Resumen de la película La venganza de Ulzana

Un carromato con una mujer y su hijo escoltados por un soldado del ejército es atacado por un grupo de apaches. El soldado, que en una primer momento huye al galope, brinda media vuelta al escuchar los gritos desesperados de la mujer para, una vez a la altura del carromato, disparar sobre ella a bocajarro, montar al hijo en su caballo y intentar huír otra vez, pero es abatido por los apaches y cae al suelo junto al joven. Antes de ser apresado, toma su revólver y se dispara un tiro en la boca, mientras el hijo se abalanza contra los apaches que están próximo de cortar un dedo a través de su madre muerta para robarle su anillo. El joven unta con saliva el dedo de la mano, saca el anillo y lo distribución a los apaches. A pocos metros, otros tres apaches juegan lanzándose las vísceras del soldado, cuyo cadáver yace con el vientre abierto en canal. Tras la carnicería, los hombres de Ulzana abandonan el sitio, no sin que el jefe de los apaches dirija una última y fría mirada al joven que permanece postrado junto al cuerpo de su madre (fotograma 1).

En estos instantes en los que lo políticamente acertado domina algún aproximación a las temáticas más controvertidas, corroborar una película como La venganza de Ulzana piensa todo un reto por su desesperanzada (casi nihilista) visión del conflicto que nos enseña. Lejos del bienintencionado alegato que apareció en algunos westerns desde la década de los setenta (y que alcanzaría su cénit en la almibarada Bailando con lobos, de Kevin Costner), el film de Aldrich (un emprendimiento personal de Burt Lancaster, virtual productor del mismo aunque no se muestre en los créditos como tal) rehúye algún asomo de maniqueísmo para narrar con la máxima crudeza el combate entre blancos e indígenas desde la huida de la reserva de un pequeño grupo de apaches, a la cabeza de los cuales está el preocupante jefe Ulzana (Joaquín Martínez), que será buscado por una patrulla del ejército estadounidense al mando del joven teniente Garnett DeBuin (Bruce Davison) y con el veterano guía McIntosh (Burt Lancaster) en sus filas.

“Yo le diré cuáles son sus intenciones: quemar, mutilar, torturar, violar y asesinar”, responde impasible McIntosh al comandante Cartwright (Douglass Watson), frente la mirada atemorizada del teniente Garnett, cuando es informado de la huida de Ulzana. McIntosh, un explorador que nos es comunicado por los oficiales como alguien que “desprecia toda especialidad, tanto moral como militar”, encarna esa visión nihilista a la que se enfrentará el joven teniente, hijo de un sacerdote según el cual “la falta de sentimientos cristianos hacia los indígenas es la razón de nuestros problemas con ellos”. Conviene detenerse en esta idea: Garnett, en su loable intención de poder la convivencia pacífica con los indígenas, nace de la necesidad de tratarlos según los sentimientos cristianos para lograr su propósito, en tanto que McIntosh, muy más pragmático, asume la imposibilidad de esa convivencia, como si tuviera interiorizada la culpa derivada del pecado original cometido desde la colonización del pueblo indígena por parte del hombre blanco (y aquí cabe denominar la muy comentada alusión del film a la guerra de Vietnam que los USA estaban próximo de perder) “¿Odia a los apaches?”, le preguntará un desalentado Garnett a McIntosh después de confrontar a un nuevo ámbito de horror en la granja de unos colonos torturados y asesinados por los hombres de Ulzana, y tras la escueta negación del explorador y su confesión de que él sí ha acabado por odiarles, la respuesta de McIntosh no puede ser más elocuente: “Eso no le hará más feliz. ¿Puede odiarse el desierto porque en él no hay agua? Es muy con que se le tema”, argumenta McIntosh, al que observamos leyendo un voluminoso volumen (fotograma 2), en una insólita imagen que se contrapone a la del propio Garnett, en otro momento de la película, leyendo la biblia (razón contra religión).

Previamente, el joven teniente había intentado encontrar la respuesta a su incapacidad de cubrir el salvaje accionar de Ulzana interpelando de forma directa al apache Ke-Ni-Tay (Jorge Luke), guía de la patrulla, (“¿Tú también eres así? ¿Matarías a alguien de esa forma?”) y la respuesta del mismo (en línea con el pensamiento de McIntosh) no dejaba ya ningún espacio para la esperanza: en lugar del previsible (y falso) alegato lleno de buenas pretenciones (que habría de justificar el deber del apache con el ejército), el guía responde afirmativamente para, a continuación, intentar argumentar el sentimiento de frustración y deshonra contra el que pelea el jefe Ulzana después de pasar riguroso tiempo encerrado en la reserva.

Película por consiguiente de alegato poco complaciente para buscadores de mensajes expiatorios o de reparaciones históricas basadas en la mera autoinculpación, cabe sin embargo encontrar trazas de la personal e incorruptible mirada ética de McIntosh en pequeños datos que ni el personaje primordial ni nuestro Aldrich (director en otras oportunidades con un estilo un poco aparente y responsable aquí de su obra formalmente más hermosa y depurada) parecen querer subrayar en ningún momento (antes al contrario): en los reproches del personaje primordial al comerciante de carne por sus malas artes en su trato con los apaches; en su actitud de profundo respeto y reconocimiento hacia Ke-Ni-Tay (“Yo confío en él”, arguye frente Garnett para justificar una de sus decisiones), que se verá refrendada en la emotiva despedida final entre los dos (fotograma 3), o de hecho hacia su contrincante Ulzana (“sus proyectos son brillantes”, admite en otro momento de la película al comprender una de las maniobras del jefe apache); o en la muy velada mención a su mujer apache (apenas dos planos al inicio de la película – fotograma 4) que se acabará ratificando a través de su respuesta al teniente Garnett cuando éste le pregunte intrigado sobre ello: “Qué pregunta tan idiota. Le sugiero que deje de lado su odio y empieze a pensar. Hasta el día de hoy no lo logró demasiado”.

Una actitud ética que poco debe ver con los preceptos de la moral religiosa del esforzado teniente Garnett, quien, cuando McIntosh, herido de muerte, le pide ser abandonado para fallecer el campo de guerra, balbucea en señal de protesta: “No es cristiano…”, a eso que el viejo guía responde, elocuente: “Es verdad, teniente, no lo es” (fotograma 5).

David Vericat
© cinema primordial (mayo 2016)