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El hombre que se creĂa sabio
Adaptación de la fábula de Tomás de Iriarte
VivĂa en la capital de España un hombre al que todos consideraban un zoquete, mas que era enormemente rico. Su casa era un palacio rodeado de jardines en el centro de la capital. Cualquiera que llegaba a esa mansiĂłn, con solo echarle una ojeada a la testera, imaginaba que alguien muy importante y distinguido vivĂa allá.
Una vez dentro, cada salĂłn era más grande y aparatoso que el precedente. Enormes lámparas de cristal colgaban de los techos y deliciosos muebles llenaban todos y cada uno de los espacios. Estaba claro que el dueño no habĂa escatimado dinero en edificar de las mejores casas del paĂs.
Un dĂa, un amigo le visitĂł. RecorriĂł todas y cada una de las estancias y con determinada extrañeza, le hizo un comentario que le descolocĂł.
– ¡Tienes una casa increĂble! Se aprecia que has mandado traer esplĂ©ndidos objetos y las mejores antigĂĽedades de los más reservados lugares del planeta, mas no he visto ni un libro en toda la casa… ÂżDe quĂ© manera es posible que no tengas una buena compilaciĂłn? – afirmĂł enarcando las cejas con ademán de sorpresa – Los libros son los mejores maestros que existen, puesto que resuelven todas y cada una de las dudas, abren la psique a nuevas ideas y nos acompañan toda la vida.
– Llevas razón – respondió el hombre rico, caviloso – ¿De qué manera es que no se me ha ocurrido ya antes?
– Bueno… AĂşn estás a tiempo. Tienes espacio de más para edificar una librerĂa y llenarla de libros interesantes.
– ¡SĂ, eso voy a hacer! Ya mando llamar al mejor ebanista de la urbe para que haga una librerĂa de madera pulimentada durante toda la pared del salĂłn primordial. DespuĂ©s, me encargarĂ© de adquirir cuando menos 12 mil libros que engloben todos y cada uno de los temas, desde las ciencias a la astronomĂa, pasando por el arte, la cocina y los viajes ¡Que no se afirme que no soy un hombre culto!
Pasaron los dĂas y los inmensos anaqueles estuvieron de manera perfecta terminados ¡Ya solo le faltaba poner en ellos los libros!
– Uf, quĂ© vagancia tener que ir a adquirir tanto libro… – pensĂł el dueño de la casa – ÂżNo va a ser mejor poner libros falsos? Realmente, quedarán igualmente bien y adornarán magnĂficamente el salĂłn.
Lo pensĂł a lo largo de un rato y al final se decidiĂł.
– ¡SĂ, eso voy a hacer! InformarĂ© al pintor que acostumbra a trabajar para mĂ y le afirmarĂ© que coja tacos de madera de diferentes tamaños, que los cubra con piel y despuĂ©s escriba uno a uno, con letras doradas, el tĂtulo de los libros más esenciales de la literatura vieja y moderna ¡Van a parecer tan reales que absolutamente nadie apreciará la diferencia!
Tres meses despuĂ©s, el pintor habĂa concluido su trabajo. El dueño de la casa pensĂł que la obra habĂa quedado tal como deseaba. Uno podĂa acercarse a 3 centĂmetros y no caer en la cuenta de que los libros eran de patraña.
– ¡QuĂ© muy elegantes quedan en mi salĂłn!– se complacĂa – No falta ni un libro esencial, están todos acá.
Tan satisfecho se sentĂa, que una y otra vez hacĂa un repaso de todos y cada uno de los tomos, hasta el punto que se aprendiĂł todos y cada uno de los tĂtulos de memoria.
– ¡Fabuloso! Conozco todos y cada uno de los libros que tengo en la librerĂa. Ahora no soy Ăşnicamente un hombre rico, sino más bien un hombre sabio.
Y acá acaba la historia de este hombre, rico mas memo, al que realmente, aprender le daba lo mismo. No fue más sabio por saberse los tĂtulos, sino más bien más ignorante por menospreciar todo lo que en ellos se aprende.
Moraleja: la autĂ©ntica sabidurĂa se adquiere leyendo las cosas que a uno le interesan y le aportan ideas y nuevos conocimientos.
El hombre que se creĂa sabio
(c)
CRISTINA RODRĂŤGUEZ LOMBA