¿No os habéis levantado alguna vez con el pie izquierdo?… Y es que en ocasiones, por más que uno lo intente, todo semeja estar en contra tuya.
Esto es precisamente lo que le ocurre al protagonista de nuestro cuento infantil de hoy: Claudio Tomares, un tipo con una profesión muy singular. Se trata de un payaso al que, por más que todo se le ponga cuesta arriba, siempre y en toda circunstancia va a llevar su sonrisa pintada en la cara.
Y no os cuento más. Deberéis leer entero este cuento si deseáis saber de qué manera termina el ajetreado dÃa de Claudio Tomares.
La ilustración es de Brenda Figueroa y el texto de MarÃa Bautista.
Cuento de «El ajetreado dÃa de Claudio Tomares»
La enorme panza del payaso Claudio Tomares subÃa y bajaba al son de su pesada respiración (por llamar de alguna forma a sus fuertes ronquidos) cuando el despertador en forma de sol sonó clamorosamente despertando a medio vecindario con su molesto rrrrrrrrrrring. A todo el vecindario menos a Claudio Tomares quien, habituado a no despertarse con sus ronquidos (que parecÃan rugidos, todo sea dicho), el sonido del despertador pasó plenamente inadvertido.
Asà que prosiguió sonando y sonando y sonando, ¡para desgracia de los vecinos que no paraban de oir aquel rrrrrrrrring molesto! Menos mal que en la casa de Claudio Tomares habÃa otro habitante más: Nito, su cánido salchicha, que harto de aquel sonido estridente se abalanzó cara Claudio Tomares y empezó a lamerle la cara.
– Puafff, Nito, deja ya de chupetearme los carrillos, ¿no ves que duermo? – afirmó con voz fatigada Claudio Tomares.
Y justo cuando se iba a dar la vuelta para proseguir con sus sueños y sus ronquidos, el despertador en forma de sol, que se habÃa tomado una pausa entre rrrrrrrrrrrrrrring y rrrrrrrrrrrrrrring, empezó a sonar clamorosamente. Claudio miró la hora, soltó una exclamación de fastidio:
– ¡Maldición! – exclamó mientras que su enorme barriga chocaba con el suelo al tratar de salir de la cama a toda prisa. – ¡Es muy, muy tarde!
Aquel era un dÃa esencial para Claudio Tomares: tenÃa un trabajo muy singular que hacer y no podÃa fallar. Mas el dÃa no podÃa haber comenzado peor. Ya no le darÃa tiempo a desayunar (con lo que le agradaba a Claudio Tomares desayunar) y deberÃa vestirse a toda prisa. ¡Y vestirse como payaso no era una cosa que uno pudiese hacer en cinco minutos! Todo precisaba su tiempo, sobre todo el maquillaje. Mas tiempo, justamente, era lo que no tenÃa Claudio Tomares: ¡¡llegaba tarde!!
Cuando al fin se arregló la peluca y se anudó los cordones de sus enormes zapatones de payaso, Nito empezó a mirarle con ojos lastimeros.
– Nitoooo, no me mires de esta manera. ¿No ves que llego tarde? Ahora no puedo sacarte al parque.
Pero tal era la cara de tristeza del pequeño cánido salchicha que a Claudio Tomares no le quedó más antÃdoto que buscar la correa y sacar a su cánido al parque.
– Está bien, una vuelta veloz, Nito. Mas solo pues has sido el que me ha despertado, que si no…
Sin embargo Nito no tenÃa ninguna pretensión de dar una vuelta veloz. Olfateó todas y cada una de las flores, olfateó todos y cada uno de los perros, olfateó a sus dueños y cuando el pobre Claudio Tomares estaba a punto de perder la paciencia, levantó su pata y ¡listo!.
– ¿Ya has acabado? – Claudio Tomares no hacÃa otra cosa que mirar su reloj con desesperación.
Pero Nito no habÃa acabado, todavÃa le quedaba buscar un sitio perfecto para… bueno, para eso que hacen los perros en la calle y que hacemos en el baño. Y lo procuró, y lo procuró y lo procuró y cuando Claudio Tomares estaba a punto de perder la paciencia ¡lo halló! Ahora podÃan regresar a casa.
Claudio Tomares llevó a Nito corriendo a casa y corriendo volvió a la calle, y corriendo salió tras el autobús que hizo su aparición. Si bien Claudio Tomares y su enorme panza no eran grandes atletas, los dos, panza y payaso, lograron subirse a tiempo al autobús número 23 que les llevaba a su destino.
– ¡Qué suerte! Ahora nada puede salir mal. Llegaré puntual.
Pero Claudio Tomares no contaba con un pequeño gran contratiempo: el tráfico. Cuando doblaron el rincón de la calle primordial el autobús 23 se paró en seco, rodeado de un montón de conductores malhumorados que no paraban de pitar y gruñir.
– ¡No llegaré jamás! ¿Qué hago?
Y si bien su panza, a la que no le habÃan dado de desayunar aquella mañana, se quejó bulliciosamente y trató de evitarlo, Claudio Tomares tomó una resolución veloz. ¡Si deseaba llegar a su destino debÃa bajarse de ese autobús y correr!
Y de esta manera lo hizo. Mas claro, Claudio Tomares no estaba muy habituado a correr (y no afirmemos ya su panza) con lo que pronto empezó a sudar y a sudar. Su maquillaje empezó a correrse por su cara y la peluca se le movió, tapándole parcialmente los ojos. De ahà que Claudio Tomares no vio el puesto de globos de el rincón y se chocó con él.
– Mis globos, mis globos – exclamó enojado el dependiente.
– Lo sientoooo – exclamó Claudio Tomares, sin peluca y sin dejar de correr.
Claudio Tomares dobló el rincón y vio que estaba a punto de llegar a su destino. Asimismo se dio cuenta de que uno de los globos del puesto le habÃa seguido. Se trataba de un enorme globo con forma de corazón y al verlo, Claudio Tomares sonrió: ya nada podÃa salir mal.
Y esta vez no se confundió. Claudio Tomares entró por la puerta del centro de salud 5 minutos después de lo que debÃa (solo cinco minutos, ¡menos mal!). Marcó el número 6 en el elevador y cuando las puertas de este se abrieron, vio a un conjunto de pequeños con esos pijamas azules que le ponen a los enfermos observando con mirada triste los corredores. De pronto, uno de aquellos pequeños se dio cuenta de la presencia de Claudio Tomares y le chilló al resto.
– ¡¡Ha llegado!!, ¡¡el payaso ha llegado!!
Todas aquellas miradas tristes se alumbraron y los pequeños empezaron a sonreÃr. Por un instante olvidaron el centro de salud, su cansancio, el dolor de sus operaciones y sus enfermedades y empezaron a aplaudir tan fuerte que al lado de aquellos aplausos, los ronquidos de Claudio Tomares parecÃan simples suspiros.
El payaso procuró entre sus bolsillo su enorme nariz roja y tomó aire ya antes de comenzar con su espectáculo de rechistes, tropezones y carcajadas.
Para que entonces le afirmaran sus vecinos que el trabajo de payaso no era un trabajo serio