Ponte cómodo y diviértete con estos cuentos cortos para adolescentes.
Historia de los dos que soñaron
Cuentan que hace muy vivió en El Cairo un hombre muy rico que por otro lado era muy dado a las fiestas y los antojos. Así, lo perdió todo y se quedó sin dinero. Ya solo tenía la vivienda de su padre. Así, se vio obligado a trabajar duro para ganarse la vida.
Yacub, que así se llamaba, trabajó muy y recurrentemente llegaba rendido a su casa. Estaba tan agotado, que con continuidad se quedaba dormido bajo la higuera del patio de su casa.
Un día, durante uno de estos reposos, tuvo un sueño: un hombre inidentificable se le apareció para mencionarle lo siguiente:
– Tienes que seguir a Persia, a Isfaján. Allí encontrarás la fortuna.
El hombre creyó lo que escuchó y vio en su sueño y al día siguiente decidió partir para Persia.
Yacub busca la fortuna en Isfaján
El sendero no fue nada fácil. Yacub tuvo que atravesar un enorme desierto y llevar a cabo frente a numerosos peligros, entre los que estaban las fieras y los asaltantes de caminos. Pero después de numerosos días, consiguió llegar a Isfaján. Y como era de noche y estaba agotado, se echó a dormir en el patio de una mezquita.
Quiso el destino que esa noche unos bandidos entraran en la vivienda contigua a la mezquita.
Los inquilinos de esa vivienda se despertaron sobresaltados y comenzaron a gritar, despertando a todos los vecinos. Un sereno que vigilaba cerca de allí mandó a sus hombres para registrar la región. Los bandidos habían huido saltando por los tejados, y solo lograron encontrar al hombre que dormía en el suelo del patio de la mezquita. Suponiendo que era el culpable del intento de robo, le llevaron a la cárcel.
Historia de los dos que soñaron: los dos sueños
Al día siguiente, el juez de Isfaján quiso tomar declaración al acusado:
– Dime, ¿quién eres? ¿Cuál es tu patria?- preguntó el juez.
– Soy de la región famosa de El Cairo y mi nombre es Yacub El Magrebí- respondió él.
– ¿Y qué le trajo a Persia?
– Un hombre me dijo en un sueño que aquí encontraría mi fortuna… Me quedé dormido en el patio de la mezquita y un guardia me despertó y me trajo hasta aquí. Igual mi fortuna está aquí en la cárcel…
– Ja, ja, ja- se rió entonces el juez- ¡Hombre de Dios, qué inocente! Tres oportunidades he soñado yo con una casa en El Cairo. En la vivienda hay un patio con una densa higuera. Bajo la higuera hay enterrado un tesoro. ¿Y piensas acaso que voy a dejar todo para cubrir si ese sueño es verdad? ¡Es una mentira! Tú, además, has errado de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no vuelva a verte en Isfaján. Toma estas monedas y vete.
Yacub regresó a su tierra. Llegó hasta la higuera, cavó un poco con su pala y desenterró el tesoro. Esa fue la bendición y la recompensa de su Dios.
Los dos reyes y los dos laberintos
Cuentan que hace un riguroso tiempo, el rey de Babilonia y el rey de Arabia estaban enemistados. El rey de Babilonia, para exhibir al otro rey su poder, mandó realizar un laberinto tan complejo que nadie pudiera huír de él.
Y un día en el que el rey de Arabia llegó a Babilonia de visita, y este le dijo:
– Quiero mostraros las maravillas de nuestra última construcción. Tienes que ingresar por esta puerta y caminar por los pasillos… realmente te quedarás desconcertado frente tal obra de arte…
El rey árabe, llevado por la curiosidad, entró en el laberinto y se dejó llevar por los cientos de pasillos que lo formaban. Evidentemente, se perdió. Estuvo vagando horas y horas por sus recovecos, hasta que atormentado, pidió asiste para su Dios y en el desenlace consiguió sugerir con la puerta de salida.
La respuesta del rey árabe al ataque del rey de Babilonia
El rey árabe no logró ningún comentario frente el rey de babilonia. Ni una queja. Salió y poco después ordenó comenzar una cruenta guerra.
Las islas babilónicas quedaron arrasadas y el rey, apresado. Entonces, el rey árabe mandó atar a un camello al rey de Babilonia y lo condujo durante tres días por el desierto.
– Tú me mostraste el más bello laberinto que hiciste para mí… Nosotros tenemos un laberinto sin pasillos, sin recovecos, sin puertas de entrada y salida. Quiero que gozes de él tanto como disfruté yo del tu.
Y entonces soltó al rey de Babilonia y le dejó en mitad del desierto. Poco después murió de hambre y sed.
