Las zapatillas rojas

¿Conoces el cuento Las zapatillas rojas? Seguro que lo has escuchado nombrar; mas pese a ser un cuento tradicional de Hans Christian Andersen, no es tan renombrado como El Patito Feo La Sirenita, otros cuentos suyos.

Como otros cuentos de este autor, Las zapatillas rojas es un cuento con moraleja, esto es con una enseñanza ética sobre valores esenciales como la humildad y la gratitud. Leeremos juntos el cuento; asimismo os traemos su versión animada y sobre el final vamos a hablar sobre la moraleja del cuento y sobre su autor.

Cuento «Las zapatillas rojas»

Había una vez una pequeña pequeña llamada Karen. Ella y su madre eran muy pobres, tanto que la pobrecita no tenía zapatos, y debía caminar siempre y en toda circunstancia descalza. Viéndola siempre y en toda circunstancia con sus pequeños pies lastimados, una zapatera del pueblo le hizo dos zapatos colorados, utilizando unos retales de lona roja. Los zapatos no eran realmente bonitos, mas siendo los únicos que tenía, Karen los llevaba siempre y en toda circunstancia puestos.

Un día, la madre de Karen enfermó, y desafortunadamente al poco tiempo murió. La pobre pequeña, entristecida, a lo largo del entierro marchó tras el pobre ataúd llevando los zapatos colorados, los únicos que tenía. Mientras que el cortejo se dirigía al camposanto, pasó por el camino un turismo, en cuyo interior iba sentada una anciana mujer. La señora, al ver esta escena tan triste, sintió mucha pena por aquella pequeña triste con un par de zapatos tan poco apropiados para un entierro.

Pidió al cochero que se detuviese, y charló con el sacerdote:

Padre, quisiese adoptar a esta pobre pequeña. Yo asimismo estoy sola en el planeta, y puedo darle el hogar y el cariño que necesita– le pidió

El sacerdote accedió, y tras el entierro, Karen se fue a vivir con la anciana.

Karen se transforma en una hermosa joven

La señora adquirió a Karen ropa y un nuevo par de zapatos, y los viejos y tristes zapatos colorados acabaron en la basura. Karen medró bajo el cuidado y el cariño de la afable anciana, hasta transformarse en una joven hermosa y algo antojadiza.

Sucedió que en aquellos días, los Reyes del país y su hija la Princesa hacían un viaje y pasaron por el pueblo de Karen. Todos y cada uno de los campesinos, incluida Karen, se aproximaron al palacio donde se alojaban para verles. La joven princesa se asomó al balcón para saludar a la gente, luciendo un fácil vestido blanco y dos bellos y relucientes zapatos colorados de bailarina. Esas zapatillas rojas eran la cosa más muy elegante y hermosa que Karen había visto en su vida. No eran como esos terribles zapatos que debía emplear cuando era pequeña, ¡estos eran únicos!

La joven se fue soñando con esas zapatillas, ¡esperemos pudiese tener cualquier día unas de esta manera!

Las zapatillas rojas

Llegó el día en que Karen debía percibir el sacramento de la confirmación. La joven y la anciana salieron para adquirirle un vestido y un par de zapatos a Karen, acordes a la liturgia. Cuando llegaron a la tienda de zapatos, la joven vio en el escaparate unas zapatillas rojas iguales a las que llevaba la princesa aquel día. Karen no pudo contener la emoción:

-¡Mira, los zapatos colorados de la princesa!- exclamó –¡Deseo adquirir estos!

Pero la señora se negó:

-Un par de zapatos colorados no son apropiados para una liturgia religiosa, y tampoco podrías ponértelos para otras ocasiones en los que debes ir bien vestida- le respondió –Compraremos un par de zapatos negros.

Karen se incordió, y aprovechando que la anciana prácticamente no veía, se probó las zapatillas y las adquirió, haciéndole opinar que eran unos prudentes zapatos negros.

El día de la confirmación llegó, y Karen se puso sus zapatillas rojas sin decir nada a la anciana. Todo el planeta en la iglesia miraba los pies de la joven, que andaba presumida tal y como si estuviese en una pasarela de tendencia. Tanto estaba orgullosa y ocupada en sus zapatos, que no prestó ninguna atención a la liturgia, ni a las palabras del sacerdote. Al salir de la iglesia, todo el planeta charlaba de los zapatos de Karen y de su actitud. Estas palabras llegaron a oídos de la anciana, que se sintió muy defraudada y le llamó la atención.

¿Por qué razón te comportas de esta forma? Me has engañado, comprando esas zapatillas rojas pese a que te afirmé que no lo hicieses. Desde este instante utilizarás tus viejos zapatos a veces solemnes como esta- dijo enfadada.

Un enigmático soldado

Al poco tiempo, una persona próxima a la señora y a Karen murió. La anciana y la joven se prepararon para acudir al entierro, vistiéndose de luto. Mas Karen, al ver sus zapatillas rojas en el guardarropa, vaciló un instante, y después, sin poder resistir a la vanidad, se las puso y salió de casa así como la señora.

