El constructor, Fernando Savater indaga en la gestación del singularísimo universo literario de Borges, que ha influido no sólo a escritores, sino también a filósofos, pintores y cineastas de varias generaciones; en sus complejas relaciones con Argentina y con el mundo; en su anglofilia y sus polémicos posicionamientos políticos; en los avatares de su crónica y los ensueños de su imaginación, que cristalizan en una obra literaria insaciable, que a través de cuentos, poemas y breves ensayos indaga en los enigmas básicos de la condición humana: el tiempo, el infinito, la identidad, la perplejidad ética… tratados siempre con una eficaz y despacio ironía metafísica.
He aquí el fruto de una pasión literaria, toda una vida de lector acompañado por los escritos de quien es aquí objeto de homenaje: Jorge Luis Borges. Fernando Savater lo revela con catorce años y lo persigue hasta la tumba, que en las páginas finales de este libro busca en un cementerio ginebrino. Esta edición tiene dentro además el primer texto que Fernando Savater escribió sobre Borges.
De acuerdo a Fernando Savater, Borges no se ciñe a los cánones de ningún género. Para él «los géneros dependen, quizá menos de los textos, que del modo en que éstos son leídos», de ahí que su prosa sea poética, su poesía narrativa y sus cuentos filosóficos. Sus temas habituales: el enigma del tiempo, la perplejidad frente la desaparición, los espejos, el problema del doble, la memoria de los hechos heroicos ya desvanecidos.
Del trato con Borges y con su obra nadie sale inmune. Leer a Borges es como bañarse en el Jordán, como bautizarse. Cuando lees a Borges tienen la oportunidad de pasar dos cosas: o bien acaba la literatura y empieza Borges (como le pasó a Emir Rodríguez Monegal) o bien comienzas a repensar la literatura «desde» Borges (como le ocurrió a Fernando Savater).
La obra de Borges es hedónica y para hedonistas, es jubilosa pero no exenta de melancolía. Melancolía, eso sí, entendida a la forma de Víctor Hugo, oséa, melancolía como la alegría de estar triste.
Sus proyectos más representativas podrían ser «Ficciones», «Otras inquisiciones», «El hacedor», «El Aleph». Proyectos redondas, clásicas, proyectos en las que Borges trata de atrapar al «tigre» que habita fuera de la selva del lenguaje y en las que los que leen no atendemos tanto a eso que dice en ellas sino a eso que «nos» dice íntimamente nuestro Borges, el Borges de cada uno.
Borges no es un filósofo, no es un pensador (él mismo lo dice) pero somete a la filosofía a una «cura de cordura» a través del humor, de la ironía metafísica, del escepticismo. Borges «juega seriamente» con la realidad y se sitúa en una dimensión diferente y superpuesta a la misma, pero de ninguna forma falso. El argentino es un animal primordialmente literario, pero ésto no lo sitúa fuera de la realidad sino en el corazón de la misma, gracias a que la literatura es para él la realidad de la realidad, lo cual hace sin consideración la distinción entre alegato y vida. En última instancia la literatura serviría para no perder la vida y no perderse en la vida.
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