El león y la cebra

Había una vez un león que presumía de ser el animal mejor dotado de todo el planeta. Nadie se atrevía a llevarle la contraria, ya que todos saben lo fiero que es un león.
Un día, mientras el león recordaba a todos los demás animales lo espectacular que era, apareció por allí una cebra. La cebra había visto varios leones, pero ninguno tan presumido como aquel. Y decidió retarlo, para ofrecerle una lección.
-Seguro que hay algo en lo que yo soy mejor que tú -dijo la cebra al león.
-Te doy tres chances para que me lo demuestres, cebra-dijo el león-. Si no logras ser mejor que yo en algo, serás mi cena.
-Está bien, acepto -dijo la cebra-. Aunque me bastará con una. Eso sí, si gano yo, tú serás mi servidor por lo que te resta vivir.
-Está bien, cebra -dijo el léon-. Empecemos, que se me está realizando la boca agua solo de suponer en la cena. ¿Qué crees que eres con la capacidad de llevar a cabo mejor que yo?
-Yo soy muy rápida -dijo la cebra-. Seguramente corro más rápidamente que tú.
-Está bien -dijo el león-. Vamos a verlo. Echemos una carrera. Hasta esos árboles.
El león y la cebra se prepararon. Una jirafa dio la salida. La cebra corrió como si la persiguiera un león. Pero el león no se encontraba detrás de ella. Era verdaderamente rápido. Tanto que llegó antes que la cebra.
La cebra se encontraba desconcertada. Ella siempre había sido la más rápida de todas. Pero en esta ocasión no había podido correr más que el león.
-Jajaja -rió el león-. Menos mal que te dí tres oportunidades. Vamos, venga, dime otra cualidad donde crees que me superas.
-Soy más fuerte que tú -insistió la cebra-. Si corremos una distancia más extendida en el final ganaré yo, porque tú te cansarás antes.
-Está bien, cebra -dijo el león-. Correremos hasta uno de los dos se agote.
Y eso hicieron. Pero en el final la cebra se cansó antes que el león, que era verdaderamente. La cebra se encontraba verdaderamente cansada. Solo le quedaba una ocasión, y tenía que aprovecharla.
-Vaya festín que me voy a ofrecer en un ratito, cebra -dijo el león, relamiéndose-. Te queda una última ocasión.
-Esta bien, león -dijo la cebra-. ¿Qué es lo que haces para espantar a otros animales?
-Rugir -dijo el león-. Mi rugido asusta a todos.
-Está bien -dijo la cebra-. Utilizemos a la vez nuestra estrategia para espantar a quienes nos molestan. El que quede fuera de combate pierde.
El león se preparó y empezó a rugir. Entretanto, la cebra se dio la vuelta y le dio una coz en toda la boca tan fuerte que no solo lo logró callar, sino que lo derribó.
-¡Eso fué trampa! -dijo el león, cuando consiguió volver como estaba.
-De eso nada -dijo la cebra-. La prueba no consistía en rugir más fuerte.
-Tenías que haberlo explicado mejor -dijo el león.
-No, tú tenías que haber puesto más atención -dijo la cebra-. Te lo tienes tan creído que has olvidado prestar atención. No he ganado por ser más lista, sino porque he aprovechado tu debilidad. En este momento serás mi siervo, como quedamos.
Al león no le quedó más remedio que cumplir su promesa. Quizás fuera el más fuerte, el más fiero, el más rápido o el más hermoso. Pero si se hubiera preocupado por ser el más listo esto no le hubiera pasado.

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