Tipificar los films de Jerry Lewis como “cómicos” es pernicioso: origina la ansiedad de la risa, que puede no mostrarse, o llevarlo a cabo de forma obligada en el espectador. El estigma del personaje de Jerry Lewis como clown “idiota” (“cuando dirijo, hago de padre; cuando escribo, hago de hombre; cuando actúo, hago el idiota”) cultiva una observación unidireccional hacia sus películas que consolida un imaginario colectivo desacertado del que se resiente su cine. Si se descodifican los films de Lewis, al opuesto de quedarse huérfanos de un género que les garantice una clasificación en la historia del cine (necesaria para sostener en vida a varios films irrelevantes; véase la situacion de Un Homme et une Femme – Claude Lelouch, 1966 – como cine romántico), se convierten en lo que verdaderamente son: un enigma a conocer y, al fin y al cabo, a probar. The Ladies Man es un drama y no es una película cómica, ni tan únicamente una comedia. Pero también es todo y nada de esto a la vez. Constituye un universo complejo. Los gags visuales siempre son externos, la actuación de Jerry Lewis siempre es histriónica, los colores intensos y vivos. Y detrás de todo ello, solamente explícito, existe la actitud de un transgresor y la aptitud de un visionario. Las analogías reverdecen: Jerry Lewis está en el mismo chato que Kafka o Robert Walser. Y es en esta región sombría donde debería ser tratado. Si no hay universo personal y autónomo no se generan sinergias con terceros artistas. Así se lo demostró Kafka a Orson Welles en El Desarrollo (1962). Al opuesto, si existe universo autónomo puede producirse la ósmosis creativa y la transferencia. Así Poe en Fellini con Toby Dammit (1968). Y aquí estamos fuera de todo el mundo de las adaptaciones. El sendero es otro. El medio para hablar con Kafka (o Poe, o Walser) no es la adaptación sino la autonomía creativa. Y Lewis ingresa a Kafka y a Walser por su singularidad artística y sin obligación de proponerlo, ni buscarlo, ni desearlo. Son mundos autónomos y afines. El punto de partida de Jerry Lewis está fuera de la película: la normalidad instaurada está construída y transformada por flujos permanentes de disparidad y desequilibrios. Desde esta idea mental, y en la mayoría de sus películas pero en especial en The Ladies Man, Lewis crea un sistema en que no enfrenta normalidad con anormalidad, ni su personaje de Herbert H. Herbert constituye el conducto de accesión al territorio de la anormalidad, sino que la disparidad y el desequilibrio es “lo normal” y la ejercen, no sólo Herbert H. Herbert, sino todos los individuos que de manera inseparable tienen su parcela de desequilibrio. Herbert H. Herbert no duda en tirarse en brazos de Kate (Kathleen Freeman), que tampoco duda en llevarlo en brazos hasta dentro del hall de la vivienda de señoritas (fotograma 1). Cuando Herbert H. Herbert libra la correo puerta a puerta a las chicas de la vivienda, todas ellas exhibe su obsesión personal (incluso una de ellas es el trasunto de Marylin Monroe) hasta el cénit de que una chica le hace interpretar, unos cuantos ocasiones, a un personaje de la obra que está ensayando (fotograma 2).
