Resumen del libro Pizzería Vesubio

 

“Los napolitanos que yo conocí, en el vecindario y fuera de él, sabían realizar dos cosas: ser magliari o cocinar. Mi papá cambió de bando: montó una pizzería frente a un centro español en la calle Moreno y la llamó pizzería Vesubio. Bajo un letrero luminoso con ese nombre en rojo rezaba el siguiente subtítulo: La verídica pizza a la piedra. Los gallegos de enfrente preguntaban, medio en broma, medio seriamente, si se llamaba así porque era dura como una piedra; nosotros les decíamos que no fueran brutos, que se hacía en un horno de piedra y de ahí su nombre. Ésta era la pizza original, la que hacían en los bajos de Nápoles”.

La niñez de Andrea estaba indefectiblemente relacionada a aquella pizzería. Los olores y sabores que emanaba eran recibidos por el chico como algo de el, algo que los Merola llevan en los genes y que se transmite entre generaciones como una herencia familiar inmaterial. Con el paso de los años, estos aromas tendrán siempre el poder de socorrer ecos dormidos de su depósito sentimental. “Algo muy básico y sagrado nos vinculaba a los Merola con el acto de comer” -reconoce el chico- “No lo hacíamos para subsistir. Era otra cosa, lo sentíamos como una clase de alquimia”.
Tal vez por eso la Pizzería Vesubio es más que un negocio: de todos métodos se se ve más a un espacio de vida, a un pedacito de su Nápoles natal insertado en su querida Buenos Aires; una isla que maneja nostalgias y anhelos en la mitad de un mar de anodina situación y sueños inviábles, un método hecho en el hogar contra el mal del emigrante.
En la Pizzería Vesubio sólo se sirven dos tipos de pizza: la margarita y la napolitana, cocinadas ámbas siguiendo los dictados de la tradición. Y respetar esta norma es importante: asiste para asegurar el espíritu de la madre patria, la tierra de origen donde el mar es más azul, el cielo más limpio y la comida más cargada.
El local de los Merola simboliza la pelea por la supervivencia de Andrea y de los suyos en un país extranjero, un espacio donde esta familia de napolitanos deja su imprompta más auténtica y sentida. Argentina les ha acogido y se realizó un hueco destacable en sus almas pero el origen, la tierra madre, jamás se olvida. El sitio donde nos criamos, donde nos llega las primeras caricias y vibramos con el primer amor: este es nuestro punto de partida y la marca que deja en nosotros es indeleble. Para Andrea tan destacable es Nápoles como Buenos Aires, su crónica cabalga a caballo entre ámbas. Pero jamás podrá olvidar ese pequeño lugar de comidas, en el que descubrió que las expresiones “pizzería” y “psicología” tienen más cosas en común que la letra con la que empiezan.
La primera novela del exitoso escritor Walter Riso afirma lo que sus millones de leyentes ya saben: que es un colosal conocedor del alma humana al que le agrada remarcar en el lote emocional porque ahí está la sustancia última de lo que somos.