando cómo tiene una reacción, y dando por seguro que puso ojos de odio, lo que le dió fuerzas para soportar, diciéndole que tuvo el impulso de devolver el golpe y a la vez la sensatez de contenerse, recordándoles a los galeotes que si los mantienen vivos es para ser útil a Roma en los barcos.
Les enseña después a los soldados, que su misión es eliminar las galeras macedonas que obstruyen el comercio de roma.
Y para corroborar la preparación de sus remeros ordena una demostración de agilidad de ataque, lo que ordena a estos a hacer un enorme esfuerzo, que hace que algunos mueran.
Al notar la dureza y resistencia de Ben-Hur ordena que lo llamen, comprobando cuando comparece en su cuarto que el cónsul, que se encontraba dormido se asusta al despertar y verlo allí, preguntándole por qué, teniendo ocasión para llevarlo a cabo no lo mató, diciendo él que no quiere fallecer, estando seguro de que le ayudará el Dios de sus padres.
Arrio le dice que es dueño de los especiales luchadores y aurigas de Roma y le pregunta si le atrae trabajar para él, asegurando él que Dios no le permitió vivir tres años para fallecer allí, asegurándole Arrio que no puede soñar con la independencia, ya que si ganan la guerra seguirá remando, y si la pierden se hundirá con el barco.
Pero cuando reciben el anuncio de que el enemigo está a la visión y se organizan para el ataque encadenando a los remeros, ordena que suelten al 41, recordando Judá que también en otra ocasión un hombre le ayudó sin entender por qué.
Los remeros del barco del cónsul observan cómo un barco enemigo avanza hacia ellos con la intención de embestirlos, y tratan de dejar caer sus cadenas sin conseguirlo, aunque una vez producido el choque Ben-Hur termina con el guardia y le roba las llaves liberando a varios de sus compañeros, tras lo que sube a cubierta, donde mira cómo los piratas han abordado la nave, estando uno de ellos próximo de terminar con el cónsul, salvándole la vida al atravesar a su enemigo con una lanza, más allá de lo cual Arrio cae al agua y comienza a hundirse debido al peso de su armadura, lanzándose Judá tras él y salvándole la vida al subirlo a los restos de uno de los navíos, desde son presentes del hundimiento de parte importante de sus naves, frente lo que el cónsul trata de suicidarse, impidiéndoselo Judá, que debe golpearlo, dejándolo inconsciente.
Cuando despiertan están en mar adentro y a la deriva, preguntando el cónsul, en este momento atado, por qué le salvó, preguntando él por qué ordenó que no lo encadenaran.
Arrio reitera que que le deje fallecer, respondiendo él con lo que él les ha dicho el día anterior: “Te mantenemos vivo para que sirvas a esa nave y si remas bien vivirás”.
Observan entonces una flota en el horizonte, señalando el cónsul que sería mejor que fueran contrincantes, ya que acabarían con él y Judá obtendría la independencia, pero este le asegura que es una nave romana, que poco después los recopila, recibiendo al cónsul con enormes honores militares, debido a que, le reportan de que, aunque su flota perdió 5 galeras, consiguió una enorme victoria de la que él es el artífice.
El cónsul señala frente Ben-Hur que en el afán de su Dios de salvarle salvó también a la flota romana, dándole complacido de beber antes de beber él.
Vuelven a Roma tras ello donde Arrio es aclamado por la multitud, llevando a Ben-Hur con él en su cuadriga cuando va a presentarse frente el Emperador Tiberio que le distribución el emblema de la victoria por haber limpiado las rutas del mar.
El Emperador le pregunta por el hombre que le acompaña, contándole Arrio que fue quien le salvó, y que aunque se le acusó de atacar al gobernador de Judea, está seguro de que es inocente, señalando el Emperador que sería incongruente que agrediera al gobernador y le salvara a él la vida, pidiéndole que vaya a verlo al día siguiente para tratar del asunto, aunque le sugiere que no lo enviarán otra vez a galeras, sino que se lo concederán como ciervo para que realice con él lo que le plazca, y que así lo acordará el Senado.