En varios puntos Jerry Lewis es más complejo que Jacques Tati, en el que su personaje de Monsieur Hulot tiene una esfera muy acotada y mínima: es un personaje cándido y afable, episódico de un verano o de un día de fiesta, que, en un mundo normalizado, crea pequeños desequilibrios. Por el opuesto los individuos conformados por Lewis (como Herbert H. Herbert en The Ladies Man) se han de combatir al planeta en su totalidad: la vida popular, laboral y amorosa. Tienen dentro un punto de acción belicoso, siempre hacia adelante y jamás hacia atrás. Son individuos prácticos y resolutivos aunque de poca o nula efectividad en sus quehaceres. Pero toman elecciones y las ejecutan con celeridad. Así, en un elíptico y rápido encadenado de ocasiones, Herbert H. Herbert se gradúa, es víctima de un desengaño amoroso, se despide de sus padres y a continuación se dispone a buscar trabajo (fotograma 3). El deseo integrador de Herbert H. Herbert como ser popular acarrea el ingreso al planeta laboral (es contratado como asistente en una vivienda de chicas, cuando Herbert haya recitado sus referencias laborales en un monólogo parejo al teatro del absurdo de Ionesco) y, consecuentemente, a la burocratización y mecanicidad en su vida: Herbert H. Herbert es un ser automatizado por unos horarios y unas tareas contra las que no se rebela sino que, al opuesto, intenta realizar rigor; y sólo quiere zafarse de ellas y escaparse de la vivienda de señoritas, infructuosamente, cuando se siente intimidado por su presencia física y sexual, lo que le hace exclamar sin rubor una llamada a grito de su “Mamá”. No obstante la “Mamá” de Herbert H. Herbert (acidez de Lewis: interpretada por él mismo) es un ser idiotizado; por lo cual en el fondo Herbert H. Herbert no posee ningún punto de referencia y es echado al planeta exterior sin asideros. Por esto, el gag del inicio del film, en el que en una calle desierta y pacífica de repente se suceden un seguido de accidentes ciudadanos, acarrea e comunica implícitamente de la vorágine donde va a tener que confrontar Herbert H. Herbert (fotograma 4). Los “gags” no conforman distorsiones a la verdad o al orden, sino más bien son elementos armónicos con el planeta de Jerry Lewis. El absurdo y la fantasía son inherentes, y no elementos externos del contexto desarrollado. Tienen el mismo valor, con independencia de la inspiración en la elaboración y resultado del gag, tanto las mariposas disecadas que echan el vuelo cuando Herbert H. Herbert intenta limpiar el cuadro donde están expuestas, como la cama donde duerme Herbert H. Herbert cuyo colchón va hundiéndose hasta quedar a ras de suelo.
Ni tan siquiera hay cooperación o identificación con el espectador: al opuesto de la mayoría de los individuos cómicos de la historia del género, Jerry Lewis crea un Herbert H. Herbert antipático y prosaico, en absoluto gracioso. No hay más que ver sus tendencias: el fervor que exhibe Herbert H. Herbert, tanto frente el espectáculo televisivo que se lleva a cabo en homenaje a la dueña de la vivienda por ser en otra época una sustancial artista de ópera, que otorga a lugar a que Herbert H. Herbert se entrometa e invada el chato cuando no le se ajusta a él, sino a la vieja artista, como cuando Herbert H. Herbert está con George Raft, al que toma con un interés inusitado hasta el punto de llegar a ofrecer unos pasos de baile con él. Herbert H. Herbert no ya no es un personaje deslumbrado por la popularidad (fotograma 5). Veintiún años después, Herbert H. Herbert se convertirá en Rupert Pupkin (Robert De Niro) en The King Of Comedy (Martin Scorsese, 1982) donde el cálido aprecio por la popularidad y el éxito sube a cotas arribistas.
De todo ello, se infiere de The Ladies Man un sendero abyecto hacia la madurez nada conciliador y del todo corrosivo: tras el frívolo espectáculo televisivo desplegado en la vivienda, Herbert H. Herbert tiene un sueño erótico en el que no se le aparecerá ninguna de las chicas de la vivienda, sino que soñará con una dominatrix (una suerte de cruce entre María Félix y Cyd Charisse) que con la cara como una máscara seducirá al personaje principal. Las máscaras como maneras de enmascarar la personalidad y la popularidad conseguida a través del medio televisivo serán los caminos que alumbrarán la madurez de Herbert H. Herbert.
Jordi Torras Pous
© cinema fundamental (julio 2015)
Puntuación Jordi Torras: 9
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