España, mil cuatrocientos cuarenta y ocho. 2 mujeres luchan por el poder en la corona de Castilla: la reina Isabel de
Portugal, madre de futura Isabel la Católica, y la condesa de Montalbán, doña Juana de
Pimentel. Las dos se encararán en una lucha sin piedad para tener la Lobera, la mítica y
enigmática espada de Fernando III que descansa en Sevilla, cuyo poder puede dar la victoria
terminante.
Entre ellas avanza la construcción de la Catedral de Sevilla. La muerte del profesor de
Obras y del arzobispo va a traer a escena a la reina de la Corona de Aragón, María de
Trastámara, cuya injerencia puede desestabilizar la batalla en Castilla y establecer un nuevo
mapa peninsular.
“Liberado el cerrojo desde dentro, acabó de abrir la vitrina y cogió con su mano derecha
aquella muy importante reliquia. Le pareció sentir recorrer por su cuerpo, en ese instante,
una fuerza insólita. Estaba más seguro de sí, más intrépido, más presto a pelear
contra todo. Agarrada por la empuñadura, la levantó cara el techo sin dejar de mirarla. Era la
espada de Fernando III. Era la mítica Lobera, el arma que había ganado todas y cada una de las batallas
de quienes la habían empuñado”