Resumen del libro De que hablo cuando hablo de correr. Haruki Murakami

 

En 1982, después de dejar el local de jazz que gerenciaba y elegir que, desde ese instante, se enfocaría de forma exclusiva a escribir, Haruki Murakami comenzó a correr. En 1983, correría sin compañía alguna, el camino que divide a las localidades griegas de Atenas y Maratón, lo que significó su bautizo en esta carrera clásica.
Ahora, ya con bastantes libros publicados de enorme éxito a nivel mundial, y después de llevar a cabo participaciones en muchas carreras de extendida distancia hechas en diferentes localidades y parajes, Murakami hace una reflexión sobre la predominación que este deporte tuvo no solo en su historia sino en su obra. Por eso, se refiere a sus duros entrenamientos diarios, así como a su afán por superarse, la pasión que siente por la música o de los sitios a los que ha podido viajar, mientras dibuja la iniciativa que, para el dia a dia de Murakami, tanto escribir como correr, son ocupaciones vitales.
Es muy descriptivo en las acciones que cuenta dentro del libro y aquí poseemos una exhibe de ello:
«El sol continúa su ascenso. Correr por las calles del centro de Atenas resulta tremendamente duro. Desde el estadio hasta la avenida que lleva a Maratón –llamada también avenida de Maratón– hay unos cinco kilómetros, pero incontables semáforos alteran mi ritmo de carrera. Para colmo, muchas zonas de la acera están bloqueadas por proyectos y por coches mal aparcados,de modo que, siempre que uno se topa con una de esas zonas, debe salir a la calzada, y, como los coches que circulan de madrugada por la localidad lo hacen a una agilidad endiablada, siente que su integridad física está seriamente amenazada».
«A la altura de la entrada de la avenida de Maratón, el sol comienza a verse y las farolas de la región se apagan al unísono. Se acerca, ganando lote de a poco, la hora donde el sol estival se adueñará de la área. También empiezan a verse personas en las paradas de autobús. Como los griegos tienen por práctica tirarse la siesta, a cambio, madrugan para ir al trabajo. Todos me miran con ojos de extrañeza. Sospecho que no debe ser recurrente para ellos hallarse a un oriental corriendo por las calles de Atenas antes del amanecer».
«Apenas sopla viento. Al cabo de seis kilómetros me quito la remera y me quedo desnudo de cintura para arriba. Como siempre corro sin remera, en relación me la quito me acercamiento muy a gusto (aunque después lo pasaré mal por las terribles quemaduras del sol). Superada la cuesta, siento por fin que dejo la localidad atrás. Es un respiro, pero, simultáneamente, desaparecen completamente las aceras y, en su lugar, hace aparición un ajustado arcén, separado de la calzada tan sólo por una fácil línea blanca».
Fácilmente se puede ver que sus vivencias fueron muy duras al correr. Sin embargo, es algo que no lo detiene porque siente que se sobrepasa de a poco, que controla su cuerpo a través de la cabeza y al reves, lo que ayuda a llenar su vacío. En De qué hablo cuando hablo de correr, Murakami nos sugiere ir a hacer un paseo a su historia, presentándolo como un inicio obligación de correr. para llevarlo a cabo por pasión, e meterse en maratones y carreras, y continuar corriendo. En fin, poseemos a un libro de muchas reflexiones filosóficas y con suficientes anécdotas y que enriquecerán la vivencia de algún lector.
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