Lo recuerdo, pensó Geralt, lo recuerdo. Sí, allá, en las escaleras escurridizas por la sangre del castillo de Rhys-Run, donde lucharon hombro con hombro, y , el Lobo y la Gata, 2 máquinas de dar muerte, inhumanas en su velocidad y atrocidad por el hecho de que los habían arrastrado hasta el final, enloquecidos, apoyados contra la pared. Sí, entonces los nilfgaardianos recularon, llenos de temor, frente al brillo y el silbido de sus hojas, y fueron bajando despacio, cara abajo por las escaleras del castillo de Rhys-Run, húmedas de sangre. Bajaron apoyados el uno en el otro, unidos, y delante de ellos andaba la muerte, la muerte en forma de 2 blancas hojas de espada. El frío y apacible Lobo y la ida Gata. El brillo de las hojas, el grito, la sangre, la muerte… Sí, entonces… Entonces… Ciri volvió a echarse los cabellos hacia atrás y entre sus mechones cenicientos relució la nevosa blancura de la ancha banda de su sien. Entonces se le volvieron blancos los cabellos a la chavala.»