Dos películas rodó Fritz Lang con la actriz Gloria Grahame que, lejos de enseñar una clara cohesión como las que corresponden a los ciclos que rodó con Sylvia Sidney y Joan Bennett, resultan muy dispares entre sí: la presente Los sobornados, vibrante film de gánsteres y uno de los más patentemente americanos de su constructor, y Deseos humanos (1954), el más secreto y germánico de toda su trayectoria en Hollywood. Más allá de sus visibles diferencias, además de la misma Grahame encarnando a dos de las más desafortunadas heroínas languianas, ámbas películas tienen en común a ese increíble actor que fue Glenn Ford y la productora Columbia, además de transmitir una conclusión similar, la de un personaje primordial abocado a la grisura existencial, y destilar ámbas una ferocidad inaudita de hecho para Lang, quizás por ser los primeros títulos que rodó tras su inclusión en las listas negras extraoficiales del nefando senador MacCarthy.
Los sobornados exhibe una única historia de venganza y tiene visibles paralelismos con la previa Encubridora (1952). De hecho, otra vez, hay un hombre perdidamente enamorado, el sargento Dave Bannion (Glenn Ford), aquí de su esposa; otra vez, Lang muestra la profunda unión de la pareja con un beso, sólo que en escala todavía más próxima, en primerísimo chato (fotograma 1), añadiendo además esa hermosa idea de los cigarrillos y las cervezas compartidos sobre la marcha; otra vez, la desaparición de la querida sume al hombre en la amargura total y lo aboca al odio y a la venganza, traducido semejante estado de ánimo, a través de la extraordinaria interpretación de Glenn Ford, en numerosas de las miradas más profundas de toda la obra languiana; y otra vez, otra mujer pierde la vida en la consecución de los objetivos del justiciero, cuya victoria, por consiguiente, lejos de suponerle un bálsamo (relativo), le hace un regusto aún más amargo.
Ahora bien, en esta ocasión la venganza no se transporta a cabo en un ámbito pretérito ni de fábula, sino dentro de un entramado habitual riguroso y exacto, que ayuda la más rica galería de individuos de toda la obra de Lang; muy en especial, en lo que toca a los delincuentes, cuya presentación en el film, enlazados a través de diálogos telefónicas (lo que, a su vez, sugiere la noción de una telaraña invisible), es modélica: de la recién viuda Bertha Duncan (Jeanette Nolan) al capo Mike Lagana (Alexander Scourby), y de este a Vince Stone (Lee Marvin) por mediación de Debby Marsh (Gloria Grahame).
Los sobornados cuenta, además, con una secuencia de brillantes ideas formales, presentadas con tal naturalidad que manifiestan que el celebrado sendero hacia la austeridad en la obra de Lang ya había culminado en este film. Está, por ejemplo cosas, la presencia de algunos elementos, cuya colosal rigidez no necesita de subrayados, como es el cuadro de la madre de Lagana o son las pistolas que cunden por el film. O también, ese montaje que frecuenta agrupar dos imágenes por su relación oculta. Así, cuando Dave por fin encuentra a un sujeto que le asistencia en su guerra, un primer chato de el funde con la muñeca de su hija huérfana en el carricoche; la niña hace aparición en chato, coge la muñeca, la cámara retrocede y se ve a Dave contemplándola y, en el final, aupándola y besándola: la asistencia exterior lo anima a revivir.
Y en especial, recalca la utilización del símbolo, esa herramienta con la que bregó Lang durante los años veinte y treinta, y que en Los sobornados resulta magistral por su limpidez y contundencia. Consigue con ver el mecano de la hija de Dave derrumbándose para cubrir que la vida del hombre se está desmoronando (fotograma 2).
La sociedad que muestra Lang en Los sobornados está muy próxima a la dominada por los nazis en su período antifascista. Lagana controla todos los niveles de la sociedad, dentro las categorías superiores de la policía, y para la multitud corrientes es verdaderamente difícil escaparse del plan trazado sin que la organización tentacular del mafioso las delate y castigue impunemente. Con su mirada inexorable, Lang muestra que los métodos nazis, su omnipotencia y preocupante dominio, son ahora mismo patrimonio de los gánsteres, por muy americanos que sean: el compromiso está en el lugar de vida, o puede estarlo.
