La princesa y el guisante es un cuento de hadas del renombrado escritor danés Hans Christian Andersen. El cuento fue publicado en 1853, y al revés de otros cuentos del autor con finales tristes, como El soldadito de plomo y La Sirenita, en La princesa y el guisante tiene un final feliz. Claro que el cuento original se ha quedado un tanto desfasado actualmente, con la historia de que «solo una auténtica princesa de sangre azul puede ser tan sensible para sentir un guisante bajo siete colchones». Conque hemos querido redactar nuestra versión moderna, y aguardamos que os guste.
Vamos a leer juntos este cuento de princesas moderno, también vamos a ver la versión animada del cuento original y al final vamos a hablar sobre la moraleja del cuento.
Cuento «La princesa y el guisante»
Había una vez un joven príncipe de un reino lejano. El príncipe estaba triste, pues no lograba hallar esposa. Deseaba hallar a una «verdadera princesa», y ninguna de las doncellas de los reinos próximos estaba a la altura de sus esperanzas.
En el castillo se organizaban banquetes y bailes a los que asistían princesas de todos y cada uno de los reinos, mas a todas y cada una les faltaba algo. Los reyes estaban desesperados:
-Eres demasiado exigente querido hijo -le afirmaban- te hemos presentado a las princesas más cautivadoras, hermosas y también inteligentes y ninguna te ha agradado.
-Es realmente difícil hallar una auténtica princesa hoy día- afirmaba el príncipe a sus progenitores- mas estoy seguro que cualquier día la encontraré. He conocido muchas jóvenes bellas que se afirman princesas, y el planeta entero de esta manera las llama. Ciertas son verdaderamente bellas, otras muy inteligentes, muchas encantadoras… ¡mas mi princesa debe ser eso y considerablemente más! Debe enseñar la sensibilidad y la delicadez que solo una auténtica princesa puede tener.
Cansado de buscar sin hallar, el príncipe decidió emprender un largo viaje alrededor del planeta en busca de su princesa perfecta. Recorrió cada continente y visitó cada palacio donde hubiese una princesa soltera, mas en ninguna halló esa perfección, esa sensibilidad y esa delicadez reales que soñaba. Abatido, volvió a su reino.
La princesa en la tormenta
Pasó el tiempo, y el príncipe se persuadió de que el género de nobleza perfecta que procuraba no existía. Hasta el momento en que una noche se desató una horrible tormenta. Las ventanas del palacio se estremecían ante el rugido atronador de los truenos, un viento helado golpeaba los muros y los relámpagos alumbraban el cielo nocturno. El príncipe ya dormía, al paso que el rey y la reina leían al calor de la chimenea. De pronto, sintieron pegar a la puerta del castillo con insistencia.
Ambos se levantaron corriendo a abrir, pensando en la pobre ánima que estaba a la intemperie en aquella noche tremenda. Al abrir la puerta se sorprendieron al ver al otro lado a una bella joven, empapada de pies a cabeza y tremiendo de frío y de temor.
-¡Pobre criatura, pasa! -se apuraron a decir los reyes, acompañando a la joven al lado del fuego a fin de que se repusiese.
-¿Sois Vosotros los soberanos de este reino? Oh, sus Majestades, no voy a poder jamás daros las gracias lo suficientes por haberme brindado cobijo en este horrible instante- afirmó la joven.
-¿Quién eres querida? ¿Cómo te hallas sola, en la noche, con semejante tormenta?
-Soy la hija del rey de un reino muy, lejanísimo. Hace meses que decidí salir a conocer el planeta con mi caballo, mas la tormenta me sorprendió en el bosque, un rayo cayó cerca de nosotros y mi caballo se escapó atemorizado. He caminado perdida hasta el momento en que vi este espléndido palacio y llamé a vuestra puerta para solicitaros cobijo.
El rey y la reina se miraron incrédulos: ¿una princesa que sale a recorrer el planeta sola a caballo? Era algo que jamás habían visto, y tampoco conocían el reino del que afirmaba proceder la joven. Mas realmente esto poco les importaba; era una persona que precisaba ayuda, con lo que no vacilaron un momento y mandaron a los sirvientes a preparar un baño caliente y buscar ropa para la recién llegada.
El príncipe halla lo que buscaba
Con tanto ajetro, el príncipe se despertó y bajó a ver qué sucedía. Mientras que la joven se daba un baño y se cambiaba, los reyes le contaron todo lo sucedido. Enseguida el príncipe sintió gran curiosidad por conocer a esta supuesta princesa aventurera, y cuando la vio entrar al salón se quedó sin palabras: su belleza relucía tanto como los vestidos muy elegantes que la reina le había prestado, y sus largos pelos perfumaban de rosa.
