El cuento a la vista que presentamos esta vez es una historia de hermanos. Seguro que la convivencia de los pequeños cuando llega un nuevo miembro a la familia le ha dado cefalea a más de una Mamá y un Papá. De súbito el rey de la casa ya no es el rey de la casa. Todo esto se dificulta en el instante en el que hay que compartir la habitación. Algo de este modo le ocurre a Nerea cuando el abuelo viene a vivir a casa.
Pero en un caso así la solución para el enfrentamiento entre Nerea y Pablo pasa por un cuento, un libro y mucha mucha imaginación. ¿Os apetece descubrir de qué manera lograron compartir habitación Nerea y Pablo sin que brotara ningún inconveniente? Puesto que a leer, a leer y a leer…
Los cuentos del bichejo
Después de haber estado tantos años teniendo una habitación para ella sola, Nerea vio como la cosa cambiaba cuando cumplió ocho años.
– No seas refunfuñona, Nerea. El abuelo viene solo por una temporada. Cuando acabe el invierno volverá a su casa y vas a poder recobrar tu habitación.
– Claro, mas mientras, la que debe dormir con el bichejo soy .
El bichejo no era una lagartija gigante, ni un animal piloso y gruñón, sino más bien el apodo que Nerea le había puesto a su hermano pequeño, Pablo. Y es que Nerea, si bien hacía ya prácticamente un par de años que Pablo era su hermano, proseguía sin entender por qué razón todo el planeta le hacía tanto caso. ¡Con lo hastiado que era! Prácticamente no charlaba, andaba tal y como si fuera un pato mareado y lloraba cada 2 por 3. ¡Si cuando menos supiese jugar a la peonza, o bien contar cuentos, o bien asistirle a solucionar los inconvenientes de
Así que Nerea vio con horror de qué manera trasladaban su pequeña cama de colores a la habitación de Pablo.
– ¡Ya vas a ver como es excelente! Yo siempre y en todo momento compartí habitación con mi hermana y nos lo pasábamos bomba – procuró persuadirla su madre.
Pero Nerea no lo veía claro. No se podía equiparar su amena tía Rita, con aquel pequeño quejica y torpe que la proseguía a todas y cada una partes y la miraba con aquellos enormes ojos grises.
– ¡No me mires de este modo, bichejo! Si tuvieses una habitación tan bonita como la mía, tampoco se la querrías dejar al abuelo.
Pero Pablo la miraba con sus enormes ojos grises y le daba la risa. ¿De qué se reía aquel mocoso? Nerea suspiró. Aquel invierno iba a ser realmente muy complicado.
Y de este modo fue al comienzo, sobre todo por las noches. Y es que el bichejo se acostaba prontísimo y no se podía hacer ni un estruendos y mucho menos dejar la luz encendida. Aquello sí que era un auténtico inconveniente para Nerea, ¡con lo que le agradaba leer de noche! Ya antes siempre y en todo momento le contaba un cuento Papá, mas desde el momento en que el bichejo había llegado a casa, Nerea había empezado a leerlos sola. Al comienzo, la refunfuñona Nerea había protestado mucho, mas después había descubierto que leerlos sola era muy entretenido. Le agradaba poner voces, imitar a los personajes y también imaginarse toda vez que era la protagonista. ¡Y ahora aquello había terminado!
Pero Mamá, al verla tan enfadada, tuvo una enorme idea:
– Nerea, ¿por qué razón no le lees los cuentos a Pablo? De esta manera vas a poder proseguir gozando de ellos y además de esto se los vas a enseñar a tu hermano.
– Bah, ¿para qué exactamente? Si el bichejo no comprende nada.
– ¡Venga, anímate!
Y a Nerea no le quedó más antídoto que comenzar a compartir sus cuentos con Pablo. Las primeras noches, el bichejo la miraba con sus enormes ojos grises y bostezaba hastiado. Y Nerea, bostezaba más hastiada aún. Los cuentos del bichejo eran simples y llenos de colores. ¡Ciertos ni tan siquiera tenían letras!
– ¡De qué manera voy a contarle un cuento sin palabras! ¿Qué hago, me las invento?
Y eso fue precisamente lo que hizo: inventarse el texto de los cuentos de Pablo. Que si un hada por acá, que si una oveja que hace bee por allí, que si cánido que hace guau, que si una pequeña traviesa que canta una canción. De esta manera, poquito a poco, Nerea empezó a lograr que el pequeño se divirtiera con ellos.
– Y entonces llegó la hechicera con cara de mala. Escucha, bichejo, era malísima y se reía así: ¡UAJAJAJAJA!
– ¡acacacaca!
– No, bichejo, ¡UAJAJAJA! ¿A ver de qué manera lo haces ?
El pequeño procuraba imitar una y otra vez la risa de la hechicera mala del cuento, mas ¡no había forma! Mas si bien no lo lograba, ¡era tan jocoso intentándolo!
Y de este modo, entre cuentos, fue pasando el invierno, y antes que Nerea se diese cuenta el abuelo cogió sus cosas y se fue de vuelta a casa.
– ¿Estás contenta, Nerea? ¡Al fin vas a recobrar tu cuarto!
Pero la pequeña no estaba contenta. Por una parte, tenía ganas de regresar a su habitación, con su alfombra de listas, sus estanterías llenas de libros y sus paredes verdes, mas había algo que iba a echar de menos: ¡al bichejo! En todos aquellos meses habían pasado tanto tiempo juntos y se habían entretenido tanto, que Nerea había comprendido por qué razón todo el planeta le hacía tanto caso: ¡era un bichejo admirable!
Por eso, cuando Papá le anunció que volvía a su cuarto, su cara no fue exactamente de alegría.
– ¿Qué sucede Nerea? ¿No era lo que deseabas? Al fin vas a poder regresar a leer tus cuentos ya antes de dormir…
– Sí, pero… ¿qué sucede con el bichejo? ¿quién le va a leer ahora esos cuentos sin palabras?
Al oírla decir aquello, Papá entendió lo que le pasaba.
– Puesto que , Nerea. Que para eso eres su hermana mayor…
Y de este modo fue. Nerea prosiguió contándole cuentos a su hermano pequeño noche tras noche, un día tras otro, hasta el momento en que el bichejo fue tan mayor que pudo leerlos solo.