Resumen de Supercapitalismo

 

Éxito y fracaso

El propósito del capitalismo es llevar a cabo riqueza. En este sentido, el capitalismo estadounidense fué precisamente exitoso. Las compañías se han vuelto cada vez más rentables y productivas, y tienen la aptitud de realizar más con menos. El mercado accionario creció durante los últimos treinta años aún durante reveses ocasionales.
Sin embargo, estas tendencias económicas también han debilitado la democracia estadounidense y han ampliado la desigualdad entre ricos y pobres. Por consiguiente, los pobladores de estados unidos han triunfado y, a la vez, fracasado. De hecho, cuando juegan el papel de usuarios e capitalistas, los pobladores de estados unidos tienen la posibilidad de ingresar a bienes más accesibles y de mejor calidad, y a una más grande diversidad de instrumentos de inversión. De igual modo, los pobladores de estados unidos se han vuelto más poderosos, puesto que los usuarios y capitalistas marcan la pauta de los negocios. Sin embargo, cuando juegan el papel de ciudadanos, es visible que los pobladores de estados unidos perdieron cierto poder.
Contrastemos los logros de los últimos 30 años con los logros de los 30 años anteriores. Tras la Segunda Guerra Mundial, disminuyó la desigualdad salarial, creció la clase media y los pobladores de estados unidos se volvieron más conscientes de que podían ejercer una predominación eficaz sobre el gobierno. Además, una única serie de sindicatos, corporaciones, agencias, organizaciones y partidos políticos permitían regular los diferentes intereses en juego. En cambio, durante el “supercapitalismo” este balance desapareció en pos de los intereses del mercado.

Capitalismo democrático

Durante el período que va desde el desenlace de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los años setenta, el capitalismo estadounidense se sostuvo sobre tres pilares:

1. Corporaciones: unas pocas corporaciones dominaban cada industria. Estas lograron economías de escala a través de la producción en masa, lograron achicar sus costos y lograron coordinar sus costos (una difícil tarea dadas las leyes antimonopolio). Además, invirtieron sus capital en fábricas y equipos. Los ejecutivos, gerentes y trabajadores recibían sueldos razonables pero no desmesurados. En estas burocracias los sueldos gerenciales dependían del rango y la experiencia.
2. Mano de obra: los sindicatos laborales representaban una tercer parte de la fuerza laboral estadounidense. Estos negociaban los sueldos y beneficio de los jornaleros, pero los acuerdos era más o menos uniformes dentro de cada industria, así que no se afectaba la competitividad. Las huelgas eran poco recurrentes. La producción y las ganancias eran equilibrados. Los jornaleros ganaban lo muy como para entrar en la clase media y consumir los productos que salían de las fábricas.
3. Gobierno: el gobierno se aseguraba de que ningún interés se sobrepusiera a los demás. La regulación de los monopolios permitía que el público tuviera ingreso a los servicios básicos (telecomunicaciones, electricidad y transporte). Los legisladores abogaban por los intereses locales (agricultura, ventas al por menor y pequeños negocios). Las políticas fiscales era progresivas y los impuestos se utilizaban para financiar un programa de defensa tan riguroso que incluía: autopistas, educación, expansión del mercado, ingreso a elementos naturales y, por supuesto, gasto directo en las industrias armamentista y aeroespacial.

El sistema habitual como capitalismo democrático alcanzó un balance a través de una dificultosa negociación entre las diferentes partes con intereses. Entre los beneficio que ofrecía el mismo estaban:

– Productividad.
– Rentabilidad.
– Empleo persistente.
– Repartición de la riqueza.
– Una clase media cuyos estratos más prósperos consumían los productos que salían de las fábricas ubicadas en EUA.