El rey y la peste
Un rey árabe atravesaba el desierto cuando de pronto se encontró con la peste. El rey se extrañó de hallarla en aquel lugar:
– Detente, peste, ¿a dónde vas tan rápidamente?
– Voy a Bagdad- respondió entonces ella- Pienso llevarme unas cinco mil vidas con mi guadaña.
Unos días después, el rey volvió a encontrarse en el desierto con la peste, que regresaba de la región. El rey estaba muy enfadado, y dijo a la peste:
– ¡Me mentiste! ¡Dijiste que te llevarías a cinco mil persona y fallecieron cincuenta mil!
– Yo no te mentí- dijo entonces la peste– Yo sesgué cinco mil vidas… y fue el miedo quien mató al resto.
La paradoja de Abilene
Durante una calurosa mañana de verano, en Coleman (Texas), una familia compuesta por un matrimonio y los suegros, están jugando al dominó tranquilamente junto al porche. Beben limonada y no hacen más que omitir el tiempo de forma perezosa.
Su casa está a unos 53 kilómetros de Abilene. Entonces, al suegro piensa algo:
– Podríamos llevar a cabo algo más atrayente. Por ejemplo cosas cosas, ir hasta Abilene y comer en la cafetería del pueblo…
Todos le miran un poco sorprendidos. El yerno, aunque piensa que es una disparidad, cree que debe quedar bien con su suegro:
– Claro, sí, ¿por qué no?
Entonces su mujer, por no llevar la contraria, añade:
– Buena idea, cariño…
Y por supuesto, la madre, al ver que todos quieren ir, elige no ser la nota discordante para no romper la armonía del grupo:
– ¡Iremos!
Así que toda la familia se sube al coche, que no tiene aire acondicionado, y conduce hasta Abilene más allá del agobiante calor.
Recorren largos y polvorientos caminos y llegan acalorados al pueblo. Comen un menú mediocre en la cafetería y vuelven a Coleman por los mismos largos y polvorientos caminos.
Al llegar, todos se retiraron extenuados y acalorados, sin decir nada, pensando en por qué habían hecho ese ridículo viaje que no querían llevar a cabo.
El príncipe y el mago
Había una vez un príncipe al que le gustaba ver y repensar más que nada lo que veía. Y creía en todo, menos en las princesas, las islas y en Dios. Su padre le había dicho que estas tres cosas no existían y él, como no había visto jamás princesas, islas ni a Dios, creía a su padre.
Pero un día, el príncipe decidió huír del reino. Sentía colosales deseos de contemplar otros mundos. Y después de cabalgar durante muy tiempo, llegó hasta el mar. Y a la distancia vio unos pedacitos de tierra que le parecieron islas, y en ellas, se movían con distinción unas mujeres que lucían vestidos lujosos.
Al príncipe le entró curiosidad y quiso arrimarse a esa isla, y comenzó a buscar algún bote. Entonces, un hombre se le acercó y le preguntó:
– ¿Qué buscas?
– Oh, busco un bote, porque quiero acercarme a aquel lugar… – dijo señalando a la isla.
– ¿A esa isla?
– ¿Es una isla? Entonces… ¿hay las islas?
– ¡Claro que existen!
– Vaya… ¿y quiénes son esas mujeres de la isla?
– Son princesas- respondió el hombre, que iba muy elegantemente vestido.
– Así que hay las princesas… solo falta que me digas que existe Dios.
– Claro que hay. Soy yo.- dijo entonces el hombre llevando a cabo una reverencia.
El príncipe y el mago: la realidad construida con la magia
El Príncipe se quedó atónito, y decidió volver al castillo de su padre. Al llegar, le dijo muy enfadado:
– ¡Me has mentido! ¡Me dijiste que no había islas, princesas ni Dios! ¡Y en este exacto instante sé que existe!
Su padre contestó con calma:
– ¿Y cómo sabes que hay?
– ¡Los he visto! ¡También he recurrente a Dios!
– Y ese Dios… ¿vestía de forma hermoso y llevaba las mangas agarradas?
– Sí.
– Te han engañado, hijo. Es un mago. Le conozco…
– ¿Un mago?
El príncipe, más enfadado aún, buscó al mago y le dijo:
– ¿Por qué me engañaste? En este exacto instante sé que eres un mago y me hiciste ver lo que tú has amado que vea… En este exacto instante sí creo más aún a mi padre.
– ¿Tu padre? ¿Ese que dice ser rey? ¡Él también es un mago!
El príncipe no supo qué decir. Regresó a casa de su padre y le preguntó:
– ¿Es verdad que eres un mago?
