Resumen de la película El apartamento

“Yo escribo pensando en la cámara, pero sin pasarme. La película triunfa a través de la historia, los individuos y los actores. No busco un movimiento de cámara original que no tenga que ver con la historia”
Billy Wilder

Billy Wilder inició su trayectoria como escritor de guiones, y es coautor del guion de todas sus películas como director. No es de extrañar por ello que concediera siempre colosal consideración al avance de escritura de sus películas, tendiendo a una escenificación “invisible” que posibilita que sus historias fluyan con colosal simplicidad frente el espectador. Sin embargo, esto no piensa que Wilder no impregne sus superiores películas de un personalísimo estilo que las hace realmente bien reconocibles también en el aspecto formal. El apartamento pertence a los superiores ejemplos de esta particular armonía entre guion y escenificación en la obra de Wilder.

Tercer trabajo en colaboración con el escritor de guiones I.A.L. Diamond, después de Ariane (1957) y la magistral Con faldas y a lo loco (1959), y consolidando una fructífera relación profesional que se iba a prolongar hasta prácticamente el desenlace de la carrera de los dos, con ocho títulos en total, El apartamento narra la patética historia de C.C. “Buddy” Baxter (Jack Lemmon) un miserable oficinista que cede su apartamento para las aventuras extramatrimoniales de sus superiores, con la vana promesa de hallar un ansiado ascenso. Desde esta rocambolesca línea argumental, Wilder nos ofrece una amarga comedia donde van a flote numerosos de los peores defectos de la sociedad norteamericana (y de algún sociedad de todo el planeta occidental), como son el egoísmo, la hipocresía, el materialismo o la insolidaridad.

Ya en el arranque de la película, y usando al máximo las configuraciones del formato panorámico, Wilder plasma de manera  ejemplar el que será uno de los temas puntales del film: la soledad del hombre en la sociedad actualizada. Una soledad que actúa tanto en la colosal oficina donde Baxter trabaja cubierto de una multitud de oficinistas anónimos (aquí una soledad “psicológica”, entre una multitud deshumanizada), como en el magnífico chato del mismo Baxter recostado en la mitad de una noche en el banco de un parque desierto, aguardando de poder regresar a su apartamento (fotograma 1). Únicamente un espacio va a quedar ajeno de esta escenificación “deshumanizadora”: el pequeño reducto del ascensor comandado por Fran Kubelik (Shirley MacLaine). Es allí donde Wilder se posibilita ubicar la cámara a la altura de los ojos de sus individuos, encuadrándolos en un chato corto que los aísla del resto de “pasajeros”, para así individualizarlos en relación a la masa estudio (fotograma 2). Y pasa que Baxter y Fran, individuos de una ingenuidad apasionante, representan para Wilder la última ocasión de promesa frente a la sociedad materialista y deshumanizada que la película retrata.

El apartamento es en este sentido una ‘comedia triste’, que sitúa al espectador en una incómoda posición entre la hilaridad y la compasión que hace su personaje primordial. Esto es aparente en la mayoría de ocasiones de la sección primera del film: los malentendidos con el matrimonio vecino de Baxter (que le tienen por un juerguista empedernido), los desesperados intentos de éste por “cuadrar la agenda” de reservas de su apartamento, o la escena donde el personaje primordial es seducido por una solitaria y madura mujer (magnífica Hope Holiday) durante la noche de navidad. Ocasiones todas ellas rodadas desde un actitud de profunda cooperación por parte del director, en las que el humor hace aparición ‘a pesar’ de los individuos. Todo lo contrario a eso que pasa con la insuperable mirada de Wilder hacia los individuos del ámbito laboral de Baxter, principalmente hacia Jeff D. Sheldrake (Fred MacMurray – fotograma 3), un sujeto repudiable y carente de escrúpulos para el cual el director no reserva la más mínima indulgencia (una mirada muy distinta a la que aplica a parte considerable de los individuos “negativos” de su filmografía: piénsese sin ir más lejos en los mafiosos de Some like it hot, a los que Wilder retrata con mucha más simpatía).

De hecho, mientras el conflicto sentimental entre el triángulo Baxter-Fran-Sheldrake va tomando consideración, la película se va despojando del tono de comedia inicial y adopta las formas de un peculiar melodrama con tintes de cuento infantil (hay un poco del personaje de la Cenicienta, en la combinación de la pareja protagonista), lo que posibilita a Wilder justificar un indudable maniqueísmo en el dibujo de los individuos (la cándida inocencia de Baxter y Fran en contraposición a la mezquindad de Sheldrake y del resto de jefes del departamento). Un tono de cuento que enseña de igual modo la completa sepa de referencias sexuales en la relación entre la pareja personaje primordial, tanto por lo cual observamos en la película como por lo cual el desenlace de la misma nos deja adivinar: sin lugar a dudas Baxter no despierta gigantes pasiones físicas en Fran (en un momento de la película ella se lamenta frente el pobre Baxter de “no poder enamorarse de alguien como él”) pero en el desenlace la amabilidad y la honestidad del personaje primordial se imponen a otras pulsiones más perentorias y la hermosa ascensorista elige jugar la partida de cartas que le da el bueno de Baxter, de esta manera que observamos en el magnífico final de esta espléndida película (fotograma 4).