Resumen de la película La última película

Si la primera película norteamericana fue un western, la última también lo será. Y en la última función del cine Royal, en Anarene, Texas, no se traicionó tal cita. Red River (1948), el mítico western de Howard Hawks, se usa para decir adiós (con altura) a un cine que conoció superiores épocas. Es precisamente esa postrera función la que brinda título a La última película, de Peter Bogdanovich. Sobre la elección de esa última cinta del Royal, el director explicaba: “Para mí tenía que ser una película que de alguna forma transcurriera en Texas. Y quería que fuera una película sobre los días cuando Texas tenía gloria y una clase de razón para existir. Quería una película de aventura, una película sobre dejar senderos” (fotograma 1).

Senderos que se dejan, caminos que se abren, rutas todas que, sin embargo, confluyen en Anarene, con sus 1131 pobladores, con sus calles polvorientas, con el silencio que sólo pausa el viento (fotograma 2). Bogdanovich hace un homenaje a una época ya ida, a un estado de las cosas que por ahora no existía al llevar a cabo su extenso film, planeado en el pasado, a objetivos de 1951 y filmado en un glorioso blanco y negro, los colores con los que nuestra memoria (contagiada de cine) asocia a ese tiempo.

Inspirado en la novela homónima de Larry McMurtry, a su vez coguionista del extenso film, Bogdanovich se transforma en un cronista propósito, y nada complaciente, de un momento muy especial y definitivo de la historia reciente de su país, pero lo relevante es que lo ejecuta desde una visión de altura humana, con una escenificación mínima, y lleno de sensibilidad y respeto por sus individuos y por la precisa narración que nos está ofreciendo. En expresiones del propio McMurtry: “Él está tan conmovido como yo por el desenlace de las cosas, por el ocaso de los periodos, las generaciones, las parejas, una ciudad. Pude haberlo deducido por su gusto por Ford o Hawks, el más elegíaco de nuestros directores”. Y a esas influencias hace honor.

En Anarene la multitud no es feliz y el relato de La última película está acorde con ese sentimiento (mezcla de inconformidad, tedio y dolor) que ocupa por igual a jóvenes y a superiores. La historia, coral en origen, se enfoca en seis personajes: tres tipos y tres superiores, pero realmente existen varios más, a través de un guión que les dio espacio y aire, y a una increíble elección de reparto que no permitió que hubieran individuos inferiores. Al inicio del extenso film conocemos a Sonny (Timothy Bottoms) y a Duane (Jeff Bridges), estudiantes del último año de secundaria. Los dos emergen de hogares escindidos y para sostenerse hacen trabajos inferiores, sin realmente tener muchas configuraciones, sin poseer una visión clara sobre su futuro. Con Duane observamos a Jacy (Cybill Shepherd, en su primer papel en el cine), una frívola e desequilibrado compañera de estudios, la más hermosa y deseada del lugar. Los tres tipos tienen sólo 4 configuraciones de diversión: un billar, un espacio de comidas, un cine y el sexo, este último una novedad únicamente por comprender.

El despertar sexual, el coming of age de tantas películas norteamericanas, aquí no está cubierto de encanto ni de ilusiones. En Anarene no existen varios sueños, quizá solo algo de curiosidad por las urgencias del cuerpo, más que nada si eso sirve de antídoto al tedio incalculable que los circunda. En la oscuridad del teatro, mientras ven (irónicamente) discurrir una situación feliz que más se ve ciencia-ficción en El padre de la novia (1950), Sonny juguetea con Charlene, una noviecita fugaz, mientras sueña con Jacy (fotograma 3); tras la aparente seguridad de Duane se oculta una colosal inexperiencia y una fragilidad insolente, mientras Jacy busca liberarse de una incómoda virginidad que le impide ingresar a otras vivencias más mundanas, lejanas al ideal de un amor romántico que se ve no caber en su cabeza. Duane será su primera pareja, en una aproximación íntimo desafortunado (fotograma 4). Es el propósito de la inocencia (no sólo sexual) jamás mejor representada que por Billy (Sam Bottoms), el jovencito retrasado mental, a quien Sonny y sus amigos obligan a tener una humillante y fracasada primera relación sexual y que después encontrará la desaparición en las calles de Anarene. Los espíritus puros desaparecen, no tienen ya cabida en este planeta contaminado, donde sólo se vive por el exitación momentáneo, se ve gritarnos el extenso film.

