Miguel se encontraba paseando felizmente por la finca de los abuelos. Miraba a todas partes como si fuera ra la primera oportunidad que le llevaban. De todos modos había estado frecuentemente, pero era tan pequeño que no se acordaba, y todo le parecía nuevo.
De repente, Miguel alzó la visión y vio un enorme árbol lleno de flores de blancas.
-¡Mamá, mira! -dijo Miguel-. El árbol está lleno de flores.
Era la primera oportunidad que Miguel veía flores en los árboles. Miguel solía ver flores en la tienda de flores, en el autoservicio, en algunos jardines o en el campo. Ver las flores en aquel árbol tan enorme le llamó bastante la atención.
-¿Me recoges para que logre arrancar alguna? -dijo Miguel.
-Las flores de los árboles no se tienen que arrancar, Miguel -dijo mamá-. Para disfrutarlas hay que dejarlas en el árbol.
A Miguel le pareció buena iniciativa, y se pasó la tarde observando las flores del árbol. Jamás había visto unas flores así. ¡Eran tan bonitas!
Varias semanas después, Miguel volvió a ir con sus papás a la finca de los abuelos. En relación bajó del coche, el niño fue corriendo a conocer el árbol de las flores blancas. Pero no quedaba ninguna.
-¡Mamá! -gritó Miguel-. ¡Han robado las flores! ¡Han robado las flores!
-¿Qué habrá pasado? -preguntó mamá-. Esto sí que es extraño.
-Voy a investigar -dijo Miguel.
Miguel encontró algunos pétalos en el suelo, pero no consiguió ninguna pista que le indicara dónde se habían llevado las flores.
Triste por no haber encontrado nada, Miguel se dirigió al árbol. Al ver hacia arriba otra vez, el niño vio que el árbol se encontraba lleno de algo que parecían bolitas.
-¡Qué extraño! -pensó Miguel. Pero justo en ese instante su madre se encontraba llamándole. Era hora de volver a casa.
Días después Miguel volvió a la finca de los abuelos. El niño volvió corriendo a conocer el árbol, a conocer si le había salido flores otra vez. Pero lo que se encontró era muy distinta.
-¡Mamá! -gritó-. El árbol está cargado de bolitas rojas. Cuelgan como si fueran atentos. Varios atentos.
-Son cerezas -le ha dicho el abuelo-. Esas bolitas son cerezas. ¿Quieres comer algunas? ¡Están buenísimas!
Miguel se encontraba raro. ¿Cerezas? Miguel había visto cerezas en la frutería, en cajas, con otras frutas. El abuelo se percató de que había algo que Miguel no entendía y le explicó esto:
-Las cerezas son frutas. Como las manzanas, las peras, o los plátanos. Y las frutas se cogen de los árboles.
-¡Qué divertido! -dijo Miguel-. Pero, ¿de dónde van las frutas? ¿Aparecen con magia?
-No, Miguel -dijo el abuelo-. Las cerezas hacen de las flores.
-Entonces, ¡nadie robó las flores! -exclamó Miguel.
-Y por eso tu mamá no quiso que cogieras ninguna -dijo el abuelo.
-¡Es genial! -dijo Miguel-. ¿Me recoges para que yo logre coger las cerezas, abuelo?
-Mejor aún, voy a por una escalera y te ayudo a subir -dijo el abuelo.
Miguel estuvo toda la tarde recogiendo y comiendo cerezas. Eso sí, con bastante precaución de no tratarse la semilla.
Después de un rato comiendo, Miguel le preguntó a su abuelo:
-Abuelo, por qué las cerezas tienen dentro un hueso?
-Es es una semilla -dijo el abuelo-. Si la plantas bien, de ahí puede salir otro árbol.
-¿De verdad? -dijo Miguel-. Ya que las voy a plantar todas.