Los títulos de crédito de Feliz Navidad Mr. Lawrence (puntuados por la extraordinaria banda sonora de Sakamoto) se detallan sobre una larguísima panorámica de rastreo del recorrido de oficial John Lawrence (Tom Conti) acompañando al sargento Hara (Takeshi Kitano) desde el barracón de prisioneros hasta una explanada en donde se está próximo de llevar a cabo un ritual de castigo a un guardia y un prisionero acusados de sodomía (fotograma 1). Es el recorrido a través de la colosal distancia que divide a dos mundos obligados a convivir en el claustrofóbico espacio de un campo de prisioneros japonés en la isla de Java, durante la Segunda Guerra Mundial.
Lawrence y Hara, secundarios convertidos en auténticos individuos primordiales de la historia, personificarán estos dos mundos contrapuestos en todos sus encuentros, en un lamentable avance que les llevará desde la incomprensión y el rechazo, pasando por la necesidad de entendimiento, hasta desembocar en el mutuo reconocimiento final. “¿Cómo puede aguantar la vergüenza? ¿Por qué no se ha suicidado aun?”, le inquiere en un momento de la película Hara a su prisionero, incapaz de cubrir la actitud pragmática de Lawrence durante su cautiverio (una actitud, además, que, desde su posición como oficial de enlace, le distancia tanto de sus captores como de su propia autoridad entre los prisioneros, el capitán Hicksley – Jack Thompson).
Como contrapunto a la relación en la mitad de estos dos individuos, la llegada de un nuevo prisionero, el comandante Jack Celliers (David Bowie), creará un puesto en deber juego de tensiones entre éste y el capitán Yonoi (Ryûichi Sakamoto), el cual, ya desde el primer contacto visual entre los dos (durante el juicio militar contra Celliers), no puede disimular la atracción que siente por el prisionero (algo que se prueba en el travelling que Oshima ejecuta desde la nuca de Celliers hasta el turbado rostro del capitán – fotograma 2), lo que provocará su intercesión para omitir que se le ponga la pena de muerte y, en cambio, sea movido al campo de prisioneros.
Una vez en el campo, la actitud desafiante de Celliers (un personaje que arrastra un lamentable sentimiento de culpa desde su adolescencia por su incapacidad de asegurar a su hermano menor de las burlas de sus compañeros de clase por medio de sus problemas físicos – episodio del que somos presentes a través de un flashback de tono onírico) desencadenará la furibunda reacción de Yonoi, que intenta ocultar sus sentimientos castigando con dureza a los prisioneros frente algún acto de indisciplina.
Celliers y Yonoi, con sus respectivas fracasos, son dos caras de una misma moneda: individuos condenados por su incapacidad de confrontar a sus propios fantasmas, cuyo combate se contrapone a los intentos de entendimiento que marcan la relación de Lawrence con el sargento Hara. “¿Quién se cree que es? ¿Es un espíritu demoniaco?”, exclama Yonoi frente la visión de Celliers masticando una flor para burlar el ayuno impuesto a los prisioneros y tendiéndosela a continuación al capitán (fotograma 3). Un provocativo gesto cargado de simbolismo con el que Celliers, consciente de los sentimientos que inspira en el oficial japonés, pone en prueba a Yonoi frente sus propios hombres, y que acabará con el personaje primordial y Lawrence confinados en sendas celdas de castigo.
La insólita intervención del sargento Hara, liberando a Celliers y Lawrence durante una noche de borrachera (en una acción con la que el que el personaje deja entrever sus inquietudes y debilidades, cuando no sus pretenciones afectivas, y por el cual acaba por ganarse las simpatías de Lawrence: “Es usted humano al fin y al cabo”) provocará la escencial represalia de Yonnoi, lo que dará lugar a numerosos de los superiores instantes de la película: 1) la intervención in extremis de Celliers para omitir la ejecución del capitán Hicksley, continuando entre los guardias hasta llegar a la altura de un desconcertado Yonoi para darle un beso en cada mejilla (en el que es sin dudas uno de los movimientos más transgresores de la historia del cine bélico, filmado por Oshima en una indetectable cámara lenta – fotograma 4); 2) el canto nocturno de los prisioneros en honor a Celliers, enterrado en vida por orden del ultrajado Yonoi; 3) el acto final de reconocimiento de Yonoi hacia Celliers, acudiendo frente el prisionero para cortarle y guardarse un mechón de pelo y rendirle un saludo militar como despedida (una secuencia que culmina con la terrible y hermosa imagen del rostro de Celliers, ya fallecido, con una polilla en la cabeza – fotograma 5); y 4) la secuencia final donde, terminada la guerra, Lawrence visita al sargento Hara, ahora mismo prisionero de los vencedores, en la víspera de su ejecución. Una emotiva escena donde queda al descubierto el absurdo de algún contienda bélica y, más que nada, de las posteriores represalias contra los vencidos: “No lo entiendo. Mis crímenes no fueron distintos a los de otros”, consigue a lamentarse Hara frente un compungido Lawrence (en un elocuente chato picado en el que Oshima iguala a los dos individuos como víctimas de una situación que les sobrepasa – fotograma 6). Y, tras la lacónica respuesta de Lawrence (“Es víctima de los hombres que creen tener la razón. Del mismo modo que usted y el capitán Yonoi creían tenerla en otro tiempo… Y la verdad es que nadie tiene razón”), la despedida final de Hara, recordando la noche en que, completamente borracho, liberó a Celliers y a Lawrence como si de un Santa Claus se tratara, y repitiendo un grito que ahora mismo es de manera simultanea inútil protesta y sincero reconocimiento: “¡Merry Christmas, Mr. Lawrence!”
David Vericat
© cinema primordial (Abril 2017)