Pero, y era de esperarse, no sólo los más jóvenes ven en el sexo una escapatoria valida. Los superiores de Anarere distribuyen sus mismas angustias: la madre de Jacy, Lois (Ellen Burstyn) no encuentra satisfacción en su matrimonio con el jefe de la petrolera local, y busca aventuras con uno de los empleados, quién más tarde seducirá a nuestra Jacy. A su vez, Ruth (Cloris Leachman), la mujer del entrenador de la escuela, busca refugio para su colosal soledad y desamparo en los brazos dubitativos de Sonny (fotograma 5). Será Jacy quién los separe por un tiempo, convenciendo a Sonny para que se casen a escondidas de sus padres, en una jugada que busca, frente todo, que la saquen de Anarene. Como observamos, los enredos de cama están a la orden del día allí, pero despojados de todo aspecto de aventura cosmopolita o de travesura erótica. Aquí no hay sino, lastimosamente, hastío y asco por tener que vivir unas vidas vacías y desesperadas.

El único que se ve tener claro su papel es Sam “el león” (un magnífico Ben Johnson), el experimentado dueño de los tres negocios del lugar. Sam es el viejo sabio de la tribu, uno de esos seres con mil peleas a cuestas, marinero en tierra que presiente el propósito de sus días (fotograma 6). Y no sólo los suyos, sino los de una época entera, a la que seres como él pertenecían. De ese tipo de presagios es que se nutre La última película, de ahí su tono trágico, su perfil pesimista y amargo. Por instantes se ve que Anarene fuera un pueblo fantasma, poblado de espectros sin memoria y sin futuro. Quizá ese destino sea tan precario como el del teatro Royal, obligado al cierre por el advenimiento de la televisión, por ese entrometido que se coló en cada lugar de vida e hipnotizó a los espectadores hasta el punto de hacerles creer que no había una situación diferente a la que ofrecía esa pequeña caja con imágenes en blanco y negro. En una población donde se ve que nadie puede huír a las miradas y los comentarios de los demás, el televisión se antojaba ideal, pero lo que no vieron fue que cerró aún más su mundo, los encerró en el lugar de vida, los logró más solos y aislados. El cine de Anarene, incapaz de responder a ese reto doméstico, sucumbió. Cuántas cosas desaparecieron en ese entonces…

Bolas de polvo, ramas y escombros se ven pasar por las solitarias calles de Anarene, dignas de un western melancólico. Ellas arrastran también las ilusiones de sus pobladores, anhelos que empiezan y terminan en ese lugar perdido del mapa, en ese lugar olvidado por la suerte y por los hombres. En Anarene empieza y termina el planeta. Quién se atreve a salir no volverá. Quién se atreve a quedarse desconoce su porvenir.

Al final de la película, con Jacy fuera de su alcance, con Duane rumbo a la guerra de Corea y con Billy absurdamente muerto, Sonny (sin más sueños) no ve nada que realizar en esas calles, distinto a tomar su camioneta y huír tratando hallar otros caminos. Sale de los límites del pueblo a toda agilidad y súbitamente gira otra vez y regresa (fotograma 7). Lo entendemos. No hay nada más allá de Anarene. Sonny está culpado a habitarlo, rotando claustrofóbico en tristes círculos sobre su geografía. Es realmente difícil otro destino.

Juan Carlos González A.
© cinema primordial (febrero 2017)
(Reseña original en tiempodecine.co)
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Publicado al principio en la Revista Kinetoscopio no. 65 (Medellín, vol. 14, 2003)
© Centro Colombo Americano de Medellin, 2003