El otro día os contábamos nuestro primer cuento para niños en Pequeocio, ¿recordáis?… El malo del cuento, con el lobo al que no le agradaba su papel. El día de hoy traemos un cuento sobre la amistad, por el hecho de que Beto y la vaca Paca se quieren tanto, que desean ir juntos al instituto…
¿Y quién ha dicho que las vacas no vayan al colegio? ¿Quizá no tienen algo que aprender? ¿Quizá no han de saber las vacas qué yerba es la más sabrosa? ¿De qué manera dar la mejor leche? ¿De qué manera ahuyentar las moscas de su espinazo de la forma más eficiente? ¿Quizá no es esencial que sepan reconocer las formas de las nubes? ¿Los modelos de lluvia? ¿Los modelos de rayos de sol? Estareis conmigo en que eso es muy importante para una vaca, de este modo que…¿quién ha dicho que las vacas no deben ir al instituto?
Lo que pasa es que deben ir a un instituto singular, a uno de vacas. Y el protagonista de esta historia, Beto, un pequeño como otro cualquiera, desea llevarse a su vaca al instituto normal, al de personas…¿va a ser capaz de hacerlo? Verifiquemos en este cuento si es cierto eso de que «Las vacas no van al colegio»
Cuento: «Las vacas no van al colegio»
Todos tenemos un mejor amigo, alguien con quien nos agrada pasar el tiempo, charlar de nuestros inconvenientes, divertirnos, jugar, reír…
La mejor amiga de Beto era la vaca Paca. Suena extraño que fuera una vaca, mas Beto vivía en una granja rodeado de animales. Además de esto, la vaca Paca le había salvado la vida siendo pequeñísimo y eso, son cosas que no se olvidan…
Ocurrió cuando Beto solo tenía tres años. Jugaba al balón al lado de la guarida de los conejos cuando la pelota salió disparada cara la carretera. Beto corrió detrás justo en el instante en que un camión lleno de haces de trigo pasaba por ahí. La vaca Paca, que pastaba reposadamente en el prado de al lado, vio toda la escena, y salió corriendo cara el pequeño.
El conductor, que no había visto a Beto, tan pequeño y veloz, se quedó pasmado al observar aquella enorme vaca corriendo cara la carretera. Y frenó en seco.
Aquel fue el principio de una amistad muy singular. Beto se pasaba horas con la vaca Paca, solo tomaba la leche que salía de sus mamas, y en ocasiones, cuando no podía dormir, se acorrucaba junto a ella. A su lado jamás tenía temor.
Por eso a absolutamente nadie le sorprendía verlos siempre y en toda circunstancia juntos. Eran como uña y carne, tan unidos que parecía imposible distinguir donde terminaba la sonrisa de Beto y donde empezaba el meneo travieso de la cola de la vaca Paca. Y de este modo fue siempre y en toda circunstancia, hasta el momento en que Beto medró y debió ir al instituto.
El instituto estaba en la urbe y era muy grande. Estaba lleno de pequeños y pequeñas, mas no había conejos, ni prados, ni caballos, y evidentemente tampoco estaba la vaca Paca. ¿Por qué razón no podría llevarse a su amiga al cole, compartir pupitre y jugar juntos en el recreo?
– Pues es una vaca, Beto – le afirmaba Mamá – las vacas no van al instituto, ni hacen deberes, ni cambian cromos a lo largo del recreo.
Pero tanto insistió Beto, que Mamá por último accedió. Y Beto asistió al día después montado en su vaca Paca. Todos y cada uno de los pequeños deseaban tocarla, jugar con ella, tomar su leche y subirse a su espinazo.
Pero tras un rato, la vaca Paca se fatigó de estar pastando por aquel prado de cemento y decidió sentarse. No se le ocurrió otra cosa que hacerlo justo bajo una de las porterías del campo de fútbol:
– ¡Con ella de portera vamos a ganar todos y cada uno de los partidos! – exclamó encantado Beto.
Pero el equipo contrario pronto se fatigó de jugar con la vaca Paca.
– ¡Esto es injusto, deseamos una portera de nuestro tamaño!
– De este modo gana cualquiera…
– Esto es trampa
Así que a Beto, no le quedó más antídoto que persuadir a la vaca Paca a fin de que se moviese de la portería.
– Quédate mejor en el pasillo – le afirmó – que ahora tengo clase de matemáticas y no puedo atenderte.
La vaca Paca obedeció a Beto y se quedó reposadamente tumbada en el corredor, mas al rato, comenzó a aburrirse de estar ahí sola y empezó a llamar a su amigo. Los mugidos de la vaca eran tan fuertes que el profesor Daniel debió parar la clase.
– ¿Qué es ese escándalo? De este modo no podemos proseguir la clase…
Y salió al corredor a ver que pasaba. La vaca Paca se puso contentísima de ver al fin a alguien que la hablaba…¡estaba tan desganada ahí sola! Tan responde estaba, que con su cariño dio un lametazo a la calva refulgente del profesor Daniel.
– Aaaaagh. ¡Qué asco! Esto es una vergüenza. Llévense a esta vaca a dirección.
Y para allí que fueron Beto y la vaca Paca, muy atribulada por haber organizado todo ese lío. A Carmen, la directiva, prácticamente le da un patatús cuando vio a la vaca Paca entrar por la puerta de su despacho.
– ¿Qué hace una vaca acá?
– Es que es mi mejor amiga y deseaba traerla a fin de que conociese el instituto, a mis otros amigos, a los profesores…
La directiva vio tan ilusionado a Beto, y tan abochornada a la pobre vaca, que se le ocurrió una idea.
– Beto, el instituto no es sitio para una vaca. Tu amiga deberá quedarse en vuestra granja mientras que tu estás en el cole. Mas en tanto que ha venido hasta acá, vamos a enseñarla a todos y cada uno de los niños…
La idea de Carmen era sencilla: dar una clase que ningún pupilo olvidaría nunca. La vaca Paca, Beto y Carmen fueron pasando por todas y cada una de las clases. Carmen les enseñaba todo cuanto había que saber de las vacas y de los animales como ella: los mamíferos. Además de esto muchos pequeños ordeñaron por vez primera una vaca, descubrieron como se nutría, que costumbres tenía y de qué forma vivían. Había sido la mejor clase de conocimiento del medio que todos habían tenido nunca.
Cuando terminó la jornada, Beto y la vaca Paca volvieron a la granja y contaron todo a Mamá, que con esa cara que ponen siempre y en toda circunstancia las mamás cuando están a puntito de decirnos algo esencial afirmó:
– Ya te lo afirmé, Beto. Las vacas no van al colegio…