“Buenas piernas, buenas orejas y buenos ojos: esos son los primordiales atributos fĂsicos con los que debe contar todo francĂ©s que quiera ser verdaderamente digno de constituir parte del club del flâneur“.
Entre 1853 y 1870 el barĂłn Georges-Eugène Haussmann llevĂł a cabo el sueño de NapoleĂłn III, remodelando el viejo ParĂs. El laberĂntico trazado medieval de la regiĂłn más sustancial francesa fue sustituido por gigantes bulevares y avenidas que encauzaron el fluĂdo de una colosal poblaciĂłn en rápido avance. Se instalaron farolas, se numeraron los portales de los inmuebles, se fijaron anuncios con los nombres de las calles, se construyeron aceras y se compusieron mapas y planos urbanos. Las calles claustrofĂłbicas, hĂşmedas y secretas brindaron paso a una ciudad radiante, bien ventilada, racional y comercial, donde florecĂan las boutiques, los gigantes almacenes y los pasajes. Toda esta macrooperaciĂłn urbanĂstica favoreciĂł y estimulĂł la presencia del flâneur en las calles de ParĂs. La vieja imagen del paseante urbano que en el siglo XVI y XVII se asociaba negativamente al vago y al maleante adquiriĂł ahora mismo caracterĂsticas y atributos nuevos que lo convirtieron en una clase de “espectador urbano” que de forma libre y rápida recorre la ciudad a la caza de datos, matices, huellas y contrastes que el espectáculo de la colosal urbe le proporciona.
Esta figura solitaria que segĂşn Louis Huart atesora el “don de la errancia” es un hombre siempre virtuoso y feliz que, provisto de un cĂłmodo y riguroso gabán, atraviesa las calles y las multitudes parisinas en busca de esas pequeñas alegrĂas inesperadas que el arte del paseo depara a aquel que está dotado con “buenas piernas, buenas orejas y positivos puntos de vistas”.
Muy destacable para el constructor de esta “FisiologĂa del flâneur” es distinguir a este Ăşltimo de otros individuos que deambulan con continuidad por las calles de ParĂs y que, a distingue del verdadero flâneur, no tienen iniciativa ver ni ver. No practicarĂan debido a que el arte de la “flânerie” los mirones, los trotacalles, los pasmarotes, los turistas o los granujas parisinos.
El flâneur no es un espectador alguno, es un hombre cultivado. “No se aburre jamás, se basta a sĂ mismo y encuentra en todo lo que tiene enfrente algo con lo que ofrecer de comer su sabidurĂa”. Frecuentemente es un artista o un poeta. Tiene la cabeza despierta, mira siempre, piensa cuando es requisito y es alegre cuando es posible. Y lo más destacable, “tiene la aptitud de suspender la conciencia”.
Actualmente ParĂs se convirtiĂł en una ciudad postpeatonal. Baudelaire y Walter Benjamin por ahora no disfrutarĂan caminando por ella. Aun asĂ mantiene la gloria de ser la ciudad que alumbrĂł a los más indispensables pensadores del caminar: Guy Debord en los años 50, Michel de Certau en los 70 y Jean-Christophe Bailly en los 90. Michel de Certau decĂa que la ciudad es un lenguaje hablado por sus caminantes y que si Ă©stos desaparecen la ciudad se calla, quedando sĂłlo la gramática vasta del urbanismo desaforado y el omnipresente tráfico rodado. La ciudad sĂłlo contará sus historias y sus secretos a aquel que se acerque a ella caminando, observando y observando,
Enviado por:
Bruno Montano
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