Resumen de la película La hija de Ryan

Desde el criterio formal, la filmografía de David Lean puede dividirse en dos etapas precisamente diferenciadas: la que comprende desde sus inicios hasta mediados de la década de los cincuenta, con producciones de no muy alto presupuesto, la mayoria de las veces desarrolladas en ambientes urbanos, fotografía en blanco y negro y formato de imagen 1:37; y un segundo período que comienza en 1957 con El puente sobre el rio Kwain y que dará lugar a cinco enormes superproducciones, todas ellas rodadas en los más distintos y exóticos niveles naturales (desde la inmensidad del desierto de Lawrence de Arabia hasta la gélida estepa del Doctor Zhivago) fotografiados en esplendoroso formato panorámico.

Sin embargo, y como pasa en todos los enormes autores, hay una sucesión de líneas temáticas que son recurrentes en toda la obra de Lean, independientemente del período al que pertenezcan sus películas, de la misma forma que tenemos la posibilidad de ver en el que sería su penúltimo trabajo (y desde mi criterio uno de los especiales de toda su filmografía), La hija de Ryan, un título con evidentes puntos en común con el planteo temático de la extraordinaria Corto acercamiento, más allá de las considerables diferencias formales que podemos encontrar en las dos películas.

Nos podemos encontrar, igual que en el film de 1945, frente una apasionada historia de amor misterio, en esta situación condicionado además por la opresión de una red social clausurada y coercitiva en el ámbito de un pequeño pueblo de la Irlanda de 1916 (en plena Guerra Mundial, enfrentada a los ingleses, y pocos años antes de hallar su independencia del Reino Unido). Pero, si en Corto acercamiento, Lean se centraba en la relación entre la pareja de amantes, aquí la historia se amplía al triángulo compuesto por la joven Rose Ryan (Sarah Miles), su marido, el instructor Charles Shaughnessy (un insólito Robert Mitchum), y el oficial inglés Randolph Doryan (Christopher Jones). De hecho (al igual que sucedía en Corto acercamiento, pero allí de forma más elíptica en una de ellas), La hija de Ryan narra dos enormes historias de amor: el cariño físico, ardiente, encarnado en la relación entre Rose y el oficial Doryan; y el cariño afectivo entre nuestra Rose y Charles. No en vano, si en el desenlace de Corto acercamiento, a lo largo de la despedida determinante de la pareja personaje principal, David Lean nos ofrecía el chato de la mano del personaje principal en el hombro de su querida como el gesto que sellaba (y contenía) su crónica de amor no consumado, al inicio de La hija de Ryan será precisamente este mismo gesto (fotograma 1 – en una referencia nada casual) el que dará paso al matrimonio de Rose con Charles, tras la escena donde la joven irrumpe en la escuela para manifestarle su amor al maduro maestro de escuela (una secuencia que comienza con un magistral movimiento de cámara en panorámica subjetiva de Rose siguiendo los pasos de Charles detrás de las paredes justo antes de irrumpir en la escuela donde la joven está esperándole).

“¿Me hará un individuo diferente?”, le pregunta Rose al padre Collins (Trevor Howard, recordémoslo, el personaje principal de Corto Encuentro) en relación a la “satisfacción de la carne” cuando éste le instruye sobre las causas del matrimonio (fotograma 2); y frente la respuesta escéptica del párroco, la personaje principal se rebela (“¡Quiero que lo haga!”) mientras mira embelesada el vuelo de las gaviotas en el cielo. Una imagen muy distinta del opresivo techo de la alcoba que mira una decepcionada Rose en su noche de bodas, mientras Charles liquida en solamente unos cuantos minutos su prosaico ritual sexual, para decepción de la joven.

“Hay algo más. ¡Sé que lo hay!”, clama la personaje principal frente un atónito padre Collins (“Rosy, no alimentes tus deseos. No puedes evadir tenerlos, pero ¡no los alimentes, o por Dios que conseguirás lo que deseas!”), y Lean encadena la imagen de los dos individuos en la playa con el chato que nos enseña la llegada del oficial Doryan (fotograma 3 – una imagen sublimada del personaje visto por el retrasado Michael –excelente, John Mills), con quien la joven descubrirá por fin el cariño en su dimensión más física cuando, después de un con pasión primer acercamiento en el bar de  Ryan (Leo McKernlos), los dos amantes se citan para colmar su deseo en un ámbito de naturaleza exaltada, totalmente antagónico al de la frustrada noche de bodas de Rose (fotograma 4 – entre arroyos, prados bañados en flores, hojas mecidas por la brisa y la luz del sol entre las ramas de los árboles). Una espléndida secuencia que Lean soluciona a nivel sonoro con una hermosísima sinfonía de sonidos de nuestra escena (el agua y el viento fundiéndose con los leves gemidos de los amantes) y prescindiendo en esta situación de la en no escasas oportunidades redundante banda sonora de Maurice Jarre (desde mi criterio, el único punto débil de la película).

Establecido el complejo triángulo amoroso, el film avanza majestuoso mezclando las sensacionales imágenes de la costa irlandesa (esa playa enorme con las huellas en la arena que delatan el paso de los amantes frente el aturdido maestro) con el opresivo ámbito del minúsculo pueblo cuyos pobladores se erigirán como implacables y crueles jueces de la “traidora” Rose hasta forzar su destierro (escudando su represiva moralidad con las motivaciones políticas frente a quien había osado tener una relación con “el enemigo”).

La imagen de Charles ofreciendo su brazo a Rose mientras abandonan el pueblo bajo la intolerante y vil mirada de sus pobladores (fotograma 5) será el increíble colofón de esta emocionante narración acerca de la búsqueda del amor y la pelea por nuestra dignidad.