Resumen de la película La balada de Cable Hogue

Resulta asombroso ver al constructor de Grupo Salvaje (elogiado título de la filmografía de Peckinpah que fundamentalmente no creo entre los destacables del director), Perros de paja o Quiero la cabeza de Alfredo García (no tanto al de, esta sí desde mi método extraordinaria, Desafío en la alta sierra, con la que el título que nos ocupa mantiene no pocos elementos en común, empezando por su adscripción al subgénero del ‘western crepuscular’) enfrascado en una película como La balada de Cable Hogue; tanto es así que uno diría que algunos de sus instantes y elementos más discutibles (la tosca reiteración de la imagen de los pechos de la hermosa Hildy – Stella Stevens – en su primer acercamiento con Cable Hogue – Jason Robards – o la utilización de la cámara rápida en numerosas secuencias) están ahí para compensar el aparente tono emotivo de parte considerable de su metraje, como si nuestro Peckinpah sintiera cierto rubor frente la sensibilidad de la que hace gala su personaje primordial, sin dudas alguna uno de los más atípicos individuos de la historia del género (aunque ello no impidiera, en todo caso, que el director considerara ésta película como su favorita entre todas las de su filmografía).

El arranque de la película piensa ya toda una declaración de principios sobre la catadura moral del protagonista: si la antecedente Grupo salvaje se iniciaba con la imagen de un grupo de niños regocijándose frente la visión de unos escorpiones devorados por un grupo de hormigas (en una no mucha sutil metáfora de la crueldad intrínseca en el comportamiento del ser humano), aquí observamos por el contrario a Cable Hogue disculpándose frente un reptil en el momento de intentar darle caza para saciar su hambre (fotograma 1), justo antes de verse asombrado por dos pistoleros que, tras robarle el poco agua que le queda, le abandonan a su suerte en medio del desierto. El extenso film empieza, de hecho, con la historia en pleno avance, y muy próximamente comprendemos que la pareja de asaltantes, Taggart y Bowen (L.Q. Jones y Strother Martin), habían sido una especide de compinches del personaje primordial (buscadores de oro, cazadores de recompensas o simples maleantes) al que acaban traicionando después de vagar perdidos por el desierto sin que sepamos la causa de su infortunio.

Tras un tortuoso periplo, y justo cuando está próximo de fallecer en la mitad de una tormenta de arena, Cable Hogue encuentra un pozo de agua ubicado a medio sendero entre los pueblos de Deaddog y Gila City, y allí decidirá establecerse cuando revela las huellas de la diligencia que une ámbas localidades, consciente del colosal valor estratégico de su hallazgo (“Gente. Que va a algún sitio por un sendero. Y yo estoy en él. Yo y mi agujero con agua”) y con la promesa de poder vengarse más adelante de sus antiguos compinches. Desde este momento, la historia se va a desarrollar entre el enclave fundado por el personaje primordial y la población de Deaddog, adonde Hogue acude para registrar su propiedad y donde el personaje primordial caerá perdidamente enamorado de la prostituta Hildy, hasta el punto de que será esa, la crónica de amor entre los dos, la que dominará parte considerable del metraje de la película ofreciéndonos algunos de sus superiores momentos: desde el primer acercamiento de la pareja en la habitación donde Hildy recibe a sus individuos hasta, más que nada, las secuencias en Cable Springs adonde por último se traslada Hildy huyendo de “las buenas gentes de la ciudad” (incluyendo un desacomplejado episodio musical donde la pareja festeja su amor que a buen seguro hace no poco desconcierto entre los seguidores de Peckinpah – fotograma 2).

“Hildy no es de nadie. No me forma parte. Ella tiene su crónica y yo tengo la mía, aquí”, arguye Cable Hogue frente el estrafalario predicador Joshua (David Warner), dejando claro una vez más un código ético que le distancia tanto de los pobladores de Deaddog (“¿No te importa lo que soy?, le pregunta Hildy en un momento de la película, a eso que Hogue responde con naturalidad “Nunca me ha importado. Lo he disfrutado”) como del propio predicador, al que observaremos seduciendo lascivamente a una inocente joven aprovechándose de la autoridad que le confieren sus falsos hábitos. Cable Hogue es un hombre atado a un espacio por medio de su determinación por vengarse de los hombres que le traicionaron (“tarde o temprano pasarán por aquí”), lo que provocará la partida de Hildy, en una separación que el personaje primordial quiere como no escencial pero que se verá sentenciada por la fatalidad que tomará la forma de un flamante automóvil que simboliza el propósito de una época a la que forma parte el personaje primordial.

Una fatalidad que se comunica ya en el momento en el que el personaje primordial está próximo de consumar su venganza sobre Taggart y Bowen (“Eso será un problema algún día”, consigue a vaticinar frente la imagen del primer automóvil que ve pasar de riguroso por su puesto de repostaje) y que se consumará con el más anti-heroico de los desenlaces de la filmografía del director (cuando no de la historia del género), con Cable Hogue atropellado mortalmente por el automóvil en el que había regresado Hildy con la intención de reunirse con su amado, deparándonos de paso el que es sin dudas el momento cumbre de la película: herido de muerte, frente la mirada de la desconsolada Hildy, Hogue le pide a Joshua que recite su sermón funerario para conseguir escucharlo todavía en vida (“lo odioso no es la desaparición en sí, es el no comprender qué dirán de uno, eso es todo” – fotograma 3); con las palaras de Joshua, y a través de una instantánea elipsis (como si Peckinpah rehuyera otra vez algún atisbo de emotividad forzada), pasamos ya a las imágenes del funeral de Hogue (fotograma 4), y de ahí a un chato general de Cable Springs desde donde observamos partir la vieja diligencia y el flamante automóvil (cada uno por el lado contrario, marcando el sitio exacto en el que termina una época y empieza otra novedosa – fotograma 5) mientras oímos las últimas expresiones del predicador en honor al protagonista:

“Vivió y murió en el desierto. Y estoy seguro de que en el infierno no hace muy calor para él. Jamás fue a la iglesia. No le hacía falta. El desierto era su catedral”.

David Vericat
© cinema primordial (octubre 2017)