Es de ver que, como quiera que, por medio de la represión gansteril, todo el planeta está indefenso y solo, la venganza de Bannion acaba convirtiéndose en un acto de justicia. Para comprobarlo es requisito atender al uso de la crueldad en este film, en líneas generalmente la más explícita y alucinante de toda la obra de Lang. En la mayoría de las situaciones, los actos violentos de los maleantes vienen elididos o fuera de campo, pero ello, lejos de restarles fuerza, les ofrece más grande poder maléfico y los hace más incontrovertibles; por el contrario, tan sólo la mirada de Dave a los mafiosos se ve un escupitajo, y sus arranques agresivos, que para sí quisiera el tildado Lagana, acostumbran registrarse frontalmente: lo observamos peleando furiosamente en varias oportunidades, y también intentando estrangular a Larry y a Bertha Duncan (fotograma 3).
En su sed de justicia, Dave acaba contagiando a un segundo personaje, a Debby, la cual, al ser desfigurada por Vince en esa antológica escena, una de las más crueles del cine y que tanta celebridad alcanzó por su ferocidad, en que el rabioso le arroja café hirviendo a la cara (fotograma 4), tomará el relevo como diosa vengadora; y es considerable, por lo rarísimo en el cineasta cuando la crueldad es de este calibre, que también Lang muestre frontalmente las agresiones de Debby, aún más furibundas que las del policía viudo: el asesinato de la viuda Duncan y la desfiguración de Vince.
Tenemos, por consiguiente, la planificación fría y metódica, invisible, de los delincuentes frente a las descargas sentimentales e incontrolables, visibles, de Dave y Debby, las cuales parecen enarbolar, indivisibles de la venganza, respectivamente el afán de justicia y el agradecimiento. Se ha solido tomar en cuenta que, al exhibir las agresiones ejercidas por los individuos positivos y ocultar las perpetradas por los negativos, Lang tenía por objeto incomodar al espectador y cuestionar el sentido de una venganza furibunda, pero no suponemos que este sea la situacion en absoluto en este film, y más bien pensamos que el director, y el espectador con él, condenan a los criminales alevosos y comprenden y perdonan a los vengadores, quizás de hecho aplaudiendo el violento ajuste de tienes esos dos individuos tan detestables como son la arpía Bertha y el animal Vince. De hecho, Dave y Debby son dos de los humanos que se sienten más próximos emocionalmente, con los que la identificación es más profunda, de toda la filmografía de Lang. Y pasa que la cuestión escencial en Los sobornados, como en todas las anteriores películas antinazis de su constructor, no es quién ejerce la crueldad, sino hacia quién va apuntada, y que no mostrarla es un acto de respeto que hay que a las víctimas, pero no a los verdugos.
Pero la justicia, aunque necesaria, no supone el triunfo. La desaparición de Debby está dentro de las rarísimas detalladas por Lang y, de estas, la única glosada líricamente, merced a los primeros planos que el cineasta le dedica y al gesto de la joven de taparse su colosal cicatriz con el visón que le sirve de almohada (fotograma 5). Su agonía, asistida por Dave, declara que, más allá de haberse unido en la venganza, los individuos siguen estando solos, incomunicados, cada cual concentrado en sus propios pensamientos, en su tanda particular de primeros planos. Dave, por fin, en uno de los gigantes instantes románticos del cine de Lang, se sincera con alguien rememorando a su mujer, transmitiéndole a Debby los instantes más tiernos de su convivencia…, pero está tan absorto en su desahogo, en su arrebato, que no se apercibe de que la joven expira…
Dave volverá a su crónica recurrente, al trabajo, sólo que el chato (casi) secuencia final, muy anodino y nada heroico, lo muestra emprendiendo una vida monótona y vacía.
Fernando Usón Forniés
© cinema primordial (marzo 2018)
(Extracto del análisis “Los nazis jamás mueren: The Big Heat (Fritz Lang, 1953)” comunicado en Capricho cinéfilo)