– Sí, es verdad…
– ¡Me volviste a engañar! ¿Por qué me haces esto? En este exacto instante mi vida no tiene sentido. Todo es mentira… ¡Prefiero morir!
Entonces, el rey (mago) logró aparecer a la muerte y ésta llamó al príncipe. Pero cuando el joven iba a ir hacia ella, le entró un escalofrío y dio marcha atrás. Recordó entonces las islas falsas pero bellísimas y las princesas falsas pero bellas y dijo:
– Está bien, padre, puedo aceptar que seas un mago.
– Bien, hijo- contestó él- Tú también comienzas a serlo.
El buscador
Este cuento cuenta la narración de un buscador. Y un buscador es aquel que busca y que no siempre encuentra. Su vida radica en buscar en todo momento. Y esta persona sintió un día la necesidad de visitar la ciudad de Kammir, así que partió hacia allí sin pensárselo dos oportunidades.
Llevaba dos días andando cuando el buscador divisó a la distancia la ciudad de Kammir. Pero antes de llegar, atravesando una colina, se fijó en un sendero muy configurado que partía del sendero hacia la derecha. El sendero estaba bordeado de árboles muy verdes y de flores muy bellísimas. El buscador no pudo aguantar la tentación de investigar y comenzó a andar por el sendero.
Además de graciosas mariposas de colores, el buscador se fijó en que el sendero entre los árboles estaba salpicado de pequeñas piedras blancas. Pero al arrimarse a un leyó una inscripción que decía:
‘Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días’.
De pronto su alma se entristeció, al abarcar que tenía que ver con la lápida de un niño. Entonces se acercó a otra de las piedras y leyó:
‘Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas’.
El enigma que entristecía a ‘El buscador’
Pero, ¿cómo era posible? ¿Qué clase de maldición reinaba sobre aquel lugar? ¿Por qué todos morían tan jóvenes? Comprobó con una profunda tristeza que todas las piedras pertenecían a niños. El que más había vivido, solo alcanzaba los once años.
Y el buscador, totalmente apesadumbrado, se sentó junto a un árbol y rompió a llorar.
Entonces le vio un lugareño. Se acercó a él y le preguntó:
– ¿Puedo asistirle? ¿Por qué está tan triste?
– Oh, quizás consigua explicarme qué mal reina en esta ciudad. ¿Qué hace que mueran varios niños? ¿Por qué existe este riguroso cementerio infantil?
El hombre entonces sonrió y le dijo:
– No tema, no existe ningún maleficio. Verá, se lo explicaré: en este lugar tenemos una tradición. Cuando los niños cumplen 15 años, pensamos que comienza su etapa adulta y se les distribución como regalo una libreta como la que llevo colgada del cuello- Y el hombre le mostró su libreta- En ella debe apuntar todos los instantes sensacionales que ha vivido y el tiempo que duró.
En el papel de la izquierda se anota el hecho que le logró feliz y a la derecha, cuánto duró ese momento de felicidad. Por ejemplo cosas cosas, el momento del primer amor, un viaje que te logró feliz, el nacimiento de un hijo… En el desenlace, cuando esta persona muere, se abre su libreta y se suma en todo instante que esa persona realmente vivió en felicidad, en todo instante gozado. Y esa es su edad real de vida.
El buscador entonces se quedó realmente impresionado frente el pensamiento tan profundo y sabio de aquella gente.
El ruiseñor y la rosa
Paseaba muy triste un estudiante cerca de la encina en donde el ruiseñor había constituido su nido. El joven lloraba amargamente mientras gritaba a los 4 vientos su desdicha:
– ¡Una rosa roja! ¡Solo quiere una rosa roja y no acercamiento ninguna!- decía entre lágrimas el estudiante.
El ruiseñor, alertado por el llanto del joven, escuchó con atención, mientras él seguía hablando:
– Si consiguiera una rosa roja, ella bailaría conmigo toda la noche. Aceptaría a ir al gigantesco baile en mi compañía. Y al fin podría rozar su cálida piel. Oh, qué desgraciado soy, ¡qué duro es el amor!
El ruiseñor pensó entonces:
– Pobre chico… Yo, que cada día canto al amor y a la hermosura, sé lo que se puede llegar a sufrir por amor. El más grande padecimiento, sin dudas, porque el cariño lo es todo, y sin amor, la vida no posee sentido.
Por su lado, el joven, que ya se había tumbado sobre el césped, seguía llorando:
– No puedo ser más desgraciado… ¡Si solo quiere una rosa roja! ¡Y no hay ninguna en todo mi jardín! Si al menos consiguiera una… ¡qué felicidad! ¡Sería como rozar el cielo! ¡Como encontrarme súbitamente en el paraíso!
