Resumen de la película La coleccionista (Cuentos morales, IV)

En el primero de los tres prólogos de La coleccionista, observamos el cuerpo de Haydée (Haydée Politoff) diseccionado en una secuencia de planos aspecto que nos describen la armonía de sus formas, como si de una escultura clásica se tratara (fotograma 1). Aunque el título de la cuarta distribución de los cuentos morales de Rohmer (rodada sin embargo antes que la tercera, Mi noche con  Maud) pudiera sugerir lo contrario, el personaje de Haydée será el sujeto pasivo que sacará a la luz las contradicciones morales de Adrien (Patrick Bauchau) durante el tiempo estival que pasará separado de su prometida (a la que se niega a acompañar en su viaje de trabajo a Londres) usando el ofrecimiento de un amigo ausente para pasar algunas semanas en su casa de vacaciones con Daniel (Daniel Pommereulle), un joven pintor habitual de Adrien, y con la imprevista presencia de nuestra Haydée.

“Cuando llegué Daniel me dio la mala noticia: Rodolphe había invitado a una chica que turbaría nuestro descanso”. La visión de tener que transmitir su estancia con una muchacha desconocida altera los proyectos que Adrien había trazado para las tres semanas que ha de pasar separado de su prometida: “Madrugar. Cambiar el ritmo de mi vida día tras día, así de noche estaría muy agotado para no ceder a la tentación de salir. No realizar nada. Llevar el ocio a un nivel jamás alcanzado en mi existencia”. Pero la determinación del personaje primordial se sustenta en un precepto falso o, cuando menos, poco consistente: Adrien, que desde el primer momento juzgará a su inesperada compañera de vacaciones con absoluto desprecio por el hecho de salir cada noche con un amigo diferente (“Ya sé lo que es Haydde: una coleccionista. El escalón más bajo de la clase, la execrable simplona”), verá de todos métodos cómo sus proyectos se tambalean con la tentadora presencia de la joven, incapaz de controlar su atracción por ella y su deseo de conquistarla. Y ello más allá de que el personaje primordial exprese con obstinada decisión su intención de controlar sus instintos: “En otra situación me conseguirías, Pero hay que ser moral, y cuando pienso en acostarme contigo veo todos tus defectos” (lo que al final de cuenta no es sino una clara confesión de su carácter libertino).

Esta alteración de los proyectos de Adrien se produce de manera gradual y totalmente inconsciente por parte del personaje primordial, iniciándose de hecho antes de su llegada a la vivienda estival en donde tendrá su primer acercamiento formal con Haydée: en el tercer prólogo de la película, después de separarse de su prometida, Adrien deambula por las estancias vacías de la vivienda donde fueron invitados hasta que llama la atención en una habitación a Haydée (a la que todavía no conoce) llevando a cabo el cariño con un inidentificable. La imagen del rostro de la joven, con quien se cruza en el lapso de un instante fugaz la mirada (fotograma 2), será el germen del deseo que el personaje primordial sentirá de manera incontrolada (y no admitida) hacia la coleccionista durante su convivencia estival. Un deseo inconsciente que, desde este primer acercamiento fortuito, y desde el rechazo inicial expresado a Daniel frente la noticia de la presencia de Haydée a su llegada a la vivienda estival, pasará por diferentes etapas que evidencian la frágil intención donde se sustentan los proyectos de Adrien, y que podemos descubrir en los próximos episodios: 1) confirmación de la idea de rechazo tras el primer contacto visual (“tal como actuaba no le concedí ninguna ocasión de convivir apaciblemente conmigo”); 2) primer (y todavía inconsciente) intento de acercamiento, en la secuencia donde Adrien ridiculiza frente Haydée y Daniel a uno de los fanáticos de la joven; 3) imposibilidad de disimular el interés por Haydée (Adrien pegando enojado la pared de su habitación frente el ruido provocado por la joven con uno de sus amantes en la estancia contigua); 4) primera aceptación de la atracción cuando, después de negarse a llevarla al pueblo para encontrarse con una de sus citas, Adrien recibe con satisfacción la respuesta eficaz de Haydée a su invitación para seguir a bañarse a primera hora de la mañana siguiente (fotograma 3 – “Me tomó la palabra, cosa que no me disgustó, debo decir”); 5) autoengaño, al intentar detallar la novedosa situación como si formara parte de los proyectos del personaje primordial (“Formaría parte de mi soledad. Ya que estaba allí, mejor anexionarla”); 6) reconocimiento de la situación no sosprechada (“Pero este juego, lejos de asegurar el esperado vacío de mi vida, introducía en ella cierto drama y desequilibrio”); 7) aceptación escencial de la atracción hacia Haydée (“Haydée me inspiraba curiosidad. En el desenlace ella era el verdadero foco de mi interés”); 8) constatación de su posición vulnerable (“Estaba claro que ella no se arriesgaría a arrimarse a mí. Poco a poco me forzaba a entregarme, a comprometerme”); 9) combate a raíz de la respuesta ambigua de Haydée (“Me irrita que no sepas lo que quieres”); 10) reacción vengativa, utilizando los encantos de Haydée para encontrar los favores de un acaudalado coleccionista de arte (Eugene Archer) en su emprendimiento de abrir su propia galería (“haz lo que quieras con él”); 11) constatación de los celos, después de arrojar a Haydée en brazos del coleccionista (“Estaba celoso y me sentía ridículo”); y 12) rendición final, tras socorrer a Haydée (magnífico el chato de Adrien, en el lugar de vida de Sam, frente a un espejo que se ve reflejar todas las Haydées con las que se enfrentó hasta asumir su derrota – fotograma 4) y partir con ella de regreso a la vivienda de verano (“La suerte estaba echada, y ella había sido la más fuerte. La fortaleza de la moral que me protegía se desplomaba”).

Pero Rohmer se reserva un último giro para dejar todavía más en prueba la frágil determinación del protagonista: en el sendero de regreso, la pareja se cruza con un vehículo cuya pareja de ocupantes llaman la atención de Haydée para que les acompañe; mientras la joven habla con ellos, Adrien, que espera impaciente en su vehículo, es increpado por el conductor de una furgoneta para que le ceda el paso; Adrien empieza con la intención inicial de hacerse a un lado pero elige de manera inconsciente seguir continuando y dejar dejada a a Haydée para, una vez en la vivienda, retomar su plan inicial de vacaciones (“La tranquilidad y la soledad las tenía por fin a discreción, con una decisión donde se confirmaba mi libertad”). Un propósito que muy próximamente se destapa como ilusorio: a las pocas horas de disfrutar de la ansiada soledad, Adrien descuelga el teléfono para informarse sobre los vuelos a Londres.

David Vericat
© cinema primordial (octubre 2016)

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