Este cuento infantil de la sicóloga Carolina Fernández examina uno de los grandes tradicionales de la literatura infantil: Cenicienta. Mas, tal y como habitúa, lo ha puesto todo patas hacia arriba. Acá Cenicienta se transforma en Ceniciento y su sueño no es casarse con la princesa, sino más bien descubrir el planeta.
Ceniciento y las zapatillas mágicas
Ceniciento habÃa perdido a Papá hacÃa tiempo y de todos y cada uno de los recuerdos que tenÃa de él, el que más le agradaba era su nombre. Papá decidió llamarle de esta forma pues Ceniciento se pasaba horas delante de la chimenea pintándose bigotes con la ceniza.
Con el tiempo, Mamá terminó casándose con otro hombre. Aquel señor siempre y en todo momento le pareció bastante seco, por esa razón, Ceniciento le llamaba para sus adentros el señor seco. TenÃa 2 hijos que eran sus hermanastros, a quienes Ceniciento procuró conocer y ser su amigo mas lo cierto es que jamás le cayeron totalmente bien. Aquellos pequeños que siempre y en todo momento le miraban sobre el hombro, le parecÃan murmuradores, sabelotodos y presumidos:
– Mamá lo intento, deseo jugar con ellos y que se sientan como en casa, mas no me agrada, no paran de expedir todo el rato.
Ceniciento deseaba mucho a Mamá. Absolutamente nadie de qué manera sabÃa prepararle el chocolate de la merienda o bien contarle aquellos cuentos sobre dragones temerosos, princesas valientes y reinos ignotos.
Por eso cuando Mamá se fue, Ceniciento se puso tan triste que se encerró a lo largo de dÃas en su habitación. Los ratoncitos, los perros y algún pájaro eran los únicos que le hacÃan compañÃa, estos le llevaban bocadillos de chocolate y le leÃan cuentos tratando de animar a Ceniciento.
Cuando Ceniciento se atrevió al fin a salir de su cuarto, se percató de que su casa habÃa alterado. El señor seco y sus hijos habÃan dejado sus cosas por todos lados, y su casa ya no parecÃa suya…sino de aquella familia que no le caÃa nada bien.
Con el tiempo, el señor seco, cada vez era más y más seco. Empezó por no dejarle jugar con sus hermanastros y acabó por hacerle adecentar la casa de arriba abajo tal y como si fuera un criado. Y de esta forma, mientras que Ceniciento limpiaba la cocina, la chimenea, lavaba la ropa, barrÃa y fregaba los suelos, sus hermanastros jugaban a la pelota, leÃan cuentos, iban al parque del palacio y siempre y en todo momento parecÃan pasarlo bien.
Ceniciento procuraba no estar triste, en ocasiones se enojaba por no poder jugar y reÃr como los otros pequeños y pequeñas, mas cuando eso le pasaba recordaba la sonrisa de Mamá, los bocadillos de chocolate y corrÃa a jugar con sus auténticos amigos, los ratoncitos, los perros y los pájaros. Ellos eran los únicos que habÃan cuidado de él cuando Mamá se fue:
– Debemos lograr que Ceniciento salga de esta casa. No puede pasarse la vida acá encerrado limpiando por siempre.
– En breve es la celebración de aniversario de la Princesa y todos y cada uno de los pequeños y pequeñas de este reino y de los reinos de los aledaños van a venir a jugar a palacio.
Asà que todos y cada uno de los animales decidieron que ese dÃa, Ceniciento deberÃa llegar a palacio para poder jugar con todos aquellos pequeños y pequeñas, y si bien fuera por unas horas, pasarlo bien de qué manera todos los otros.
El dÃa del aniversario llegó y sus hermanastros se fueron en caballo a palacio. El señor seco se habÃa encargado de dejarle una larga lista de menesteres a fin de que estuviese entretenido, Ceniciento se quedó mirando desde la puerta disimulando sus ganas de ir a la celebración y afirmó haciéndose el orgulloso:
– ¡Bah, la celebración me da lo mismo! Seguro que es aburridÃsima.
