Había una vez una princesa que se sentía tan fea que jamás salía de su alcoba. Y cuando lo hacía, siempre se ponía una máscara o se maquillaba bastante para que nadie le viera la cara. No sus más cercanos sirvientes podían verle la cara.
Por el reino empezó a correr la voz de que la princesa jamás se casaría, de fea que era. Y cuando estos comentarios llegaron a oídos de la princesa decidió escaparse. Pero como no quería que nadie la siguiera, convocó a una de sus más leales sirvientas.
-Catalina, he de confesarte un misterio -le explicó la princesa-. Me voy a huír. quiero que te hagas pasar por mí. Oculta bien tu rostro y nadie te descubrirá.
– Haré lo que me pidáis mi señora – ha dicho Catalina-, solo les pido un favor: llevaos a mi hermano Ernesto para que les acompañe y les proteja. así quedaré más tranquila.
La princesa logró caso a Catalina y se llevó Ernesto con ella. juntos abandonaron el palacio disfrazados de soldados.
Entrada la noche Ernesto y la princesa llegaron a una posada del sendero. cuando bajaron del caballo Ernesto preguntó a su señora:
– Princesa decidme porque vais disfrazada de hombre?
La princesa, quitándose el casco, le respondió:
– Quiero sentirme libre por una vez.
-Y ¿no podéis llevarlo a cabo vestido de mujer? -preguntó Ernesto
-A nadie le importa si los príncipes son feos o bellísimos, menos aun los soldados.
– Mi señora- ha dicho Ernesto-, siento deciros que jamás podréis pasar por un soldado.
– ¿Por qué dices eso, Ernesto? – preguntó la princesa.
– Pienso que lleváis bastante tiempo escondiendo tu verdadero rostro mi señora -dijo Ernesto- y por esa razón desconoceis lo hermosa que sois.
La princesa se había sentido tan libre cabalgando con Ernesto que había olvidado lo preocupada que se encontraba por esconder su rostro.
– Miraos a un espejo, mi señora, por favor – le ha dicho Ernesto.
Al mirarse en el espejo la princesa puedo conocer que no era tan fea como ella pensaba. al opuesto, se encontró hermosa.
– Gracias por tu sinceridad Ernesto- ha dicho la princesa-. Aún así, deseo gozar de unos días de independencia.
– Como deseéis mi señora-. Yo cuidaré de vos.
Después de numerosos días la princesa y Ernesto regresaron al palacio. La princesa recuperó su puesto y pidió a su padre que organizara un baile de disfraces.
Durante el baile la princesa mostró al planeta su verdadero rostro. Y todo el planeta quedó maravillado frente tanta hermosura.