Algún tiempo después, ya que viene dentro en la vida romana, Ben-Hur acude a una de las fiestas de Quinto Arrio donde actúan exóticos individuos llegados de África, tras lo cual disfrutan de una opulenta cena, antes de la cual Arrio habla de Judá, al que ya todos conocen por ser un enorme auriga que llevó ya cinco ocasiones a la victoria a sus caballos, afirmando que lo siente como el hijo al que perdió, por lo cual decidió adoptarlo como hijo y heredero de sus bienes, entregándole el anillo de su familia, respondiendo Judá que llevará siempre el anillo con agradecimiento, cariño y honor.
A lo largo de la fiesta le muestran a Poncio Pilatos, que señala que antes de que va a llegar él eran sus caballos los que ganaban siempre, el cual le pregunta por el duro clima de Judea, adonde fué designado como gobernador.
Esa noche Arrio encuentra melancólico a Judá, comprendiendo que quiere vuelve a su país, pidiéndole que tenga paciencia, ya que próximamente Poncio Pilatos sustituirá a Grato, preguntándole si volverá a verlo en Roma, diciendo él que tiene allí una sección de su historia que le debe a él y no lo olvidará.
Y de hecho poco después embarca de regreso a Judea.
Tras desembarcar avanza adjuntado con una caravana hacia Jerusalén, acercándose a él mientras descansa un hombre que le pregunta si es de Nazaret, ya que está intentando encontrar a un hombre de precisamente su edad que dice es el Mesías.
Se hombre se muestra como Baltasar de Alejandría, huésped del Caíd Ilderim, al que ve entonces quejándose frente su auriga, que afirma no sabe tratar a sus caballos a los que maltrata para desesperación del Caíd.
Judá le enseña al Caíd cuando se lo muestra Baltasar, que sus caballos son magníficos, pero que el tiro está mal dispuesto, ya que los frena el de fuera, que es el más retardado y que debería correr por el interior, frenando a los demás en las vueltas, contándole que trabajó en el circo de Roma, preguntándole el árabe si podría lograr que sus caballos corrieran como uno solo, señalando él que debe partir hacia Jerusalén, pidiéndole el Caíd que espere hasta que amanezca, invitándolo a cenar.
A lo largo de la cena lamenta el Caíd que tenga que marcharse, aunque le emplaza para que regrese adjuntado con su familia, señalando Judá que no posee mujer, frente lo que su anfitrión se extraña, debido a que él tiene 8 y solo allí, de viaje, ya que en su casa tiene más.
Judá debe eructar para demostrarle al Caíd que la cena fue de su gusto, mostrándole su anfitrión a sus 4 caballos, todos con nombres de estrellas (Antares, Aceir, Rigel y Aldebarán), afirmando Judá no haber visto caballos tan bellísimos no en Roma, contándole el Caíd que cuando corran en Jerusalén desafiarán a las superiores cuadrigas, introduciendo la del campeón de Oriente, el tribuno Messala.
El Caíd mira al decir esto que Judá no le tiene simpatía al tribuno y le emplaza a abatir su arrogancia en el circo, aunque Judá le afirma que no puede, intentando el Caíd de convencerlo diciéndole que no habría nada superior que un judío venciendo a Messala, señalando él que quiere derrotarlo de otra forma, señalando Baltasar que no debe matarlo, ya que el castigo debe venirle de lo prominente.
Judá le dice que él no cree en la justicia divina, pero Baltasar le afirma que él fue guiado a Belén por una estrella y que ese hombre presiente que está cerca y que sus vidas llevarán su sello, pidiendo que no se ciegue pensando en el odio y la venganza.
Pero Judá no se ve convencido, diciéndole el Caíd que tenga presente que la ley no funciona en la arena del circo y que varios se matan, pidiéndole que lo piense.
Consigue llegar por último a los restos de lo que un día fue su magnífica casa, en este momento dejada y donde no se ve haber nadie, observando de repente a una mujer donde reconoce a Esther, a la que llama, y la cual se asusta y se llama la atención de verlo vivo, preguntándole Judá qué ocurrió y qué hace ella allí.
Le pregunta también por su padre, contándole ella que fue encarcelado y torturado, aunque lo soltaron y viven allí ocultos desde ese momento, ya que los romanos se lo arrebataron todo y no les queda nada en Antioquía.