El ruiseñor busca una rosa roja
Pasaba por allí cerca una lagartija, quien, al ver llorar al chico, preguntó:
– Pero… ¿por qué llora así?
– Eso, eso- añadió una mariposa que volaba entre las flores- ¿Por qué?
Y una dulce margarita, levantó su cabeza y también preguntó:
– ¿Por qué llora?
Y el ruiseñor contestó:
– Por una rosa roja. Por amor.
– ¡Vaya ridiculez!- dijeron los tres.
Pero el ruiseñor, que entendía realmente bien el padecimiento que crea el cariño, alzó el vuelo en busca de una rosa roja. Llegó hasta un rosal y le dijo:
– Rosal, dame una rosa roja y te cantaré las más dulces melodías.
– Me temo que no puedo- contestó el rosal- Mis rosas son más blancas que la luna. Pero pregunta a mi hermano, el rosal que está con la iglesia. Quizás consigua guiarte.
El ruiseñor voló hasta allí y le dijo al rosal:
– Rosal, por favor, dame una rosa roja y te cantaré las melodías más dulces que hayas escuchado jamás.
– Ya me gustaría- contestó el rosa- Pero mis rosas son amarillas, tan amarillas como el sol y el trigo. Pregunta al rosal que duerme bajo la ventana del estudiante.
Y el ruiseñor llegó hasta el rosal que había bajo la ventana del estudiante y le dijo:
– Rosal, necesito una rosa roja. ¿Podrías dármela tú?
– Oh, lo siento, ruiseñor, pero este año no podré sugerir rosas, porque la escarcha y las heladas rompieron mis raíces y mis ramas. Mis rosas son rojas, sí, pero no puedo hacer ninguna.
– ¿Y no hay ninguna forma de solucionarlo?- preguntó entonces el ruiseñor.
– Sí la hay, pero es terrible…
– Dime, rosal, ¿qué puedo llevar a cabo?
– Podría sugerir una rosa roja nacida del sacrificio por amor. Si tú vienes a la luz de la luna esta noche y cantas hasta que amanezca pegado a mis espinas, y la sangre de tu corazón llega hasta el mío, podré hacer la rosa roja más hermosa.
– Sugerir mi vida por una rosa me se ve un prominente precio… Sin embargo… ¿qué es la vida de un pájaro en oposición al amor de un hombre? Esta misma noche vendré, rosal.
El sacrificio del ruiseñor
El ruiseñor acudió hasta donde estaba el joven, que aún lloraba desconsolado, y le dijo:
– No llores más, joven enamorado, debido a que esta misma noche te conseguiré esa rosa y el cariño podrá vencer, pero prométeme que será un amor verdadero, un amor puro y eterno.
Y el joven, que escuchaba cantar al pájaro, no entendía bien lo que decía:
– Oh, es hermoso tu trinar, pero sin lugar a dudas seas solo un ave que no sabe de amor y padecimiento, que vuela y piensa en sí mismo de forma egoísta…
Y diciendo esto, el estudiante salió a su habitación.
Esa misma noche, a la luz de la luna, el ruiseñor fue hasta el rosa y cumplió su palabra. Comenzó a cantar las melodías más dulces, inspirado por el cariño, mientras se apretaba a las espinas del rosa y dejaba que se hundieran en su carne. La sangre fue dando vida a una rosa, al inicio pálida, después algo sonrosada, y en el desenlace, con los primeros rayos de la aurora, ya cuando el pequeño ruiseñor cayó desplomado al suelo, la rosa se tornó roja y hermosa, y abrió sus pétalos a la mañana, llena de vida.
El estudiante abrió la ventana y vio con desconcierto esa hermosa rosa roja, pero no se fijó que en el suelo yacía muerto el ruiseñor.
– ¡Oh! ¡Qué suerte la mía! ¡Qué gigantesco dicha! ¡Una rosa roja! ¡Mi querida querrá bailar al fin conmigo!
Y el joven cortó la rosa y salió corriendo hasta la vivienda del instructor, para entregarle la rosa a su hija.
La respuesta de la hija del profesor
El estudiante llegó a la vivienda del instructor y dijo a su amada:
– ¡Mira! ¡Traigo lo que me pediste! ¡Aquí tengo tu rosa! ¿Bailarás esta noche conmigo?
– Oh, no, claro que no- dijo entonces la joven ingrata– Tengo otro pretendiente que me ha regalado joyas. Como comprenderás, una joya vale más que una estúpida rosa roja. Así que llévatela, porque no la quiero.
