Si la semana pasada os charlábamos de una vaca muy mas que muy particular, el dĂa de hoy deseamos traeros el cuento de «Un conejo sin orejas».
Es uno de los que más nos agradan en Cuento a la vista. Con él estrenamos nuestro weblog de literatura infantil, y de ahà que le tenemos un cariño singular a este conejo que aprende una esencial lección en la vida: hay que quererse como uno es.
¡Que gocéis de este cuento!
Un conejo sin orejas
Le llamaban asĂ: el conejo sin orejas.
Aunque Costoso sĂ tenĂa orejas. 2. Puntiagudas y de pelo suave, como todos y cada uno de los conejos de aquel bosque.
Solo que Costoso, al revĂ©s que el resto, no podĂa levantarlas.
– IntĂ©ntalo Caro: ¡sĂşbelas! – le habĂa dicho Mamá el dĂa que todos y cada uno de los pequeños conejos de la escuela debĂan levantar sus orejas.
– ¡AllĂ voy! – habĂa chillado con alegrĂa Costoso mientras que con esmero trataba de levantarlas –. ÂżCĂłmo están, Mamá? ÂżEstoy guapo con mis nuevas orejas?
Pero Costoso no las habĂa levantado ni un milĂmetro. VolviĂł a procurarlo una y otra vez, mas no habĂa manera: sus orejas proseguĂan caĂdas. Fue por esto que el pequeño Costoso se transformĂł en el hazme reĂr de todos y cada uno de los conejos.
– No llores cariño, no pasa nada – procuraba consolarle Mamá –. Eres un conejo diferente, ¿y qué? No hay nada de malo en ello.
Sin embargo Costoso no estaba conforme con su madre. A Ă©l no le agradaba ser diferente, ni que se riesen de Ă©l y de ahĂ que todas y cada una de las mañanas, al despertarse, apretaba de forma fuerte su cabeza y tambiĂ©n procuraba levantar sus orejas. Mas cada mañana verificaba con tristeza que no lo habĂa conseguido. Que proseguĂa siendo diferente al resto.
En el bosque los dĂas pasaban apacibles y todos y cada uno de los pequeños conejos eran felices jugando entre los árboles con las ardillas y los ratones de campo. Todos menos Costoso, que se pasaba el dĂa suspirando, soñando con ser como el resto de sus compañeros.
Una tarde de primavera, la sosegada existencia de los conejos se vio sacudida por unos cazadores de espesos bigotes y caras malhumoradas. Llevaban unas escopetas largas que hacĂan un estruendos atronador toda vez que las disparaban.
PUM, PUM.
Aquellos sonidos horribles amedrentaron tanto a los pequeños conejos, que todos procuraron ocultarse entre la maleza del bosque. Mas sus puntiagudas orejas sobresalĂan mediante la yerba y por más sacrificios que hicieron para bajarlas, estas proseguĂan estiradas. Por esta razĂłn, no les quedĂł más antĂdoto que salir corriendo a toda velocidad para eludir a los cazadores.
Afortunadamente, nada malo ocurrió y todos y cada uno de los pequeños conejos volvieron sanos y salvos a sus madrigueras.
– ¡Qué temor he pasado! – chillaban todos – Intenté ocultarme, mas estas orejas…
– ¡Qué suerte tienes, Costoso! A ti jamás van a poder hacerte nada.
Desde una esquina, Costoso, el conejo sin orejas, les escuchaba pasmado. Por vez primera en su vida, sus compañeros no se burlaban de él por ser diferente. A la inversa, todos deseaban parecerse a él.
Desde aquel dĂa, Costoso jamás más volviĂł a abochornarse de sus orejas caĂdas. Era diferente, sĂ, mas como bien afirmaba Mamá, ÂżquĂ© tenĂa que malo en ello?