Resumen de la película Master and Commander: Al otro lado del mundo

“Abril de 1805. Napoleón es amo y señor de Europa. Sólo la flota británica le se enfrenta. Los océanos son campos de batalla”

Enfrentarse en pleno siglo veintiuno a un título como Master and Commander piensa un hecho tan reconfortante como, tristemente, excepcional en el lamentable panorama de las considerables superproducciones cinematográficas contemporáneas. Ya desde las primeras imágenes dentro del Surprise (en un corto prólogo nocturno en el que Weir nos introduce de manera magistral en el buque de la armada inglesa, ámbito prácticamente único de esta increíble película de aventuras – fotograma 1), el espectador advierte que está frente una idea atípica, donde la atmósfera y el (buen) gusto por los datos serán elementos determinantes en el instante de poner en imágenes esta soberbia adaptación que, tomando como punto de partida la décima distribución de la saga literaria de Patrick O’Brian, ‘La costa más lejana del mundo’ (1984), recrea numerosos de los pasajes (pero más que nada la esencia allí contenida) de la serie de veintiuna novelas que el escritor forjó entre 1970 y 1999.

Tras el mencionado prólogo, la película empieza con la fantasmal aparición entre la niebla del preocupante Acheron, el buque de la armada francesa que el capitán del Surprise, Jack Aubrey (Russell Crowe), tiene órdenes de hundir (una escena que tiene dentro la primera de las muchas imágenes memorables del film cuando, advertido por uno de sus oficiales, Aubrey inspecciona el horizonte con su catalejo hasta que el destello de un cañonazo delata la presencia e inminente ataque del barco enemigo – fotograma 2). Desde este primer combate, del que el Surprise consigue huír exactamente ocultándose en la densa niebla que había propiciado la aparición por sorpresa del buque francés, el Acheron se convertirá en una auténtica obsesión del capitán Aubrey, quien, desoyendo las recomendaciones del resto de sus oficiales y de su colosal amigo, el doctor Stephen Maturin (Paul Bettany), no dudará un segundo en ordenar la reparación del buque para partir a la caza de su Moby Dick particular (el paralelismo con el personaje de Melville es aparente, aun cuando el comportamiento del personaje primordial distará de colosal forma de la disparidad que acabará dominando al mítico capitán Ahab).

Con este argumento central (la caza y captura del Acheron), y a través de un magnífico guion que consigue hilvanar diferentes historias y individuos que, lejos de parar la trama escencial, la hacen continuar confiriéndole una colosal riqueza de matices y perspectivas, Weir nos ofrece una de las más emocionantes historias sobre la amistad, el valor y el sacrificio que nos dió el cine en un extenso tiempo. Un film que entronca con clásicos del género como El planeta en sus manos, El hidalgo de los mares (Raoul Walsh, 1951 y 1952) o Los contrabandistas de Moonfleet (Fritz Lang, 1955; en este último caso principalmente por las semejanzas entre la crónica de iniciación del joven personaje primordial langniano y la del joven Lord Blakeney – Max Pirkis – en el film de Weir).

La sucesión de imágenes desde las relaciones entre los diferentes pertenecientes de la tripulación que forman el microcosmos de la película es formidable: la amputación del brazo del joven Blakeney o la trepanación de cráneo del viejo Joe Plaice (George Innes) – seguida con reverencial expectación por el resto de la tripulación – a cargo del doctor Maturin; el capitán Aubrey entregando un libro del almirante Nelson al convaleciente Blakeney, asombrado por uno de sus oficiales mientras redacta a su “querida Sophie”, o contemplando fugazmente el joven rostro de una indígena durante una parada para el aprovisionamiento del Surprise; y, por supuesto, las veladas musicales entre Aubrey y Maturin en el camarote del capitán (fotograma 3), son sólo numerosos de los numerosos instantes que enriquecen la trama escencial de la película desde las diferentes historias y oportunidades que se suceden dentro del navío.

Mención además merece la terrible historia de la maldición del oficial Hollom (Lee Ingleby), a quien el resto de la tripulación hace responsable de todas sus calamidades y que, tras el  dramático episodio en el que el capitán Aubrey se ve obligado a sacrificar a uno de sus hombres para socorrer al Surprise (uno de los instantes más intensos y emotivos del film, con el personaje primordial cortando la soga de la que cuelga el mástil al que se agarra el marinero caído al agua para omitir el hundimiento del navío en la mitad de una tempestad – fotograma 4), e incapaz de aguantar la conspiración de sus inferiores, acabará lanzándose por la borda para esconder en las profundidades del océano (una subtrama que entronca con uno de los temas omnipresentes en la filmografía de Weir: el de la imposibilidad de adhesión o reconocimiento de parte de una comunidad hacia un sujeto no correspondiente a la misma).

Pero, como ya se apuntó, y además de un formidable film de aventuras, Master and Commander es frente todo la hermosa historia de la relación de dos hombres que deberán sacrificar sus concepciones personales (y profesionales) más íntimas en favor del profundo sentimiento de amistad que les une, de esta manera que observaremos en el episodio en el que, tras un hecho a raíz del cual el doctor Maturin resulta dificultosamente herido, el capitán Aubrey elige dejar la persecución del Acheron para desembarcar en las islas Galápagos como la única opción de salvación de su amigo (o, cuando menos, para concederle la posibilidad de fallecer en el ámbito que ansiaba explorar: espléndido el chato cenital de Maturin transportado en camilla – se diría que levitando – sobre el suelo de las Encantadas al son de la suite para cello BWV1007 de Bach – fotograma 5), lo que dará lugar a la magistral secuencia donde Maturin elige autooperarse consiguiendo conseguir la bala de su abdomen, frente el desconcierto de sus improvisados ayudantes.

Un primer sacrificio que Maturin devolverá a su amigo cuando, en la mitad de una expedición naturalista sobre las Galápagos, el científico avistará al otro lado de la isla la esbelta silueta del Acheron y, con el propósito de transmitir cuanto antes a Aubrey, se verá obligado a permitir que caiga sus capturas para conseguir regresar cuanto antes al campamento (una secuencia, la del avistamiento del buque francés, que Weir concluye con otro chato memorable: Maturin junta un pequeño escarabajo y, cuando lo levanta sobre la palma de su mano para inspeccionarlo, revela el velamen del buque francés en el horizonte, momento que Weir soluciona con un transfoque – un recurso que la mayoria de las ocasiones me resulta molesto y gratis y aquí se me antoja como particular –  que nos transporta de la diminuta imagen en primer chato del escarabajo a la amenazante presencia del Acheron en la lejanía).

“¿No dices que ese pájaro no puede volar? Entonces no se irá a ninguna parte”, mira irónico el capitán Aubrey a su amigo Maturin justo antes de reiniciar la persecución de su ansiada presa al son de la Música nocturna de las calles de Madrid de Bocherini mientras, a la distancia, se divisa el majestuoso velamen del Acheron recortándose en el horizonte (fotograma 6).

David Vericat
© cinema primordial (noviembre 2014)