Había una vez un espacio donde vivían toda clase de criaturas fantásticas. Había hadas, brujas, brujos, trolls, magos, magas, dragones, gnomos, enanitos, elfos y algún otro ser imaginable.
Un día apareció por allí un ser verde y peludo, con enormes orejas y diminutos pies, con dos antenas en las que, parece ser, tenía el sentido del olfato.
Nadie le hacía caso, y eso que él se metía entre los demás seres, a conocer si alguien le decía algo. Pero nada, todo el planeta se volvía hacia otro lado, sin prestarle atención.
Un día, este ser ver y peludo se puso un poco pesado y terminó cansando a un hada, que le gritó:
-¡Vete, bicho raro!
Todos los demás seres comenzaron a corear lo mismo:
-¡Vete, bicho raro! ¡Vete, bicho raro!
El ser peludo y verde salió muy triste, porque vio a la multitud muy enojada con él. Por lo menos, pensó, ya tenía nombre: Bicho Raro.
Bicho Extraño siguió su recorrido entre los seres de aquel interesante lugar, pero en todas las partes le recibían igual:
-¡Vete, bicho raro! ¡Vete, bicho raro!
Bicho Extraño encontró una cueva solitaria y allí se escondió. Después de estar tres días y tres noches llorando sin frenos alguien le ha dicho desde el fondo de la cueva, con voz grave y profunda.
-¿Quién anda ahí, que no para de llorar? Llevo días oyendo pacientemente y por el momento no puedo más. Si deseas vivir aquí, puedo comunicar la cueva contigo, pero no llores.
Bicho Extraño se había quedado helado. Si hubiera podido mover un músculo habría salido de allí en un santiamén.
-No poseas miedo, amiguito -se oyó decir-. Voy a salir despacio. No quiero que te asustes. No voy a hacerte daño.
Poco a poco fue mostrándose un dragón verrugoso de color verde. Y si esto no fuera poco, el dragón se encontraba tuerto y cojo. No obstante, despedía un interesante olor a flores silvestres.
-¿Cómo te llamas? -preguntó el dragón.
-No tenía nombre hasta hace unos días, cuando la multitud empezó a llamarme Bicho Extraño -dijo asustado.
-Y, ¿qué haces por aquí? -preguntó el dragón.
-Busco un amigo, pero nadie me quiere -dijo Bicho Raro.
-Yo puedo ser tu amigo, si tú deseas -dijo el dragón.
-¿De verdad? -preguntó Bicho Raro-. ¿No te doy asco, ni te parezco bastante extraño?
-Yo podría preguntarte a ti lo mismo -dijo el dragón-. Pero, ¿tanto importa el aspecto? No puedo juzgarte solo por eso.
-Gracias, dragón -dijo Bicho Raro-. Vamos a ser amigos. ¿Cómo te llamas?
-No tengo nombre -dijo el dragón-. Puedes ponérmelo tú, si deseas.
-Entonces te llamaré Amigo -dijo el dragón.
-Gracias Bicho Extraño -dijo el dragón-. Es el más destacable nombre de todo el mundo.
Bicho Extraño ya tiene un amigo. Juntos pasean ocasionalmente fuera de la cueva, orgullosos de tenerse el uno al otro. Y si los demás se metían con él, o con ellos, ¡ni caso! ¡Ya les gustaría a ellos ser tan contentos como eran Bicho Extraño y el dragón Amigo!