El joven se enfadó entonces, pensando en lo estúpido que es el cariño y en lo ingrata que era la joven. Al irse, arrojó al suelo la rosa y salió a su cuarto murmurando:
– ¡Ah! ¡El amor! ¡Qué tontería! No merece dedicarle ni un minuto. Quiero mis estudios y mis libros, que me dan muchas y más gratas recompensas.
El corazón delator
Es verdad, soy muy nervioso. Tanto, que algunas oportunidades consigua parecer que me siento gobernado por los impulsos. Pero no estoy loco. Loco, no, porque soy con la aptitud de razonar. También de escucharlo todo, de oír cosas que nadie consigue oír. Y eso es porque mis sentidos se han agudizado. Y para demostrarles que no estoy loco, les contaré en este exacto instante, más relajado, mi relato:
Llevaba tiempo observando al viejo. Le quería muy, tienen que creerme, pero me fastidiaba, me irritaba, y no podía frenar ese sentimiento. Era una tortura, y todo, por culpa de ese ojo, un ojo velado con el que miraba y no veía, que me clavaba y me ponía nervioso. Un ojo como de buitre, azulado, frío. ¡Fue por culpa de ese miserable ojo! Tienen que creerme. Yo no quería nada del viejo. Ni su dinero. Ni él me insultó jamás. Fue por culpa de ese maldito ojo, que me trastocaba totalmente.
Había tomado la determinación de matarlo, porque no aguantaba más. Y decidí llevarlo a cabo con la más grande aptitud posible. ¿Es eso de locos? Los locos actúan sin pensar. Yo pensé, recapacité, ideé un magnífico plan que salió bien, si no consigue a ser por… ¡malditos sentidos! ¡Por qué los tendré tan agudizados!
El corazón delator: plan para matar al viejo
Cada noche me acercaba a su cuarto, en silencio, y entornaba un poco la puerta con asistencia de una linterna apagada. Lo muy como para que pudiera caber una cabeza.
Cuando podía ver al viejo tumbado, durmiendo tan relajado, con el ojo velado cerrado, apuntaba un rayo de luz con la linterna hacia su rostro, en dirección al objeto de mis tormentoz, a ese ojo que abierto es con la aptitud de helarme la sangre. Y esperaba un rato, con el rayo de luz sobre sus ojos, hasta que decidía sugerir media vuelta y volver a mi habitación. Si el viejo dormía, no podía llevar a cabo nada. No era él el que me fastidiaba, sino ese dichoso ojo de buitre. Necesitaba que lo abriera, que me mirara…
Así pasaron siete noches, siete largas noches. Cada día, a las 12 en punto, repetía la misma operación. Después regresaba a mi cuarto, y saludaba al viejo a la mañana siguiente con total cordialidad y cariño.
El día del asesinato
Fue al octavo día. El día en que sucedió todo. Eran las 12 y allí estaba yo, en la puerta, con la linterna apagada. Entonces, mi pulgar resbaló al intentar abrir el picaporte y al darle al pestillo, logró ruido. El viejo se despertó y gritó:
– ¿Quién anda ahí?
Y yo permanecí callado. Durante una hora entera no me moví del sitio. Y el viejo tampoco. Ahí en la cama, incorporado… Por un instante sentí lástima de él. Pensé en el miedo que en ese momento estaría atenazando sus músculos. Pensaría:
– Habrá sido el ruido del viento. No, no es el viento… Quizás un animal. ¿Y si no es así?
Sin dudas el viejo no paraba de sugerir vueltas al sonido que acababa de escuchar, inmóvil por el terror. Y yo, súbitamente me percaté de que ese era el momento oportuno. Así que apunté delicadamente mi linterna contra su rostro, y la encendí débilmente. Justo en su ojo de buitre. Ahí estaba. ¡Me estaba mirando! Abierto de par en par, con esa horrible tela que lo cubría entero.
Me enfadé. La furia aumentaba a cada instante. Y empecé a escucharlo. Sí, lo he dicho ya: mis sentidos, agudizados, tienen la aptitud de oírlo todo. Y escuchaba, realmente bien, el ensordecedor ruido de su corazón acelerado. El corazón del viejo, que no se paraba, y me hacía enfadar más y más. ¡Lo iban a escuchar todos los vecinos! ¡Debía llevar a cabo algo!
Me lancé contra él, tiré el colchón, y lo usé para ahogarlo. Ya estaba hecho. Por fin el ojo de buitre me dejaría pacificamente. Por fin dejé de escuchar ese terrible sonido.
Pensé después en cómo librarme del cuerpo. ¿Creen que un loco pensaría en eso? Yo era con la aptitud de razonar, de buscar una salida. En el desenlace pensé que lo sustancial era esconderlo en su cuarto, bajo las tablas de madera. Así que levanté numerosas y escondí allí el cadáver.