Fue entonces cuando aparecieron todos y cada uno de los animales con una camiseta un par de pantalones y un gorro hermoso a fin de que pudiese ir con ropa nueva y limpia a la enorme celebración de aniversario de la Princesa, lo único que se les habÃa olvidado eran los zapatos. A Ceniciento le dio precisamente igual, se puso a dar saltos de alegrÃa y vestido con su ropa nueva y con sus viejas zapatillas perforadas por el dedo pulgar se fue corriendo a la enorme celebración.
– Ceniciento, debes venir cuando oigas el canto de los pájaros, te informarán a fin de que llegues ya antes que el señor seco y tus hermanastros, bien sabes que si se enteran se enojarán y te castigarán limpiando la chimenea a lo largo de dÃas.
– Allá seguro que no te reconocen, va a haber muchos pequeños. Goza y pásatelo de qué manera jamás.
Ceniciento llegó a palacio y se quedó con la boca abierta. HabÃa un enorme lago azul, dulces de todos y cada uno de los colores y sabores, juegos, música, payasos y muchos pequeños y pequeñas que no paraban de reÃr.
Todos venÃan de los reinos de los alrededores: del reino de la música y la danza, del reino de las mates, del reino donde charlaban rarÃsimo, del reino de la naturaleza, del reino de las estrellas…habÃa tantos reinos que Ceniciento solo podÃa oÃr, mirar y dejar la boca abierta ante tantas cosas ignotas y excelentes.
Ceniciento se bañó en el lago, jugó, rió y conoció a muchos pequeños y pequeñas, incluyendo la Princesa, que le pareció prácticamente la pequeña más guapa y lista de toda la celebración. A ella le confesó su sorprendo y su gran deseo:
– ¿De qué manera puede haber tantos reinos diferentes? Me encantarÃa poder conocerlos todos y descubrir donde podrÃa ser feliz.
La Princesa asimismo creÃa que Ceniciento era el pequeño prácticamente más listo y guapo de toda la celebración, le encantó oÃr sus historias y sobretodo le agradó que no parara de reÃr con él. Ceniciento no podÃa opinar lo bien que lo pasaba, con lo que cuando de súbito escuchó el canto de los pájaros le dio tanta pena que prácticamente se pone a llorar:
– ¡Oh no! debo irme corriendo para regresar a casa si no deseo que me castiguen limpiando a lo largo de una semana la chimenea.
Salió corriendo y con las prisas, su zapatilla con el orificio del dedo del pie se quedó allá tirada. La Princesa la cogió mas no le dio tiempo a llegar hasta él para devolvérsela. Conmovida por la historia de Ceniciento y el enorme orificio de aquellas zapatillas, charló con su mamá la Gran Reina y tuvieron una buena idea.
– Le procurarás y le vas a llevar este regalo. Ceniciento debe salir de aquella casa para ser feliz.
Una semana después la Princesa al fin halló la casa de Ceniciento, que se quedó ojiplático al ver nuevamente a esa pequeña tan guapa y lista. La princesa le dio su regalo.
– Unas zapatillas mágicas a fin de que puedas conocer todos y cada uno de los reinos hasta descubrir cuál es el que te hace feliz.
Ceniciento se puso las zapatillas y un extraño escalofrÃo le recorrió su cuerpo, con esas zapatillas podrÃa recorrer todos y cada uno de los reinos sin fatigarse, sin que nada malo le pasase y estando siempre y en todo momento contento.
El señor seco y sus hermanastros le miraban con saña y envidia. Ceniciento no podÃa dejar de sonreÃr, deseaba iniciar la aventura de descubrir cuál serÃa el reino en el que podrÃa ser feliz. Al fin podrÃa jugar, reÃr, aprender y ser un pequeño de qué manera todos los otros. Se despidió de la Princesa, de los ratoncitos, del can y de los pájaros y empezó su camino presto a descubrir cuál serÃa su reino.