Resumen de la película En el curso del tiempo

“Mis individuos no van a ninguna parte, quiero decir que no es importante para ellos llegar a ninguna parte. Lo que es importante es tener el ‘punto de vista’ acertado, el estar en sendero. Estar en marcha es su aspiración. A mí también me gusta muy eso, no ‘llegar’ sino ‘ir’. Eso es lo importante para mí, estar en movimiento”
Wim Wenders

Si hay una película en la filmografía de Wim Wenders que ilustra a la perfección las expresiones del director alemán, ésta es sin duda En el curso del tiempo, magnífica roadmovie a lo largo de la frontera entre ámbas Alemanias de mediados de la década de los setenta que servirá de ámbito (como es de rigor en el género) para el viaje interior de sus dos protagonistas: Bruno (Rüdiger Vogler), un solitario proyeccionista que se gana la vida arreglando los proyectores de los cines de los pequeños pueblos de la región, y Robert (Hanns Zischler), un médico en la mitad de una crisis sentimental (y vital) a raíz de su separación matrimonial (fotograma 1).

Pero, además de una espléndida roadmovie, En el curso del tiempo es también un hermoso y nostálgico homenaje a una forma de vivir y abarcar el cine que Wenders, con extraordinaria clarividencia, ya auguraba como agonizante (y que el paso de los años, desgraciadamente, no logró sino corroborar). Una observación melancólica (apoyada en la increíble la fotografía en blanco y negro de Robby Müller) plagada de instantes en los que el director se ve reivindicar con alguna tristeza la pureza de la tantas oportunidades maltratada imagen cinematográfica. En este sentido, son elocuentes el prólogo y el epílogo con que Wenders abre y cierra la película: sendas secuencias en las que Bruno conversa con dos viejos proyeccionistas (personajes extraídos de la vida real) que se lamentan de “la estupidez de las películas contemporáneas que sólo hace que embrutecer al público”.

Tras el mencionado prólogo con el primero de los proyeccionistas, el film empieza con la hilarante secuencia donde, mientras se está afeitando en la cabina de su camión, Bruno mira alucinado el automóvil de Robert amerizando a toda agilidad en el río que cruza la vieja carretera donde están. Desde este momento, y durante los siete días en los que avanza la historia, Robert es acogido por Bruno en el camión con el que recorre los cines de la región, instalándose en una clase de tiempo muerto que le permitirá reflexionar y por último combatir numerosos de los temas alerta de su pasado que le previenen salir adelante en su avance existencial (el chato de Robert, justo después de salir a nado del río, acurrucándose en el taburete del copiloto con la luz del sol sobre su rostro, transmite con extraordinaria fisicidad la sensación de extraño confort donde se ve instalarse el personaje en ese momento – fotograma 2).

“En Génova me he separado de mi mujer”, le enseña Robert a Bruno durante el segundo día de viaje. “Eso no te lo he preguntado. No necesitas contarme tu historia”, responde cortante el conductor. “¿Qué tienes ganas de entender?”. “Quién eres”. “Yo soy mi historia”, sentencia lacónico Robert.

Justamente, mientras Robert es un personaje que debe combatir su pasado para arreglar su crisis presente, Bruno sigue con vida refugiado en el mínimo espacio físico de la cabina de su vehículo (significativamente, un viejo camión de mudanzas reconvertido en taller ambulante) a través de la negación de su memoria primordial. Así, la película nos enseña el avance inverso de sus dos individuos primordiales para llegar a combatir sus respectivas carencias vitales: por un lado, Robert debe permitir que caiga lastre para arreglar sus cuentas alerta (enfrentándose a su padre, al que no vió desde la desaparición de su madre, para recriminarle el trato que le dio a aquélla durante los años de su matrimonio); por el otro, Bruno acabará asumiendo que debe llenar su vacío existencial cargando su memoria con los recuerdos que mantuvo arrinconados durante toda su crónica (acudiendo a la vivienda dejada donde pasó los años de su niñez con su madre).

Lógicamente, para recorrer en grupo este sendero primordial es infaltante una cooperación que se empieza a forjar en una previo escena que es, a la vez, un hermoso homenaje a los orígenes del cinematógrafo por parte del director: en la salón de cine de uno de los pueblos al que llegan los individuos primordiales, y mientras esperan impacientes a que dé comienzo la proyección, un grupo de niños asiste divertido al improvisado espectáculo de sombras chinescas que Bruno y Robert escenifican tras la pantalla en donde están intentando recomponer uno de los altavoces (fotograma 3). Frente la saturación y banalización de la imagen cinematográfica, Wenders reivindica con esta espléndida secuencia la pureza de la más primitiva de sus manifestaciones.

Hay además otros dos episodios decisivos en el instante de argumentar la evolución primordial de los dos protagonistas: antes que nada, el acercamiento en la mitad de una noche de Robert con un enigmático personaje (Marquard Bohm) que acaba de perder a su mujer en un hecho de tráfico y que permanece al pie del automóvil accidentado esperando a que éste sea retirado (“Sólo existe la vida. La desaparición no existe”, murmura el personaje frente Robert y Bruno, en una afirmación que se ve impeler a los dos individuos primordiales a combatir y arreglar sus cuestiones alerta antes de que se muy tarde); en segundo lugar, la fugaz relación entre Bruno y la hermosa cajera de cine Pauline (Lisa Kreuzer), durante una velada donde los dos individuos únicamente parecen poder llegar a transmitir la sin limites frustración de sus respectivas vivencias afectivas (el chato de Pauline, con la mirada perdida y bañada en lágrimas después de la marcha de Bruno, es sin lugar a dudas uno de los instantes más emocionantes del film – fotograma 4).

Tras las respectivas confrontaciones con su pasado (Robert para despojarse de la furia que llevaba acumulada contra su padre; Bruno para reconstruir su propia historia a través de la recuperación de su memoria vital), los dos individuos primordiales se separan para seguir su sendero, de esta manera que nos enseña Wenders con el chato del tren en el que viaja Robert y el viejo camión de Bruno continuando en paralelo (fotograma 5) para encadenar a continuación con la imagen de un viejo proyector precisamente en el momento de detenerse. La película finaliza, pero la vida y sus individuos siguen en continuo movimiento.