El delator del asesino
Al día siguiente apareció la policía en la puerta del edificio. Se ve ser, un vecino les había avisado porque escuchó un grito. Yo estaba relajado. ¿Qué tenía que tener miedo? Todo había salido bien, como yo tenía premeditado.
– ¿El adulto más grande que vive aquí?- contesté frente la pregunta de la policía- No lo sé. Se marchó ayer y no he vuelto a verle.
La policía comenzó entonces a registrar su habitación, y yo decidí sentarme en una silla, que coloqué hábilmente justo encima de las tablas que escondían el cadáver. Entonces, ellos se sentaron frente a mí y han comenzado a comentar, a reír, a detallar una conversación eterna.
Yo estaba alegre, y al inicio seguí su conversación sin problema. Todo iba bien, hasta que de pronto… súbitamente comenzó a oírse, cada vez más y más. Más fuerte, más nítido. ¡Agg!! ¡Esos malditos sentidos! ¿Por qué tendré que oírlo todo?
Era irrealizable que ellos no lo oyeran. Sonaba muy fuerte. Retumbaba en los oídos, como una máquina de tortura:
– ¡Toc, toc, toc!
El corazón del viejo seguía andando, seguía latiendo, seguía sonando. Y mis oídos estaban próximo de estallar. Los policías seguían hablando… ¿Cómo era posible? Disimulaban, eso es, disimulaban para ponerme aún más nervioso. Y lo consiguieron, lograron enfadarme, hasta el punto de saltar, atormentado, de levantarme y gritar:
– ¡Sí! ¡Lo hice! ¡Maté al viejo! Ese corazón que escuchan es el de su cadáver, y está aquí justo, debajo de mi silla.
La sombra
Un hombre, joven pero muy sabio, decidió pasar un tiempo en un país cálido, gracias a que él vivía en una región muy fría y estaba deseando vivir días más largos y soleados.
Cuando llegó al país cálido, en donde la multitud son de color caoba o de hecho negras, comprendió que durante el día únicamente se podía llevar a cabo vida, gracias a que el calor era agobiante. En relación el sol se ponía y salían las estrellas, las calles se llenaban de bullicio.
Así que, el sabio, pasaba un riguroso tiempo durante el día en su habitación, observando el balcón que tenía en frente y jugando con su propia sombra, que evidentemente, se movía al tiempo que él lo hacía. Cuando él se estiraba, la sombra se alargaba hasta tocar el techo; y cuando él se sentaba, la sombra, cuya luz de las bombillas tenía detrás, se dirigía hacia enfrente hasta rozar el balcón de bellísimas flores que cada día observaba el extranjero.
El hombre, poco divertido de pasar tanto tiempo allí solo, comenzó a comentar con su propia sombra.
– Ay, si al menos tú pudieras ver qué hay dentro de esa casa…
Al joven sabio le llamaba muy la atención ese balcón cuya puerta siempre estaba semi abierta. Las flores eran delicadas y bellísimas y bien cuidadas, pero jamás había conseguido ver a nadie. ¿Quién viviría allí? Por más que había preguntado, nadie parecía tener la respuesta. De hecho, a esa vivienda no se podía ingresar de ninguna forma, gracias a que debajo solo había tiendas y no había ningún portal. Desde luego, era un misterio…
La extraña aparición del balcón
Una noche, el sabio se había quedado medio dormido, cuando súbitamente, al abrir los ojos, observó una intensa luz que venía del balcón de enfrente. Al incorporarse y ver mejor, le pareció ver a una hermosa mujer resplandeciente. Una gigantesco luz lo cubría todo: las flores, el balcón y la hermosa y misteriosa dama. Pero al intentar arrimarse más, la escena desapareció, y el hombre, atormentado, se dirigió a su sombra, quien rozaba el balcón al tener las luces detrás el sabio, y le dijo:
– Eh, sombra, ¿por qué no te cuelas en la vivienda de enfrente y después me cuentas qué hay dentro?
Y le logró una señal para que se atreviera a ir. Entonces, el hombre se dio la vuelta para irse a descansar, y no se percató de que detrás de el, la sombra se acababa de desligar para irse a la vivienda enigmática.
El hombre sin sombra
A la mañana siguiente, el sabio se percató de que por ahora no tenía sombra. Bajó a la calle y miró atónito a todas partes. ¡No estaba por ningún lado! Entonces cayó en una honda depresión:
– ¿Cómo voy a regresar a mi país sin sombra? ¡Se burlarán de mí!