Escuchan cómo este la llama, corriendo Esther a contarle la buena novedosa, tras lo cual Judá saluda a su obsoleto gestor, ya adulto mayor y que se expone feliz cuando se pudo ver y que alaba a Dios que lo mantuvo con vida, diciéndole Judá que no debió serle tan leal, ya que eso le costó las piernas, aunque le dice que en este momento tienen con ellos a otro hombre, Maluc, un forzudo al que le cortaron la lengua, siendo desde ese momento Maluc las piernas de Simónides y este la lengua de Maluc.
Le dice también a Judá que parte importante de su fortuna está seguro, y con ella puede adquirir la desaparición de un hombre, aunque Judá le dice no ese su propósito, sino hallar a su madre y a su hermana de las que le dicen no tienen idea nada desde su detención, señalándole que es realmente difícil que hayan sobrevivido a 4 años en la mazmorra, haciéndoles él ver que era también irrealizable que él sobreviviera más de un año en galeras.
En la parte de arriba de la vivienda, y a solas con Esther recuerdan la última vez que estuvieron juntos y su conversación de entonces, cuando él le mencionó que si no estuviera prometida la besaría para mencionarle adiós, a eso que ella le contestó que si no estuviera prometida no sería primordial decir adiós, antes de besarse, diciéndole ella que en este momento no está prometida, por lo cual se vuelven a besar, preguntándole él por qué no se casó, a eso que le responde que su padre la necesitaba y lo esperaba a él, que le exhibe que aun transporta su anillo.
Esther le dice que vió a su padre quemarse en el odio y no quiere que a él le ocurra lo mismo con Messala, diciéndole que oyó a un joven rabí diciendo que amar es preferible que odiar y que el perdón es preferible que la venganza, pidiéndole que olvide a Messala, diciendo él que lo olvidará cuando deje de reflexionar y de sentir, diciéndole ella que la teja que cayó sigue cayendo, y que en esta ocasión no le enviarán a galeras, sino que le matarán.
En su vivienda, Messala ejerce con el látigo cuando le llevan un obsequio de parte del hijo de Quinto Arrio, el hijo del Cónsul, y que le transporta un obsequio, algo que le llama la atención, ya que no le conoce aunque ha oído que ha triunfado en el circo de Roma.
Próximamente podrá corroborar que no estaba en lo correcto y que el hijo del cónsul es su obsoleto amigo Judá, en este momento vestido como de roma, que le cuenta que por medio de él es hijo del cónsul, al que le salvó la vida, mostrándole que transporta su sello y que volvió como juró que haría, tras lo que le pregunta por su madre y su hermana, pidiéndole que las busque y se las devuelva, asegurándole que solo así olvidará el juramento que se realizó a sí mismo mientras bogaba, diciéndole que volverá al día siguiente y espera novedades.
Messala ordena a Druso que las busque, aunque está seguramente después de cinco años habrán muerto.
Acude a las cárceles más profundas, donde siguen encerradas, confirmándoles su carcelero que aunque no las vió jamás sabe que están vivas porque la comida desaparece, aunque cuando abren la puerta descubren de que sufren la lepra, por lo cual ordenan que las liberen y las abandonen fuera de la región.
Esther escucha una noche toses en el jardín, conociendo a ámbas mujeres que le piden que no se acerque, ya que tienen la lepra.
Le preguntan si vive Judá, contándole ella que está buscándolas, aunque le piden que no se lo cuente a nadie, ya que ellas irán al Valle de los leprosos para no regresar.
Sale entonces Judá y tienen que esconderse y le piden a Esther que no le cuente nada, ya que desean que las recuerde como eran.
Judá le afirma a Simónides que Messala las liberará si quiere continuar viviendo, aunque Esther le dice que no podrá llevarlo a cabo, ya que afirma que fallecieron y que ella se enteró cuando iba a la prisión a aguardar novedades de su padre y que no se lo ha dicho para que no le hiciera nada a Messala, pidiéndole que olvide lo ocurrido y regrese a Roma.
El Caíd acude a los baños para ver a Messala, al que le dice que va a apostar por sus animales sin límite, mostrándole un baúl lleno de monedas, aunque cuando se enteran de que su contrincante será Judá, nadie se ve querer apostar, debiendo aceptar Messala más allá de que la cantidad apostada es de 1.000 talentos.
