Bessie y Dude tampoco pensaban quedarse en el hogar mientras el coche nuevo pudiera caminar, y el viaje a Augusta no les había hecho perder el entusiasmo por los viajes. Pensaban que haber doblado el eje delantero, rajado el parabrisas, rayado la pintura, estropeado los asientos y perdido la rueda de repuesto no eran más que percances corrientes cuando se viajaba en automóvil. Al aplastarse el guardabarros delantero y romperse el elástico de atrás, había disminuido el primer entusiasmo de todos, y después del primer incidente, cuando Dude chocó con la parte posterior de un carro cerca de McCoy y mató al negro, algún otra cosa que le pasara al coche no tenía ya más grande consideración.
(Erskine Caldwell)
Georgia, 1932, época de la Enorme Depresión.
Los Lester, una familia sureña sumida en la pobreza, habitan en una casa sucia y destartalada, con el techo hundido y goteras por doquier. Su patriarca, el inolvidable Jeeter Lester, un adulto mayor inútil, ruin y sin escrúpulos, vive anclado en tiempos superiores, cuando subsistía debido al cultivo de algodón. Su mesa está vacía, no posee un centavo y no hace ningún esfuerzo para conseguir el soporte de los suyos; un grupo de perdedores sin ambiciones ni perspectivas de futuro.
Todo comienza con la visita de su cuñado. Lov Bensey está casado con la hija menor de Lester; una fierecilla de 12 años llamada Pearl, rubia y de ojos azules, que solamente le dirige la palabra y se niega a consumar el matrimonio. Lov quiere que su suegro interceda a su favor, que lo ayude a atar a la cama a la muchacha para lograr controlarla. Un saco de nabos desencadenará la historia: desde la primera página podemos encontrar el humor negro y soterrado que nos acompañará a lo largo de la narración, ocasiones que rayan el esperpento —cualquier hecho, por mundano que sea, se transforma en una odisea—, y una secuencia de diálogos que se repiten hasta la saciedad para llevar a cabo hincapié en la ignorancia de sus individuos.
Los Lester no tienen desperdicio: la abuela Lester, a la que todos ignoran y quieren una muerte instantánea para que cese de incordiar; Ada, mujer del personaje principal, cuya máxima ambición es que la entierren con un vestido digno el día de su funeral; Ellie May, una muchacha de dieciocho años con el labio leporino, fea como el pecado, que no consigue hallar marido y Dude; un jóven medio retrasado que lo único que quiere es tocar la bocina del nuevo y flamante Ford que le ha comprado la hermana Bessie; una predicadora que lo ha obligado a casarse con ella a la fuerza. Sin lugar a dudas alguna, la endogamia ha provocado estragos en la región.
Jeeter intenta ganarse el soporte vendiendo leña, mientras que repare las ruedas de su coche, cosa que jamás hace. La mayoría de sus vecinos, al conocer que la vida rural estaba agotada, han marchado a Augusta para trabajar en hilanderías. Lester, en cambio, se niega a dejar unos terrenos que jamás volverán a ser fértiles, soñando el modo de plantar algodón con el mínimo esfuerzo. Nadie le adquisición el roble enano porque es duro como el hierro y no arde en condiciones. Aloja la promesa de que Dios, después de castigarle por todos sus errores con años de pobreza, lo recompense con la sobreabundancia. Hasta entonces, el hambre y la necesidad consumen a sus familiares, aspecto que no se ve importarle. El resto de sus hijos que tuvieron la lucidez de salir de aquellas tierras, no han vuelto a sostener relación con su padre y tampoco les atrae su destino. Jeeter está atrapado contra las cuerdas pero es bastante indolente para llevar a cabo algo sobre esto.
El ámbito de la novela —entre campos, pantanos, juncos, bosques y cargaderas de carbón—, nos traslada al Sur estadounidense donde familias intensamente religiosas, brutales y sin cultura, malviven cultivando algodón, vendiendo leña o deslomándose en fábricas. Sus individuos, sin excepción, son repugnantes, motivados por el egoísmo, la codicia y el interés. Más allá de ello, en ningún instante, estamos incómodos. La barbarie no posee porqué estar reñida con la comicidad.
Erskine Caldwell realizó un brillante estudio sobre la época: el retrato inmisericorde de una sociedad decadente, moralmente putrefacta, incapaz de ajustarse a los cambios. Aunque parezca increíble, la obra triunfó en las listas de ventas, fue llevada al teatro a lo largo de años y se convirtió en un clásico de las letras americanas. Su mensaje no ha perdido un ápice valor: el pasado es un vivo reflejo de nuestro presente; la desaparición del sueño de oro americano es un hecho indiscutible.
Enviado por:
Alexis Brito Delgado
Curiosidades:
– Adjuntamos el link a la página web de Alexis Brito Angosto, el creador de esta reseña:
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