Los días pasaron, y su sombra no daba señales por ningún lado, pero al octavo día, comenzó a nacer una sombra novedosa. Al inicio era muy pequeña. Además, al cabo de tres semanas, ya era una sombra muy decente.
– Menos mal- dijo entonces el sabio- Debe ser que la raíz aún la tenía dentro.
El sabio regresó entonces a su país frío y comenzó a escribir historias llenas de sentimientos, que además, no tenían muy éxito.
La reaparición de la primera sombra
Pasaron los años y un día, súbitamente, alguien llamó a su puerta. Al abrir, se encontró cara a cara con un hombre angosto, muy elegantemente vestido y con pose de sabio.
– Buenos días- dijo el hombre- Pasaron numerosos años, pero quizás llevando a cabo memoria, consiga recordarme. Soy su sombra.
El sabio no podía creerlo: ¡era la sombra que perdió en el país cálido! Pero… ¡si era humana!
– Sí, sé lo que estará pensando- continuó hablando ella- Soy humano, tan humano como usted. Cuando me indicó el sendero y medio la señal para decirme que ya estaba listo para vivir mi propia vida, todo cambió totalmente.
– Pero… – dijo dubitativo el sabio- ¿Conseguiste entrar en aquella casa? ¿Qué pasó? ¿Qué viste?
– Sí que lo hice, por supuesto, y lo vi todo. Totalmente todo. Pero, ya veo que tiene una sombra novedosa. Oh, no me ofende, por el contrario, me enorgullece pensar que yo por ahora no soy una sombra. Sentémonos y le contaré todo.
– Sí, cuénteme, ¿quién vivía en esa casa?
– En aquella casa, viejo amigo, vivía… ¡La poesía!
– ¡La poesía!- repitió el sabio totalmente deslumbrado.
– Sí, la poesía misma, con toda su sabiduría, su turbulencia emocional, sus secretos… Lo aprendí todo de ella: lo que los humanos saben y lo que ignoran, lo que tienen la oportunidad de ver con sus ojos y lo que jamás podrán contemplar. A través de ella me hice humano, y después solo tuve que encontrar un traje para darme una fachada más respetable.
– Vaya, debido a que me alegro muy de que te haya ido también. A mí, además, no me va como a ti… por más que escribo atrayentes historias, no las lee nadie…
La idea y el trato final
La sombra logró como que lo sentía, y siguió hablando:
– Verás, por ser tú mi anticuado amo, tengo contigo una honda gratitud. En el desenlace de cuenta, viví numerosos años pegado a ti y aprendí muy. Pero tengo un problema: no tengo sombra. Necesito una y he premeditado que quizás podrías acompañarme.
– ¿Cómo dices?- respondió asombrado el sabio.
– Sí, debido a que estamos hechos el uno para el otro y en este exacto instante soy yo el más sabio, pienso que podríamos formar un buen equipo…
– ¡Me estás insultando! ¡Yo no puedo ser tu sombra! ¡Tú eres la sombra!- dijo entonces enojado el sabio.
– Bien, igual no me expliqué bien, pero te daré un tiempo para que lo supongas. Y diciendo esto, la sombra se despidió del sabio.
Al cabo de unos meses, regresó. El sabio estaba realmente hundido y adeudado.
– Veo que las cosas no mejoraron para ti- le dijo la sombra al sabio-. A mí por otro lado me van muy superior. Te veo desmejorado. Y mira, estaba pensando en seguir a un balneario… sería un óptimo sitio para que te repusieras un poco. ¿Qué tal si vienes conmigo? Vendrías con todos los costos pagados, por supuesto, gracias a que estarías pegado a mí como una sombra. únicamente tienes que seguir a donde yo vaya y ubicarte detrás de mí. Y otra cosa: pienso que no estaría bien que me tutearas. En el desenlace de cuenta, yo sería el señor. Te ruego que desde en este exacto instante me llames de usted.
El sabio estaba tan débil, que decidió aceptar la oferta.
Qué pasó en el balneario
Una vez en el balneario, el sabio comenzó a accionar como la sombra de su vieja sombra. De forma discreta, le acompañaba a todas partes. Siempre detrás, así como le dijo la vieja sombra.
En el balneario también pasaba unos días una princesa que se fijó en la sombra. Un día se acercó a ella y le dijo:
– Yo pienso que sé por qué has venido al balneario… ¡No tienes sombra!
– ¿Cómo que no?- dijo entonces la sombra- Sí la tengo, pero como soy especial, mi sombra también lo es. Es casi tan sabia como yo, y está allá sentada, esperando a que salga del agua- y la sombra señaló al sabio, que permanecía sentado cerca de él.
– ¿Tan sabio, dices? No sé- dijo la princesa- Debido a que te pondré a prueba.
