La misteriosa desaparición de móviles en el colegio

Agustín se encontraba muy disgustado. La mayoría de sus compañeros de clase tenían ya móvil propio, y a él no le querían adquirir uno. Solo ocasionalmente su madre le dejaba un móvil de prepago que habían comprado para él y sus hermanos. Pero cuando Agustín se lo llevaba no se atrevía a sacarlo, porque no era tan moderno ni tan molón como los móviles de los demás, ni tenía tantas aplicaciones chulas como las que usaban sus compañeros.
Un día, al volver del recreo, Marcos, un compañero de Agustín dio la voz de alarma. El móvil de Marcos había desaparecido. Rápidamente, otros niños miraron en sus mochilas a conocer si sus móviles estaban allí. Más allá de que en el colegio se había contraindicado a los estudiantes utilizar los móviles, varios lo llevaban y lo dejaban en sus mochilas.
-El mío tampoco está -dijo Paula.
-Ni el mío -dijo Gonzalo.
Y así, uno tras otro, todos los estudiantes que habían llevado el móvil al colegio se hallaron con que su apreciado electrónico no se encontraba.
-Seguro que fué Agustín -le acusó Marcos-. Tiene envidia del móvil de los demás, porque su madre solo le deja una birria de móvil más viejo que la Tana.
-¡Ey, que yo no he hecho nada! -dijo Agustín.
-Tranquilos -dijo el profesor-. Observemos a conocer si somos capaces de aclarar esto.
-Podríamos llamar a todos los móviles, a conocer si alguno vibra -dijo Agustín.
-¡Menuda tontería! -dijo Marcos.
-Empecemos por ahí -dijo el instructor, sacando su gadget móvil del bolsillo.
-Seguro que viola una o dos normas como poco llamando a nuestros móviles -le ha dicho Marcos, con bastante descaro, al instructor. Este le miró y, acto seguido, guardó su móvil.
-Pues indudablemente -dio el profesor-. Será mejor llamar al director, a conocer qué dice. Quizás haya que llamar a la policía.
En eso estaban cuando se oyó un sonido, algo parecido a una vibración.
-¡Suena un móvil! -exclamó Paula-. ¡Está vibrando un móvil! Marcos, detrás de ti. ¿Es que no lo oyes?
Marcos se quedó de piedra. Todos podían oirlo, pero no acertaban a saber de dónde venía el sonido precisamente.
-Parece que suena en tu mochila, Marcos -dijo Agustín, enseñando su viejo móvil de prepago.
-Has sido tú -le ha dicho Agustín-. Tú lo has listo todo. Me has metido los móviles en la mochila y en este momento deseas intentar creer a los demás que los he robado yo.
-Marcos -dijo el profesor-. Agustín estuvo conmigo y con otros tres compañeros más a lo largo de todo el recreo, mejorando los decorados para la obra de teatro del colegio.
Mientras tanto, numerosos compañeros revisaban la mochila de Marcos. Allí encontraron todos los móviles.
-¡Yo no he sido! -exclamó Marcos.
-Tu interés por acusar a Agustín te hace parecer muy sospechoso -dijo el profesor-. A conocer, dinos, ¿dónde has estado a lo largo de el recreo y con quién?
Todos le miraban muy alerta.
-¿Alguno de nosotros estuvo con Marcos a lo largo de el recreo o lo vió a lo largo de ese rato? -preguntó el instructor.
Nadie había estado con Marcos ni lo habían visto a lo largo de el recreo.
-Será mejor que digas la realidad, Marcos -dijo el profesor-. Comprobaremos algún cosa que digas. Por bastante que te esfuerces en reflexionar en algo convincente, cuanto más tiempo tardes, más sonará a mentira la historia que cuentes.
-Está bien, fuí yo -dijo Marcos-. Pensaba ubicar todos los móviles para que los encontráseis, con el mío roto para que me compraran uno nuevo. No pensé que Agustín hubiera traído el de el, y por eso no registré su mochila.
-Me temo que, después de esto, lo destacado que te puede pasar es que tus padres te retiren el móvil -dijo el instructor.
Todos los estudiantes recuperaron sus móviles y el instructor siguió adelante con la clase de lengua.
-Hoy escribireis una redacción -dijo el profesor-. El tema será este: La vida sin móvil. Podéis comenzar. Mañana las leeremos todas en clase.

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