Sin embargo, desde un método únicamente económico, este sistema era caro y poco eficiente. Si el gobierno podría ser menos intervencionista, si los sindicatos hubieran tenido menos poder y si las industrias hubieran sido más competitivas, los usuarios habrían comprado costos más bajos. El retorno sobre las acciones y otros mecanismos financieros era bajo. Y los capitalistas tenían poco o ningún control sobre los director ejecutivo.
Además, los director ejecutivo se consideraban a sí mismos como “estadistas corporativos”. Algunas ocasiones, supeditaban los intereses de sus compañías y de los capitalistas a los intereses del país. No juzgaban el éxito según con el comportamiento de las acciones; de hecho, no les importaba muy el mercado accionario.

La vía al “supercapitalismo”

Durante la Guerra Fría, el gobierno estadounidense invirtió con creces en investigación y avance. Numerosos de los adelantos tecnológicos desarrollados en esta época fueron: la Internet, las comunicaciones satelitales, los contenedores para transportar mercancía, la fibra óptica y la aeronáutica. Estas tecnologías allanaron el sendero hacia el supercapitalismo.
Gracias a que el transporte y las comunicaciones se volvieron cada vez más rápidas y baratas, las compañías lograron llevar a cabo cadenas de abastecimientos que se extendían a lo riguroso y ancho del planeta. El diseño y la fabricación computarizados permitieron nuevos niveles de efectividad y efectividad. Mientras la producción de pequeños lotes se volvió más productivo, las economías de escala dejaron de ser tan ventajosas como antes. Dado el aumento de la rivalidad, los minoristas comenzaron a exigirles una mejor calidad y costos más bajos a los programadores. Los nuevos negociantes consiguieron el modo de prestar servicios (transporte, telecomunicaciones, finanzas, etc.) más baratos. Los capitalistas colocaban sus ahorros en fondos mutuales y fondos de pensión, y los gerentes, a su vez, exigían un mejor desempeño a sus compañías.
El mensaje que recibía los director ejecutivo estaba claro: habían sido contratados y, por consiguiente, eran reemplazables. Así puesto que, dada la presión a la que estaban sometidos (obtener costos más bajos y superiores ganancias), los director ejecutivo hicieron todo lo posible por bajar los costos: achicar las nóminas, ejercer presión sobre los sindicatos y, si esto no era muy, modificar las fábricas a otros estados o países con el propósito de sustituir los trabajadores sindicados por trabajadores no sindicados.

Pros y contras para usuarios e inversionistas

Los beneficio económicos del supercapitalismo son innegables. Los capitalistas están consiguiendo un mejor retorno y los usuarios tienen la posibilidad de ingresar a una más grande proporción de bienes de mejor calidad y más accesibles. Por ejemplo cosas, aunque es la comidilla de los liberales, Wal-Mart les proporciona valor tanto a sus capitalistas como a los compradores. De hecho, les ahorra entre US$ 100 mil millones y US$ 200 mil millones cada un año a los compradores; oséa, unos US$ 600 por familia.
La desregulación le ha valido un colosal ahorro a industrias que ahora mismo se han vuelto muy competitivas. Los viajes aéreos pasaron de US$ 35 por milla en 1962 a menos de US$ 15 en el 2000. Sólo Southwest Airlines le ha ahorrado a los usuarios cerca de US$ 20 mil millones. Además, el valor de las telecomunicaciones disminuyó a la mitad o más; de hecho, es posible llamar a algún país de todo el planeta de manera libre y gratuita a través de los servicios VoIP (llamadas telefónicas a través de la Internet).
Algunos servicios así como la atención sanitaria se han vuelto más costosos, pero esto se origina por que hoy poseemos tecnologías farmacéuticas y médicas más complejas. Los pobladores de estados unidos son más saludables y viven más que antes. El número de muertes por cáncer o patologías cardíacas se ha achicado. La mortalidad infantil está disminuyendo. Aunque estén pagando más, los pobladores de estados unidos están consiguiendo más.
Los capitalistas se han beneficiado del hecho de que los mercados de capital nacieron y se han vuelto más poderosos. Tienen la posibilidad de ingresar a más información, lo que piensa más configuraciones de inversión. El mercado accionario se ha disparado mientras las compañías se han vuelto más rentables. La desregulación financiera no sólo ha mejorado las ganancias de los capitalistas sino que, además, ha abierto nuevos canales para que las compañías y los nuevos negociantes obtengan capital.
Sin embargo, nada de esto (los bajos costos para los usuarios y los gigantes retornos para los capitalistas no vienen sin un prominente costo) es gratuito. Se conoce que las compañías cuyo único método para medir el éxito es el mercado contaminan el aire y las aguas, llenan los medios de sexo y crueldad, e intervienen en la política con dinero. Si algo es productivo, entonces alguien lo hará. ¿De quién es la culpa de todo lo citado? Si los usuarios no compraran, nadie les vendería; por consiguiente, el enemigo no son las corporaciones sino sus individuos. La supremacía de los intereses de los usuarios y de los capitalistas es tal que nadie pone el sistema en cuestión.