Y la joven empezó a hacerle difíciles preguntas. Una de ellas no era con la aptitud de responderla, pero sabía que su previo amo sin lugar a dudas la sabría, así que le dijo a la princesa:
– Fíjate si es capaz también mi sombra que contestará esta pregunta por mí.
Y diciendo esto, llamó al sabio y acertadamente, éste logró acertar la respuesta. La princesa quedó maravillada por la sombra. Se enamoró hasta el punto de proponerle matrimonio. La sombra no intentó transmitir nada a su anticuado amo hasta que viajaron y llegaron al palacio. Entonces le dijo:
– Verás, mañana me casaré con la princesa. Desde en este exacto instante serás mi sombra también en el palacio. Podrás vivir aquí con todos nosotros.
– ¿Cómo dices?- gritó exaltado el sabio-¿Ser tu sombra para toda la presencia? ¡Claro que no! ¿Estás loco?
– No grites- le dijo la sombra- o tendré que llamar a los guardias. ¿A quién piensas que creerán?
– ¡No pienso ceder! ¡Yo no soy tu sombra!
Entonces, la sombra llamó a la guardia y les dijo:
– ¡Lleven en este exacto instante al calabozo a este hombre!
Los hombres obedecieron órdenes y la princesa, al ver a su prometido sin sombra, le preguntó:
– ¿Qué pasó? ¿Dónde está tu sombra?
– Ay… se volvió loca… ¡Fíjate que llegó a decir que de todos métodos era yo su sombra!
– Pobre…- respondió compasiva la princesa- ¡Le mandarías apresar!
– Por supuesto- respondió la sombra.
La casa encantada
Una muchacha tuvo una noche un extraño sueño: caminaba por un inhóspito sendero que ascendía por una colina y atravesaba un espeso bosque. Todo estaba en calma. Reinaba el silencio. Al llegar a la cima de la colina, había una pequeña casa blanca, cercada por un hermoso jardín. Llena de curiosidad, la joven llamó a la puerta. Abrió un adulto más grande que tenía una famosa barba blanca. Pero al comenzar a comentar, la joven se despertó, y no pudo continuar el sueño.
Aquel sueño comenzó a perturbar a la joven. No podía dejar de pensar en él. Por si eso fuera poco, durante las tres noches siguientes volvió a tener el mismo sueño. Otra vez se veía andando por aquel sendero, una vez más se encontraba con la vivienda blanca y siempre, siempre, se despertaba en el mismo instante, justo cuando comenzaba a comentar con el adulto más grande de la famosa barba blanca.
Algunas semanas después, la joven se dirigía en coche a la vivienda de unos amigos que daban una fiesta. Pero a mitad de sendero reconoció el sendero de su sueño, así que detuvo el coche y comenzó a subir por la empinada colina. Y allí estaba la vivienda blanca de sus sueños. No lo dudó y llamó a la puerta. Y sí, abrió el adulto más grande de la barba blanca. Ella aprovechó para preguntar:
– Dígame, adulto más grande, ¿se vende esta casa?
– Sí-contestó él- Pero no le sugiero que la compre…
– ¿Por qué?- se extrañó ella.
– Porque en esta casa habita un fantasma.
– ¿Un fantasma? ¿De quién?
– El de el.
Y el anciano cerró con suavidad la puerta.
Reflexiones sobre el cuento de miedo de La vivienda encantada
Esta extraña mezcla entre situación y el planeta de los muertos y fantasmas se ha utilizado muy en en todo momento en historias y películas. De este relato sacamos todas estas conclusiones:
– ¿Y si los muertos no supieran que están muertos?: en esta extraña historia, la joven personaje primordial de todos métodos está muerta y no lo sabe. Ella piensa que continúa en el país de los vivos. Hay películas muy reconocidas que tratan justo este tema, el de la delgada línea que divide la vida de la vida tras la muerte.
– La joven visitaba en sueños la vida: mientras que ella pensaba que la vivienda blanca era un fácil sueño, de todos métodos siempre que soñaba que llamaba a la puerta de la vivienda blanca, era su fantasma quien la visitaba. El adulto más grande que sí estaba vivo, tenía que aguantar cada día la intrusión del fantasma de la joven. Al fin consiguieron comentar y él le contó la verdad.
– La verdad muchas veces es realmente increíble: dicen que muchas veces mentimos para ocultar una verdad que duele, que es dura. En esta ocasión una vez más la verdad es realmente poco creíble, como muchas otras verdades. Tan increíble que cuesta asimilarla. Es una metáfora de cómo tantas oportunidades la verdad es la parte más extraña de una historia en donde costaría muy menos trabajo creer la versión falsa.