“En memoria de quienes nos hicieron reír, saltimbanquis, payasos y bufones de todas las épocas y naciones, cuyos esfuerzos aliviaron nuestra cruz. Con cariño les dedico esta película”
Tercer título de una filmografía de únicamente 12 películas, Los viajes de Sullivan piensa el comienzo de la conveniente etapa de Preston Sturges, entre 1941 y 1944, únicamente 4 años en los que el director nos brindó sus tres gigantes proyectos maestras (el presente film y las siguientes Las tres noches de Eva y Un marido Rico) a las que siguieron otros dos extraordinarios títulos (Salve, héroe victorioso y El milagro de Morgan Creek), menos populares por la sepa de gigantes estrellas en su reparto, pero sin lugar a dudas por eso con una carga subversiva si cabe más grande que la de las tres películas precedentes (en todo caso inaudita para la época en que fueron rodadas, en pleno auge del infame Código Hays).
Pero, además de por el hecho de erigirse como la obra cumbre del director (siendo únicamente el tercer título de su filmografía), Los viajes de Sullivan es un film insólito por la declaración de pretenciones que tiene dentro con fachada de un alucinante homenaje a la comedia, exactamente el género al que Sturges iba a consagrar toda su filmografía. Se ve que el director tuviera la necesidad de rendir tributo a todos y todos los artistas que le precedieron (tal como exhibe en el texto inicial del film) antes de arrancar la que sería su etapa de más grande auge creativo, coincidiendo con el más considerable momento de la screwball comedy (subgénero que nuestro Sturges, colocado junto con los Hawks, Lubitsch, Capra, Wilder, McCarey o La Cava, contribuiría a encumbrar como una de las más brillantes manifestaciones de la narración de la comedia cinematográfica).
La trama del film es fácil, pero exactamente por ello tremendamente efectiva: John Lloyd Sullivan (Joel McCrea), un afamado director de comedias, quiere sugerir un giro a su trayectoria emprendiendo la adaptación de una novela dramática (O Brother, Where Art Thou?, obra ficticia de la cual los hermanos Coen extraerían el título para su película homónima del 2000) a fin de poder “plasmar la dignidad y el padecimiento de la humanidad”. Para eso, el personaje primordial no duda en disfrazarse de indigente y arrancar un viaje con la intención de presenciar en su propia carne las penurias de las clases más desfavorecidas (no en vano el film se sitúa en la mitad de una época de la depresión norteamericana), con el propósito de llevar a cabo su película con más grande conocimiento de causa.
“No me gusta que se burlen de los pobres. El tema no es atrayente. Los pobres lo saben todo sobre la pobreza. Solo a los ricos morbosos les entusiasma el tema”, le espeta libremente el mayordomo Burroughs (Robert Greig) al personaje primordial cuando le llama la atención probándose su atuendo de indigente en oposición al espejo (fotograma 1 – una sentencia reprobatoria que sintetiza brillantemente la posición de los primordiales directores del género, de esta manera que lo expresó en su día otro de sus gigantes instructores, Jerry Lewis: “Lo peor es que si el pobre tipo que vive en un pisito de dos habitaciones sin calefacción elige irse al cine para olvidar sus penas, hoy en día está con una película sobre un pobre tipo que vive en un pisito de dos habitaciones sin calefacción”).
Haciendo caso omiso a las expresiones de su mayordomo (y a los ruegos de sus productores, empeñados en perpetuar los gigantes éxitos del director en el cine de entretenimiento), Sullivan inicia el primero de sus viajes seguido bien de cerca por una aparatosa caravana que los productores han dispuesto con el propósito de velar por su seguridad. Será en este primer periplo (el de más extensión de los tres) en donde se concentran parte sustancial de las ocasiones de comedia del film: desde la frenética huida de Sullivan dentro de un estrambótico coche de carreras conducido por un jovencísimo piloto (fotograma 2 – una deslumbrante secuencia de persecución que Clint Eastwood homenajearía en la espléndida Un mundo perfecto); pasando por el hilarante episodio del personaje primordial al servicio (preso, más bien) de dos viejas solteronas de las que acabará huyendo despavorido (magnífico el gag con el retrato del difunto dueño de la vivienda observando a Sullivan ataviado con su pijama); hasta la escena que cierra este primer viaje, después de que Sullivan se encuentre con una muchacha aspirante a actriz (verónica Lake) y ya de regreso a la mansión del personaje primordial, con el mayordomo Burroughs, el ayudante de cámara (Eric Blore), la joven actriz y nuestro Sullivan zambulléndose de forma accidental en la piscina del director.
Tras este primer intento fallido, el director realizará dos recientes salidas, acompañado en esta situación por la joven actriz: la primera de ellas, partiendo como polizones en un tren de carga, termina abruptamente cuando la pareja está con la caravana encargada de velar por la seguridad de Sullivan; en tanto que en la segunda y escencial, los individuos primordiales alcanzarán a presenciar por un corto período de tiempo las penurias de la pobreza, hasta el punto de dejar rápidamente del ensayo y regresar otra vez a las comodidades de la mansión en Los Ángeles.
Será desde este tercer viaje cuando el film deja terminantemente el género de comedia para transformarse en una obra de denuncia habitual primero (justamente el tipo de película que Sullivan ansía realizar) y a continuación en un drama carcelario, a raíz del mortal hecho que acabará con el personaje primordial detenido y recluido en un siniestro centro de trabajos forzados. Un episodio que posibilita a Sturges brindarnos uno de los instantes más brillantes y emocionantes de toda su filmografía: acogidos a ritmo de góspel por los feligreses de un pequeño centro espiritual, los presos llegan a la iglesia para contribuir a una proyección cinematográfica (magnífico, entre numerosos, el chato de los pies encadenados de los presos continuando por el pasillo central de la iglesia – fotograma 3); las luces se apagan, el proyector comienza a rodar y en la vieja pantalla se detallan las inconfundibles siluetas de Micky Mouse y el perro Pluto, ocasionando las repentinas carcajadas de toda la congregación. Ajeno por un momento a su catástrofe personal, fundiendo sus carcajadas entre la de sus compañeros, Sullivan comprende en ese exacto instante el inmenso valor que piensa realizar reír a los demás (fotograma 4). De esta manera que confiesa, una vez liberado, frente sus atónitos productores: “Hacer reír tiene muy mérito. ¿Sabíais que la risa es lo único que tiene bastante gente? Es poco, pero es conveniente que nada en este planeta de locos”
David Vericat
© cinema primordial (julio 2014)
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