Elena, es como un cadáver caminante, babeante, e impaciente. Su rutina no está dividida por horas de sesenta minutos cada una, sino por las 4 pastillas de levodopa que consume en los días de su crónica. Su cerebro, es como un rey que únicamente se percata de ser destronado, después de coordinar los movimientos de su cuerpo.
La convicción de Elena no tiembla, más allá que está sufriendo el Mal de Parkinson. Porque el de el no es común, gracias a que según el doctor, es un Parkinson Añadido, distinto al que se conoce, patología que, le hace implosión de cabeza a pies, dejándola desconectada, que puede derrocar al cerebro y apropiarse del cuerpo pausadamente, una puta patología puta, como ella la denomina todo el tiempo, y a la que se puede agarrar por los instantes que el medicamento se lo permita, si es que Elena consigue deglutir la pastilla.
En la policía le brindaron que su hija decidió suicidarse en la iglesia del vecindario. Elena, piensa que no es verdad, porque Rita o se acercaría a la iglesia mientras llueve, y esa noche, Elena sabe, los relámpagos acechaban. Pero lo único que cayó aquella noche, fue el cuerpo de su primogénita, sin la persona que podía cuidarla como se asegura a un bebé que no es con la aptitud de contener fluidos y desechos corporales, sin poder levantarse por sí mismo de su silla o de su cama.
Elena está segura que alguien le arrebató a su hija, su primera y última protectora, aunque el inspector y los pertenecientes de la policía argentina procuraran convencerla de otra cosa. Y por eso, a Elena no le queda más que transformarse en una detective privado. del control sobre su cuerpo.
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