Antes de salir a la arena, Judá encomienda su historia a Dios, entregándole el Caíd la Estrella de David para que la se vea orgulloso por su pueblo.
Mientras se organizan para la carrera observan que Messala conduce un carro griego con cuchillas en los extremos del eje tirado por 4 corceles negros que contrastan con los blancos que conduce Ben-Hur, pidiéndole a Júpiter que le dé la victoria, tras lo que los vehículos desfilan hasta situarse frente el gobernador Poncio Pilatos, habiendo conductores llegados desde Alejandría, Chipre, Corinto, Atenas, Messina, Cartago, Corinto, Roma y Judea
Empiezan próximamente los accidentes, debiendo Judá apartarse de Messala, que con sus látigos provoca que sus caballos corran más, para evadir que sus ruedas destrocen las suyas, aunque sí destroza las de otros oponentes que no logran esquivarlo.
De a poco se pone a la altura de Messala, aunque algunos accidentes vuelven a relegarlo, realizando un carro accidentado que esté próximo de caer, aunque consigue enderezarse y seguir en carrera, observando cómo Messala trata de arrimar las ruedas de su cuadriga para romper la de su enemigo.
Los dos contrincantes corren de manera paralela, llegando Messala a usar su látigo contra nuestro Judá, que consigue quitárselo, observando cómo el auto de Messala sufre un incidente siendo arrastrado por sus caballos y después atropellado por otra cuadriga, ganando por último la carrera Ben-Hur, que será por esto coronado por Pilatos, y aclamado por judíos y árabes, señalándole el gobernador que le llamará, ya que tiene un mensaje llegado desde Roma.
Malherido, Messala pide que lo lleven al hospital, pero él se niega a que le corten las piernas hasta no ver a Judá, al que mandó llamar, mostrándose de hecho Judá al que, cuando llega le dice que tuvo un triunfo terminado ya que ganó la carrera y destrozó a su enemigo, asegurándole Judá que no ve a ningún enemigo, frente lo que Messala le comunica de que su madre y Tirsá no han muerto y que no acabó todo con la carrera, contándole que las tendrá que buscar en el Valle de los leprosos, asegurándole que la carrera no terminó, antes de fallecer aferrado a las ropas de Judá.
Se aproxima hasta el Valle de los leprosos, donde ve cómo les aproximan la comida valiéndose de una polea desde enorme distancia, aunque él, más allá de las sugerencias baja y comienza a preguntar por su familia, aunque le afirman que quienes están allí no tienen nombre, conociendo entonces a Esther, que se aproxima con Maluc llevando una cesta con comida.
Se aproxima hasta ellas preguntándole por qué no le ha dicho la realidad, señalando que no se lo contó porque ellas se lo suplicaron y que si las va a conocer, las hará padecer, ya que ellas no desean que las vea así, por lo cual por último se ocultan cuando van, oyendo cómo le preguntan por él, que después trata de proceder a buscarlas, diciéndole Esther que si las ve les partirá el corazón, impidiéndole Maluc que lo realice.
De regreso a la localidad ven cómo un nutrido grupo de gente se aproxima para escuchar las expresiones del joven del que le habló Esther y entre los que está Baltasar, que le dice que por fin encontró al hijo de Dios y que la promesa era alguna. Dios le dio la respuesta y le pide que vaya con él.
Judá ten en cuenta que cuando iba a galeras un hombre le dio agua y le devolvió a la vida, dando por seguro que podría haber sido mejor no beberla y que tiene una cita con Roma, diciéndole Baltasar que se obstina en perderse, no acudiendo a la llamada.
Sí lo hará Esther, que será testigo del sermón de la montaña.
Acude a conocer a Pilatos que le proporciona un mensaje de su padre, diciéndole que le dieron la ciudadanía romana, aunque él le dice que su familia está leprosa por culpa de Roma.
Poncio Pilato le ten en cuenta que Messala por el momento no existe, asegurando él que no es Messala, sino Roma quien destruyó su familia, ya que Messala era bueno hasta que Roma lo corrompió, por lo cual le pide que le devuelva al cónsul su anillo, asegurándole Pilatos que su actitud acabará con él, ya que él debe aplastar a quienes desafían la autoridad del Emperador, advirtiéndole que si no se va de Judea acabará con él.
