Segundo riguroso film (aquí en codirección con John G. Blystone) tras Las tres edades (también de 1923), La ley de la hospitalidad es la primera obra de enorme intensidad de Buster Keaton, un film de ritmo vibrante y lleno de ingeniosos gags que intercalan una escenificación eficacísima con el recurrente despliegue físico de su personaje primordial en muchas de sus secuencias (especialmente en la parte final de la película).
La trama argumental, como es recurrente en estas ocasiones, se puede sintetizar muy brevemente: mientras se esta viajando en tren para tomar posesión de su propiedad recién heredada, Willie McKay (Buster Keaton) se conquista de su joven compañera de viaje (Natalie Talmadge), sin comprender que la misma es hija de Joseph Canfield (Joe Roberts), el patriarca de una familia enfrentada a muerte durante generaciones con la estirpe de los Mckay.
Tras un dramático prólogo en el que se nos enseña el último combate a muerte entre ámbas familias, la película empieza veinte años después, en el Nueva York de 1830, con una insólita imagen de la calle 42 reproducida, según los intertítulos, desde un grabado de la época (fotograma 1). Esta recreación de los panoramas, ambientes, usos y elementos de la Norteamérica del siglo XIX es, por sí misma, una de las considerables virtudes del film: la imagen del joven Willie McKay montado en una hermosa draisiana (vehículo a dos ruedas precursor de la bicicleta a pedales, que no aparecería hasta algunos años después de la época en que se sitúa la historia – fotograma 2); la secuencia del sheriff ejerciendo de autoritario guardia de tráfico en un “peligroso cruce de calles” de la naciente Nueva York; la recreación de la humilde estación de ferrocarril y de uno de los primeros modelos ferroviarios; o la magnífica secuencia donde los pobladores de la región acuden al pie de la vía para ver pasar el “monstruo de hierro” (fotograma 3 – un hecho que con toda lógica debía ser todo un hecho en la época), son sólo numerosos de los ejemplos de la magistral visión historiográfica de la película.
Una vez dentro del convoy ferroviario, la película nos depara veinte minutos con uno de los más extraordinarios e hilarantes viajes en tren jamás filmados (a todas luces precursor de la posterior y magistral El maquinista de La General, que Keaton rodaría únicamente tres años más tarde): un polizón que, una vez expulsado del vagón, detiene por un instante el avance del pequeño convoy con la única fuerza de su brazo; un viejo campesino apedreando la máquina de tren para agarrar los leños con los que el ingenuo maquinista responde el ataque; un asno parado sobre la vía que ordena a cambiar a mano el sendero de los raíles (!); o la escena del convoy ferroviario circulando fuera de la vía de tren (y la posterior imagen de los “diligentes” observadores rastreando el suelo con el pie en busca de los raíles). El desfile de gags, a cual más ocurrente, es continuo e insaciable.
A la llegada a Rockville, y tras despedirse de su joven compañera de viaje, el personaje primordial es famoso por uno de los hermanos Canfield, el cual, tras un primer intento fallido de finalizar con su crónica, regresa a la mansión familiar para comunicar al patriarca de la presencia del heredero de los McKay. Pero (¡ay!), la joven Canfield se ha encaprichado con Willie McKay y le invita a cenar sin abarcar la identidad del personaje primordial, invitación que el patriarca (desconociendo a su vez a que el objeto de los deseos de su hija es nuestro McKay) acoge con la promesa de conseguir que su invitado jamás olvide “la hospitalidad” de la familia.
Esa hospitalidad a la que alude el título de la película va a sugerir lugar a nuevos gags memorables, cuando el personaje primordial llegue a la mansión de los Canfield y la dramática y dañina situación quede al descubierto: sabedor de que la ley de la hospitalidad les impide atacarle mientras se encuentre bajo su techo, Willie McKay hará lo irrealizable para seguir estando en la mansión, dando lugar a instantes hilarantes en los que la vida del personaje primordial dependerá paradójicamente de si está únicamente un metro dentro o fuera de la vivienda de sus contrincantes (una situación absurda que tiene no pocos paralelismos en parte considerable de las contiendas bélicas a lo largo de la crónica de la humanidad).
Tras las secuencias en la mansión de los Canfield, la parte final del film tiene dentro las ocasiones de corte más increíble, con la persecución final que acabará con Willie McKay y la joven Canfield en los rápidos de un riesgoso río y el salve in extremis de la chica a manos del personaje primordial, justo a tiempo para rescatarla de caer al vacío de una increíble catarata (fotograma 4). Imágenes que son el alucinante testimonio del riesgo y la audacia con los que los pioneros construyeron algunas de las más gigantes comedias de la historia del cinematógrafo.
David Vericat
© cinema primordial (marzo 2014)