Jaime sacaba su mochila del coche y miraba con enorme ilusión el paisaje que asomaba a la distancia desde el estacionamiento. Una enorme playa con la arena fina y lisa, como si alguien la hubiera colocado sin pisadas para él y su familia, con un montón de olas en el agua de las que le agradan a él, sin ser muy enormes pero con ganas de jugar con todo el planeta.
Tenía en su mochila todo lo primordial para pasar un día a lo grande con su primo Carlos: una pistola de agua, un balón, una colchoneta hinchable con forma de hipopótamo, unas raquetas de playa y seguramente todavía le quedaba algún juguete más por acordarse.
Caminaron todos juntos hasta la arena: su madre, su padre, la tía Lucia, la abuela Ana y el primo Carlos. Cuando llegaron a la región que les agrada cerca de una colosal duna de arena sacaron sus toallas de colores y las colocaron en la arena. Jaime no podía aguardar más. se quito rápido la remera, los playeros y se quedó con su bañador rojo con unas ganas gigantes de meterse ya en el agua.
Miro para los dos lados en busca de Carlos, pero no lo encontró hasta que oyó:
-Jaime, estoy detrás de ti, con la tía
.Carlos lo miraba sonriente. Jaime miró a su primo y ya puso cara de susto. Quedaba un instante que no le gustaba nada, nada: tirarse la crema para el sol. Como no veía dónde se encontraba su madre decidió no aguardar y salió corriendo. Cuando se encontraba llegando al agua escuchó su nombre:
-Jaime, ven en este preciso momento, tienes que echarte la crema, si no te vas a quemar -gritaba su padre.
Jaime se paró en seco en la arena, pero no fue con la capacidad de reflexionar que era lo preciso y decidió correr más aún y llegar a la orilla. Se encontraba seguro de que después le reñirían, pero le daba igual; prefería poder gozar del agua y darse el primer baño del verano.
Los minutos fueron pasando y Jaime no se daba cuenta de que su piel blanca cada vez parecía más rosada. Carlos se unió a él con una colosal bola de playa para el agua.
-Jaime, están enfadados. Además te vas a poner malo. Hace bastante calor y el sol quema.
-Me da lo mismo, no me agrada la crema, no se utiliza para nada y no me agrada que me la echen en la espalda.
-Yo ya te he avisad -le contestó Carlos. Y le lanzó la pelota para jugar.
Pasó un rato más y los dos niños salieron del agua, caminando por la arena. Jaime empezó a ver un picor por el pecho y una molestia en los hombros. No quería decir nada, pero cuando llegó a la toalla su madre se acercó enojada. Pero Jaime no la escuchaba, porque solo pensaba en los picores que tenía fuertes en el pecho. Su madre le paró un instante y Jaime se arrepintió de lo que había hecho:
-Perdonad. No me quería echarme crema porque pensé que no servía para nada y mirad, tengo el pecho rojo, me pica bastante y me duele la espalda.
Su madre observó que el niño tenía el pecho lleno de granitos y la espalda y los hombros quemados.
-Tienes quemaduras del sol y una alergia en el pecho. ¿Te percatas de que esto fué por no echarte crema? La consecuencia es que te has quemado, nos debemos ir al médico y papá y yo nos hemos enfadado y preocupado bastante por tú reacción.
Jaime se encontraba muy arrepentido. Fueron al médico, que le dio una pomada para la alergia y una crema para la quemadura. Jaime se prometió que siempre que llegará a la playa o inclusive en el hogar siempre utilizaría la crema del sol. Y tuvo tiempo para pensarlo, porque no ha podido ponerse al solo en varios días.