Inmediatamente el joven murmuró a su madre al oído: «Madre, creo que he encontrado a mi princesa perfecta. No solo es bella, su piel es frágil y cándida como la nieve, y en su porte se aprecia que sangre real corre por sus venas».
A la reina las ideas de su hijo sobre de qué manera habría de ser una «verdadera princesa» le parecían una tontería, mas le quería mucho y además de esto la historia de aquella extraña joven no le acababa de persuadir. Conque inventó un plan a fin de que su hijo se olvidase de la princesa aventurera.
La princesa y el guisante
-Hay un modo de saber si esta joven es una auténtica princesa. -afirmó a su hijo- Voy a prepararle una cama muy especial: voy a poner todos y cada uno de los jergones que haya en el palacio uno encima de otro sobre su cama, y bajo todos , voy a poner un guisante. Solo alguien con la extrema delicadez y sensibilidad de una auténtica princesa va a poder percibir en su cuerpo la incomodidad de este pequeño guisante: de esta manera mañana por la mañana, si nos afirmará que ha dormido mal, vamos a saber que es la princesa perfecta que buscabas.
Al príncipe le pareció una idea excelente, y la reina se fue a dormir apacible, pues estaba segura que absolutamente nadie podría sentir una cosa tan pequeña bajo semejante montaña de jergones.
El príncipe, la reina y el rey acompañaron a la joven a su habitación, y se despidieron deseándole buenas noches.
La joven miró la cama y le pareció un espectáculo de lo más extraño, con todos esos jergones acu unos sobre otros. Mas estaba cansadísima, conque utilizando una escalerilla se subió y se dispuso a dormir. Mas enseguida se sintió incómoda: apreciaba algo duro y pequeño que se clavaba en su espalda, y por mucho que acomodaba los jergones no conseguía dormir. Conque se dispuso a solucionar el inconveniente, y fue quitando uno tras otro los jergones, hasta el momento en que dio con el guisante. “Qué costumbres más extrañas tienen en este palacio», pensó. Quitó el guisante, puso un solo jergón sobre la cama y por último se durmió.
La prueba
A la mañana siguiente la familia real y la joven se hallaron en el salón para desayunar. La primera cosa que hizo el príncipe fue preguntarle de qué manera había dormido, y la chica respondió: «Muy bien, gracias». No mentó el percance del guisante, pues le parecía de malísima educación lamentarse dadas estas personas desprendidas que le habían ayudado en un instante de complejidad.
El príncipe quedó muy desilusionado: momentáneamente había creído que esta bella joven era su princesa perfecta. Cuando acabaron de desayunar, la reina se dirigió a la habitación de huéspedes, y halló el guisante sobre la mesita y la pila de jergones en una esquina de la habitación. Sin poder opinar lo que veían sus ojos, llamó a su hijo y le dijo:
-¡Hijo mío, llevabas razón! ¡Tu princesa perfecta existe y esta noche ha golpeado a nuestra puerta!
La auténtica nobleza
El príncipe, desquiciado de contento, corrió a buscar a la princesa, que paseaba con el rey en las caballerizas del palacio. Al verla se arrodilló a sus pies y ceremoniosamente le propuso:
-Oh mi princesa, te he buscado a lo largo de años y ya vacilaba de tu existencia. Mas el destino te trajo a mi palacio y encontrando el guisante en cama nos has probado que la sangre que corre en tus venas es más real y más azul que la de ninguna otra. ¿Me harías el honor de ser mi esposa?
La princesa se quedó boquiabierta: no podía opinar que aquel chico que ni tan siquiera conocía le estuviese pidiendo matrimonio, y no acababa de comprender esa absurda historia del guisante. Preguntó a qué se refería, y el príncipe le explicó el plan que había concebido la reina para revisar si era la princesa perfecta que procuraba.
Entonces la joven no tuvo dudas: primero sonrió (no se rió a carcajadas pues era muy educada, mas tenía muchas ganas), y entonces le afirmó al príncipe:
-Te agradezco mucho tu propuesta, mas mi contestación es no. Estoy segura que cualquier día hallarás a tu mujer perfecta y no precisarás guisantes para saberlo, aun podría ni tan siquiera ser una princesa. Yo proseguiré mi camino con el corazón lleno de agradecimiento, jamás voy a olvidar lo que habéis hecho por mí. Solo abusaré de vuestra esplendidez de nuevo para solicitaros un caballo y provisiones para unos días, y os afirmaré ¡adiós y mil gracias!
Cuando el caballo estuvo listo, la princesa saludó calorosamente a toda la familia, se montó y se distanció feliz por el camino, con más deseos que jamás de continuar conociendo el planeta.
Cuento animado
Como os afirmábamos al comienzo, el cuento original «La princesa y el guisante» no tiene el mismo final que el nuestro. Si deseáis conocer la versión tradicional de Andersen, podéis verla en este cuento animado.