«El pato feo» es, al lado de otros cuentos tradicionales como «Los tres cerditos«, uno de los que personalmente me agradan mucho, pues enseñan a los pequeños una serie de valores esenciales. En un caso así charlamos de la autoestima, algo esencial de promover en los pequeños desde el instante en que son pequeñísimos.
Cuento: «El Patito Feo»
Bañada de sol se levantaba una vieja mansión solariega, y era allá donde cierta pata había hecho su nido. Ya era tiempo de más a fin de que nacieran los patos, mas se retardaban tanto, que la mamá empezaba a perder la paciencia, puesto que prácticamente absolutamente nadie venía a visitarla.
Al fin los huevos se abrieron uno tras otro. “¡Pip, pip!”, afirmaban los patos conforme iban asomando sus cabezas a través del cascarón.
–¡Oh, qué grande es el planeta! -afirmaron los patos.
–Bueno, espero que estén todos -añadió la mamá pata, levantándose del nido-. ¡Ah, mas si aún falta el más grande! ¿Cuánto va a tardar todavía?
Y fue a sentarse nuevamente en su lugar.
Por fin se rompió el huevo. “¡Pip, pip!”, afirmó el pequeño, volcándose del cascarón. La pata vio lo grande y feo que era, y exclamó:
–¡Santo dios, qué pato tan enorme! No se semeja a ninguno de los otros.
Al otro día hizo un tiempo fantástico. El sol relucía en las verdes hojas enormes. La mamá pata se aproximó al foso con su familia y, ¡plaf!, brincó al agua.
-¡Cuac, cuac! Vamos, vengan conmigo y déjenme enseñarles el planeta y presentarlos al corral entero. Mas no se aparten mucho de mí, no vaya a ser que los pisen. -llamaba. Y uno tras otro los patos se fueron abalanzando tras ella. Hasta el pato feo y gris nadaba con los otros.
Todos obedecieron, mas los otros patos que estaban allá los miraron con menosprecio y exclamaron en alta voz:
-¡Vaya! ¡Tal y como si ya no fuéramos bastantes! Ahora deberemos rozarnos asimismo con esa morralla. ¡Uf!… ¡Qué pato tan feo! No podemos aguantarlo.
-¡Qué bonitos pequeños tienes, chavala! -afirmó la vieja pata de la cinta roja-. Todos son muy bellos, salvo uno, al que le noto algo extraño. Me agradaría que pudieses hacerlo nuevamente.
-Eso ni pensarlo -afirmó la mamá de los patos-. No es precioso, mas tiene buen carácter y nada tan bien como los otros. Estuvo en el cascarón más de lo preciso, de ahí que no salió tan precioso como los otros.
Y con el pico le acarició el cuello y le alisó las plumas.
Pero el pobre pato que había salido el último del cascarón, y que tan feo les parecía a todos, no recibió más que picotazos, empujones y mofas, lo mismo de los patos que de las gallinas.
Así pasó el primero de los días. En los días siguientes, las cosas fueron de mal a peor. El pobre pato se vio acosado por todos. Aun sus hermanos y hermanas lo maltrataban en ocasiones y le decían:
-¡Esperemos te agarre el gato, grande!
Entonces el pato escapó del corral. “¡Es pues soy tan feo!” pensó el pato, cerrando los ojos.
Y de esta manera fue como el pato se fue. Nadó y se zambulló; mas ningún ser viviente deseaba tratarse con él por lo feo que era.
Pronto llegó el otoño. Cierta tarde, mientras que el sol se ponía en un fantástico crepúsculo, surgió de entre los arbustos una bandada de grandes y bellas aves. El pato no había visto jamás unos animales tan magníficos. Eran de una blancura reluciente, y tenían largos y esbeltos cuellos. Eran cisnes. Al unísono que lanzaban un fabuloso grito, extendieron sus largas, sus espléndidas alas, y remontaron el vuelo, apartándose de aquel frío cara los lagos abiertos y las tierras cálidas.
¡Qué frío se presentaba aquel invierno! El pato se veía forzado a nadar incesantemente para impedir que el agua se congelase en torno suyo.
Pero sería demasiado atroz describir todas y cada una de las miserias y trabajos que el pato debió pasar a lo largo de aquel crudo invierno. Había buscado cobijo entre los tallos cuando las alondras empezaron a cantar y el sol a calentar de nuevo: llegaba la preciosa primavera.
Entonces, de súbito, probó sus alas: el zumbido que hicieron fue considerablemente más fuerte que otras veces, y lo arrastraron de manera rápida a lo alto.
Y en eso brotaron frente a él de la espesura 3 bellos cisnes blancos.
-¡Voy a volar hasta esas regias aves! -se afirmó.
Y de esta manera, voló hasta el agua y nadó cara los bellos cisnes. Cuando lo vieron, se le aproximaron con las plumas encrespadas.
-¡Sí, mátenme, mátenme! -chilló la desdichada criatura, inclinando la cabeza cara el agua en espera de la muerte. Mas, ¿qué vio allá en la inmaculada corriente? ¡Era un reflejo de sí, mas no ya el reflejo de un pájaro torpe y gris, no, sino más bien el reflejo de un cisne!
Poco importa que se nazca en el corral de los patos, toda vez que uno salga de un huevo de cisne.
En el jardín habían entrado unos pequeños que lanzaban al agua pedazos de pan y semillas. El más pequeño exclamó:
-¡Ahí va un nuevo cisne!
Y los otros pequeños corearon con chillidos de alegría:
-¡El nuevo es el más precioso! ¡Qué joven y esbelto es!
Era muy, mas muy feliz, si bien no había en él ni un pellizco de orgullo, puesto que este no cabe en los corazones benevolentes.
-Nunca soñé que podría haber tanta dicha, allí en los tiempos en que era solo un pato feo.
Moraleja de «El Patito Feo»
El cuento de El Patito Feo es uno de los cuentos infantiles de Hans Christian Andersen más educativos , puesto que se considera una metáfora de lo bastante difícil que resulta en ocasiones para los pequeños la etapa de desarrollo. Ser diferente a los demás no debe abochornar a absolutamente nadie, y mucho menos a los pequeños, puesto que de eso depende el de qué manera encaren su porvenir.
La moraleja de este cuento del pato feo, es que poco importa nacer en el corral de los patos, toda vez que uno salga de un huevo de cisne, y eso nos trae la esperanza de que el ser diferente puede repercutir en un futuro refulgente.
Si vuestro hijo está triste pues se siente diferente, no dejéis jamás de decirle lo singular que es para vosotros y contadle el cuento de El Patito Feo.