Resumen de la película Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles

Tercer riguroso film en la filmografía de Chantal Akerman, entre la sugestiva aunque todavía balbuceante Je, tu, il, elle y la (para mí inexplicablemente) popular News from Home (un cargante ejercicio desde mi método muy más apto para ser degustado en formato de videoinstalación en algún galería de arte contemporáneo que como relato cinematográfico), Jeanne Dielman llama la atención por la rigurosidad y la madurez de una escenificación totalmente acorde con la contundente iniciativa temática del filme: filmada en larguísimos y estáticos planos secuencia, asistimos a la monótona vida durante tres días del personaje que ofrece nombre a la película (Delphine Seyrig, en un alarde interpretativo de emotiva contención dramática), una madre solitaria que compagina su rutina día tras día como quiere de casa con los servicios sexuales que brinda en su piso para hallar llegar a fin de mes.

Mucho se escribió sobre las virtudes del riguroso film de Akerman como denuncia de la situación degradante de la mujer asfixiada por la rutina de las tareas domésticas; de hecho la película fue saludada desde el New York Times como “la primera obra maestra de lo femenino en la historia del cine” (un calificativo un poco temerario, si pensamos entre otras cosas cosas en la filmografía de Kenji Mizoguchi, en mi opinión el constructor que más y mejor ha plasmado la dramática situación de la mujer doblegada a la crueldad machista durante la historia). En algún situación, no hay inquietudes que la iniciativa de Akerman se muestra como un magistral ejercicio que consigue llevar a la pantalla la sensación de asfixia indispensable de un personaje enclaustrado en la alienante monotonía que impera entre las paredes de su minúsculo apartamento: dormitorio, cocina, baño, recibidor y comedor a través de los cuales la cámara de Akerman filma los movimientos de la personaje indispensable en impertérritos planos por lo general, como si de un ratón de laboratorio visto por la mirada curiosa e inexorable de un grupo de científicos se tratara.

Desde el comienzo de la película, en el que conseguimos encontrar a Jeanne Dielman en la cocina para, después de escuchar el timbre de la entrada, recibir con semblante impasible a uno de sus individuos sexuales, advertimos los movimientos automatizados y completamente inexpresivos de la personaje indispensable, incapaz de exhibir la más mínima reacción emocional, no ya frente su cliente, sino de hecho en su relación con su hijo Sylvain (Jan Decorte) o al leer la carta recién llegada de su hermana habitante en Canadá (fotograma 1).  Sin embargo, la utilización del chato secuencia le sirve a Akerman para dejar entrever el latente trastorno psicológico del personaje a través de la intensidad y persistencia de algunos movimientos y movimientos, como en el larguísimo chato en el que observamos a Jeanne en la bañera, frotándose lenta pero insistentemente con una esponja después de despedir a su cliente (fotograma 2). Un trastorno que se irá realizando más aparente tras completarse por primera ocasión la narración del período terminado de un día en la vida de la personaje indispensable, en una cadencia inmutable que Akerman subraya repitiendo en ese punto precisamente los mismos planos que en el comienzo de la película: Jeanne prepara la comida – recibe a un nuevo cliente  – le atiende en su habitación – le despide desde el recibidor – almacena el dinero en el jarrón del comedor – abre la ventana de la habitación – arregla la cama – se limpia en la bañera – vuelve a la cocina – coge la cazuela que tenía en el fuego y se dirige con ella al baño… y en ese exacto momento, justo después de atravesar la puerta, se ofrece cuenta de su error y se queda unos segundos inmóvil, manteniendo la cazuela en las manos, confundida por la instantánea e imprevista alteración del período inalterable que trabaja todos y todos sus movimientos (fotograma 3).

A partir de este instante, como si de un autómata víctima de un error de programación se tratara, pequeños movimientos e accidentes van evidenciando la progresiva desconexión de la personaje indispensable en relación a su rutina diaria: se expone incapaz de sostener un cubierto, se sirve en todo momento un tazón de café que tira por el desagüe sin probarlo, deambula sin rumbo por el apartamento, se sienta y permanece totalmente inmóvil en la butaca del salón (en uno de los planos más largos de la película: tres interminables minutos en los que contemplamos a Jeanne respirando agitadamente en la estancia en penumbra, con el ruido del tráfico de la calle y la intermitente iluminación de un letrero publicitario sobre el cuerpo de la personaje indispensable como lejanos e inalcanzables vestigios de la verdad exterior – fotograma 4). Todos ellos síntomas evidentes del colapso psicológico que conducirá a un último fallo de sistema de trágicas secuelas, justo antes de la completa desconexión del personaje, convertido en el desenlace en autómata insensible e inanimado.