Cuando vuelve a su casa es recibido por Esther que se expone feliz al notar que volvió, asegurando él ser incapaz de encontrar sosiego, diciéndole Esther que podría hallarlo oyendo al hombre de Nazaret y las bienaventuranzas, aunque él piensa que lo sustancial es limpiar Judea de romanos aun a costa de sangre.
Judá admite que la quiere, aunque sabe que todo lo que realice le dolerá, asegurando ella que el odio lo transformó en piedra y se transformó en lo mismo que antes quería eliminar devolviendo mal por mal, como si se hubiera convertido en Messala, tras lo cual asegura haberlo perdido.
Esther vuelve al Valle de la desaparición, y cuando sale Miriam le dice que las estuvo aguardando desde la tarde previo, habiendo pasado allí la noche, hablándole tras ello del hombre de Nazaret y le ofrece ir las tres juntas a buscarlo y escucharlo, ya que está segura de que hallarán el consuelo y la paz que sus expresiones emiten, aunque Miriam le cuenta que Tirsá está muriéndose.
Hace entonces su aparición Judá, que en esta ocasión ignora lo que le ha dicho Esther, observando cómo su madre, horrorizada al conocerse descubierta se aleja.
Esther le cuenta que Tirsá está muriéndose y es exacto que vean a Jesús de Nazaret que les hará ver que el alma es imperecedera y que no tienen que tener temor a la desaparición, acercándose Esther sin miedo a Miriam, preparada para llevarla, acercándose también Judá, que la acaricia sin temor a su apariencia, adentrándose tras ello en la cueva para buscar a su hermana a la que encuentra convaleciente y la coge en sus brazos más allá de su negativa y la abraza, para después llevarla hasta fuera de la cueva donde los esperan Esther y Miriam.
Cuando llegan a Jerusalén encuentran las calles vacías, contándoles un ciego que todo el planeta salió a conocer el juicio del joven rabino, al que quieren condenar a muerte.
Ven de hecho cómo Poncio Pilatos, frente quien comparece Jesús de Nazaret decreta su muerte por crucifixión, empezando a seguir entre la multitud cargado con la cruz.
Judá trata de arrimarse para contemplarlo también, logrando ver cómo el nazareno avanza cargado con su cruz, señalando entonces Judá que él conoce a ese hombre, que cae entonces bajo el peso de la cruz sin que nadie lo socorra, siendo golpeado.
Judá acude entonces tras la multitud abriéndose paso para intentar asistirlo mientras Esther se lamenta haber llegado bastante tarde para ver al nazareno, que observan exhibe una increíble paz aun en su mal.
Este regresa a caer, corriendo Judá hasta una fuente próxima para ofrecerle agua, reconociendo en ese instante al hombre que le auxilió a él en una situación similar.
Poco más tarde es clavado en la cruz frente el mal de sus más leales seguidores y la expectación del resto de la multitud, preguntándole Judá a Baltasar qué es logró ese hombre para merecer tal castigo, respondiéndole Baltasar que echar sobre sus espaldas todos los errores de todo el mundo, preguntándose Judá si para tener ese fin, señalando Baltasar que para tener ese inicio.
Esther vuelve entre tanto con ámbas mujeres, hablando Miriam que era como si llevara en la cruz todo el mal de todo el mundo, afirmando Tirsá no tener ya ningún temor.
Empiezan a escuchar entonces truenos y el cielo se cubre de tinieblas más allá de que es de día coincidiendo con la desaparición de Jesús, por lo cual se refugian en una cueva, donde Tirsá llora quejándose del fuerte mal que siente.
A la luz de uno de los relámpagos Esther mira las manos de Miriam, que por el momento no tienen úlceras, logrando ver con el siguiente cómo tampoco Tirsá las tiene, habiéndose curado de repente, por lo cual van fuera de la cueva y dejan que la lluvia caiga sobre ellas, contentos por su curación.
Judá vuelve a su casa, saliendo Esther a su acercamiento, contándole cómo escuchó decir a Jesucristo justo antes de morir: “Padre, perdónalos, porque no tienen idea lo que hacen”, señalando que su voz arrancó de su mano la espada de la venganza.
Ve entonces a su madre y a su hermana, y las abraza feliz de verlas curadas, uniéndose Esther a ellos.
Calificación: 3