Resumen de la película Fellini, ocho y medio

Ocho y medio no existe (no es tangible). Es de naturaleza volátil. Es un sueño vertido desde el insomnio. Y es un adulto que cohabita en un niño. Algunas ocasiones falta la respiración, otras se excede en ella. Guido Anselmi (Marcello Mastroianni) sólo es corpóreo en tanto que sueña. Y sólo se acerca a su yo cuando, personaje primordial de su sueño, ingresa a su sensibilidad. La angustia del suelo, en una autopista clausurada de coches, como una cueva mecánica, le hace levitar por el aire (fotograma 1). Escapismo a los cielos. Conocemos ya desde la primera secuencia la altura y panorámica de la mirada de Guido. Y una cuerda anudada a su pie lo enlaza con la tierra. Guido Anselmi es un barco que surca el cielo anclado a la tierra. Y este es el espacio fílmico.

A distingue de los barcos de E la E la Nave Va, Amarcord, o Satyricon, el navío de Ocho y Medio es nuestro Guido Anselmi, y su cargamento no son las cenizas de Edmea Tetua, los individuos que se adivinan glamorosos de Amarcord, o la aventura aleatoria de Encolpio y Ascilto en los fastos romanos del Satyricon; el cargamento de Guido es el recuerdo y la realidad. El interior y el exterior. Y el motor de su cabeza dirige el navío hacía los dos espacios, llevando a cabo incursiones, recaladas y partidas en ámbas. Y la atmósfera se sustrae a ello: Cuando surca los cielos (recuerdos) el tono es apacible, festivo y sensual. De allí emergen hadas, beldades, mares, calores, cruces emotivos (encuentro con su padre y madre muertos. Secuencia estructurada como un ballet y de un fragor poético lamentable e insondable. Nino Rota y Fellini – fotograma 2), vapores, colores, caricias.  Y cuando surca la tierra (realidad) el tono tiende a pesadillesco y claustrofóbico, al nivel que de hecho en los lavabos donde se refugia Guido es invadido por el omnipresente intelectual, asesor y psiquiatra. Guido se ve a sí mismo cuando sueña y es visto por los otros cuando no sueña. Pero Guido ha firmado un contrato y tiene la exigencia de cumplirlo y ejecutarlo. El método de la deber le abochorna y le agrede. Y responde, como autodefensa, emitiendo snap snap snap y movimientos socialmente reprimibles. Transgresiones de movimientos y conducta demiurgos que proseguirán indefectiblemente en el saludo de Tobby Dammit al diablo, en el recorrido de Ascilto y Giton en la torre de babel del deseo en Satyricon, en las bacanales palaciegas del Casanova. Guido está expuesto a la realidad externa de forma contundente e irreversible.

Los individuos cercan de movimiento a Guido (actrices, directores de producción, amantes, guionistas), pero Guido no se desplaza físicamente, únicamente es su mirada la que viaja poetizando el exterior. Es su forma de batallar, aguantar y reaccionar.  En el balneario, Guido ve a Claudia (Claudia Cardinale) bajar por un montículo pero la mirada del proyagonista la hace manifestarse como una beldad de un cuadro renacentista (fotograma 3). El comienzo de no acción, como inicio beatífico, se consagra en la forma de tener relaciones con la con pasión, Carla (Sandra Milo), y la mujer, Luisa (Anouk Aimée). La posición dominante en relación a ámbas, quizás conseguida como con pasión en un pasado de juventud ya perdida, se significa por el hastío y la mentira. Guido no cumple con sus obligaciones maritales y escapa a ellas. A su con pasión la conduce al territorio de un fetichismo frívolo e inocente que por ahora no transporta a la libidinosidad sino que es la coartada para su fuga. La edad y el sexo. Guido espera a Carla en el andén del tren y con desgana la ve apearse del mismo, la transporta a una habitación de un pequeño y provinciano hotel, el calor es agobiante, la irritación del espacio hace que Guido dirija a Carla a la cama. Pero no hay intención. Guido le hace interpretar un juego amoroso que se quiere erótico pero, a sabiendas del personaje primordial, resultará infructuoso para el sexo. La relación sexual no se gaste y se decrece a una tramoya. Esta crisis origina en Guido la escenificación de un sueño: la remembranza de todas las mujeres significantes en su crónica, reunidas frente él en una especide de compilación femenina. No hay futuro y frente la imposibilidad de aprehenderlas las transforma en viñetas con caracteristicas eróticas y lenitivas que deambulan, corren, entran y van en un espacio extraño y que se adivina campestre.

La articulación del sueño de Guido no transporta a la desazón sino a la lucidez. Conoce el planeta adulto y forma parte a él, pero su articulación y escenificación del sueño procede de una cabeza que ingresa, cuando Guido lo quiere, a la niñez. Fellini y Gombrowicz son afines. La madurez como un peso; una cadena que ordena a Guido a proveer una película a su productor, sus ayudantes, sus guionistas, sus actores y actrices, su público. Hay destinatarios o bien hay que crearlos. La película que Guido Anselmi se da realizar tiene la naturaleza única de la obligación, por ello el material fílmico obedece a la instrumentalización del medio para encontrar el propósito de soslayar la frustración y el rechazo.

En cambio, la película que Fellini ha filmado es la fricción entre la invención, fantasía y anarquía con el orden, la realidad y el aburrimiento. Así que el desenlace de Ocho y Medio se soluciona en una paradoja: un desfile grotesco de actores caracterizados para un film hermoso, a lo Visconti, metidos en un espacio exterior más propio de un arrabal de ciudad, donde la oscuridad de la noche es sesgada por unos focos que iluminan una composición férrica e industrial por donde los individuos acaban deambulando con fachada de carrusel nocturno (fotograma 4).

Jordi Torras Pous
© cinema primordial (julio 2015)

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Puntuación de Jordi Torras Pous: 10

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