Al llegar al entierro, las zapatillas rojas de Karen llamaron la atención de todo el planeta. Y nuevamente , presumida, desfiló entre las miradas de la gente satisfecha y ufana. Al salir, al lado de la puerta estaba un viejo soldado con una muleta y una larga barba. El hombre se aproximó a Karen y le dijo:

Jovencita, ¡qué fantásticos zapatos! ¿Me dejarías verlos más de cerca?

Ella, sintiéndose alabada en su coquetería, levantó el pie, mientras que el soldado se inclinaba.

Hermosos zapatos de baile!– exclamó el soldado  –Procura que no se te suelten cuando dances– y al decir esto, tocó los zapatos con un dedo.

Karen y la anciana se fueron, sin hacer mucho caso a aquel hombre peculiar.

Los zapatos danzarines

Por aquellos días la anciana cayó enferma de gravedad. Era preciso atenderla y cuidarla mucho, y no había absolutamente nadie más próxima que Karen para hacerlo. Mas en la urbe se daba un enorme baile, y la chica estaba asimismo convidada. Miró a la anciana, y se afirmó que si salía por un rato nada podría acontecer. Con lo que se calzó sus zapatillas rojas y se fue al baile.

Cuando entró al gran salón y escuchó la música, de manera inmediata empezó a bailar. Mas cuando deseó moverse cara el centro de la sala, los zapatos, sin dejar de danzar, la llevaron cara la puerta, entonces por las calles, y por último alén de los muros del pueblo. Deseó quitarse los zapatos, mas era imposible: ¡estaban pegados a sus pies! De esta manera, sin poder dejar de danzar, prosiguió recorriendo campos y bosques, de día y a la noche, sin un minuto de reposo.

Pasaron los días, y la joven ya no podía más. No solo estaba exhausta y dolorida: sus pies sangraban, y su corazón asimismo. Deseaba regresar a su casa, mas los zapatos bailarines no se lo dejaban. Con un último esmero se tiró al suelo, y consiguió arrancarse los zapatos, ¡que prosiguieron bailando solos! Se puso de pie a mala pena, y rengueando, emprendió el regreso a casa. Los zapatos la prosiguieron, sin parar de bailar.

La lección de los zapatos

Finalmente llegó a casa rendida y lastimada, y la anciana señora la recibió con los brazos abiertos. La hizo entrar, le preparó algo de comer, y después la llevó a la cama a fin de que descansase. Al día después, repuesta, Karen deseó salir de casa para ir al mercado. Mas cuando abrió la puerta, ¡los zapatos bailarines estaban allá y no la dejaban salir!. Cerró la puerta atemorizada y decidió no salir de casa por unos días.

Pero al poco tiempo, hastiada, deseó salir para ir ver a una amiga. Abrió la puerta, ¡y allá estaban los zapatos! Corrió cara la puerta trasera, la abrió para escapar, ¡y las zapatillas rojas estaban ya aguardándola! Creyó que podría salir por una ventana, mas fue imposible: las zapatillas bailarinas se movía como locas a sus pies, sin dejarle dar ni un paso. Karen se echó a plañir entristecida, pensando por qué razón esas zapatillas eran tan malas con ella.

Pero entonces comprendió: ¡todo era su culpa! Su vanidad la había enceguecido, sin dejarle ver qué era lo verdaderamente esencial. Entonces corrió cara la cocina, donde estaba la anciana preparando el alimento. Echándose a sus pies, le dijo:

¡Perdóname por favor! Tu has sido una madre para mí y me he comportado de forma ególatra y descortés- le afirmó –Unos zapatos bonitos jamás van a ser más preciosos que un corazón lleno de humildad y gratitud.

La señora la abrazó sonriendo y le afirmó que no se preocupara, que todo estaba olvidado. Karen le contó sobre las zapatillas rojas que no la dejaban en paz, y juntas fueron cara la puerta para poder ver qué se podía hacer. Al abrir la puerta se llevaron una enorme sorpresa, por el hecho de que allá de pie frente a ellas, estaba el viejo soldado de las muletas. A su lado, las locas zapatillas proseguían bailando. El soldado sonrió, se inclinó cara las zapatillas y dijo:

Hermosos zapatos de baile! ¡es hora de dejar de danzar!- y al decir esto, tocó los zapatos con un dedo.

Las zapatillas rojas se detuvieron al momento, y el soldado se fue sin decir una palabra. Karen decidió meter las zapatillas en una caja de cristal y ponerlas sobre su mesita a la noche. De esta forma le recordarían día a día la esencial lección que había aprendido.

Las zapatillas rojas, cuento animado

Como habíamos dicho, asimismo os dejamos el cuento Las zapatillas rojas en una versión animada. Apreciaréis ciertas diferencias con nuestra versión, y asimismo con el cuento original de Andersen, si lo conocéis. Como muchos cuentos tradicionales, Andersen imaginó una historia algo más cruenta y con un final menos feliz, si bien edificante. En cualquier caso, en todas y cada una de las versiones de Las zapatillas rojas que hallaréis la moraleja de la historia continúa intacta…

La moraleja de «Las zapatillas rojas»

Es bastante fácil intuir cuál es la moraleja de «Las zapatillas rojas». Es un cuento que nos habla de la relevancia de la humildad y la gratitud.  Leyendo este cuento podemos meditar sobre la vanidad, que puede cegarnos y no dejarnos ver lo verdaderamente esencial.