Las corporaciones entran en la política

Mientras crece la presión, las corporaciones han empezado a competir no sólo en el mercado sino, además, en los procesos políticos. En 1950, 100 corporaciones tenían áreas de trabajo políticas en Washington. 40 años después, 500 compañías tenían áreas de trabajo en Washington y 61 mil cabilderos trabajaban para garantizar intereses empresariales. Además, las corporaciones patrocinaban numerosas asociaciones, fundaciones, institutos de investigación y otros conjuntos.
El cabildeo corporativo es bipartidista. El ex senador demócrata Tom Daschle y el ex senador republicano Bob Dole pertenecían a la misma firma cabildera. Los congresistas que trabajan para firmas de cabildeo tienen la oportunidad de llegar a ganar hasta medio millón de dólares al año.
Por su parte, las corporaciones están dispuestas a pagar gigantes proporciones de dinero a los cabilderos, puesto que estos ejercen una colosal predominación sobre las políticas públicas. En el 2006, Sun, Google, Microsoft, Yahoo, Oracle e IBM destinaron fondos para realizar cabildeo en Washington con el propósito de que sus contrincantes no lograran inclinar el mercado en su favor.
El problema es que el cabildeo corporativo puede acallar la voz de los ciudadanos. Mientras el planeta corporativo se vuelve más bullicioso en Washington, el resto de las voces comienza a apagarse. Los sindicatos comerciales perdieron su consideración. Los organismos encargados de salvaguardar los intereses del público tienen cada vez menos poder. Los políticos le prestan poca atención a la justicia habitual porque ningún grupo ordenado es tan poderoso como las corporaciones.

Los límites de la deber habitual corporativa

Las corporaciones que tratan de ser socialmente causantes persiguen objetivos muy loables, tales como: tratar humanamente los animales, garantizar el medio ámbito, etc. Sin embargo, la deber habitual tiene sus límites. Si esta comienza a poner en peligro las ganancias de los capitalistas o si resulta en un aumento de los costos de producción, la misma gente que aplaudía las buenas pretenciones de la corporación se rehusará a pagar más por los productos o a sacrificar los retornos sobre las inversiones.
Además, el marketing de las corporaciones socialmente causantes puede ser engañoso. Por ejemplo cosas, los esfuerzos de Ben & Jerry para garantizar la selva tropical tienen la oportunidad de parecer socialmente responsables; pero, además, ¿es responsable vender postres ricos en grasas y azúcares a una población que sufre de obesidad? Otro ejemplo, Starbucks apoya el comienzo de “ofrecer un óptimo ámbito de trabajo”; sin embargo, la Junta Nacional de Relaciones Laborales acusó a la compañía de evadir que sus trabajadores se organizaran en un sindicato.

Restablecer el balance

Los ciudadanos tienen que estudiar a admitir aquello que tienen la oportunidad de o no aguardar tanto de las corporaciones como de la democracia. Las corporaciones no son malvadas ni están enfrascadas en una oscura conspiración. Pero el trabajo de estas no es velar por la democracia. Aunque la ley trata a las corporaciones como si fueran personas, aquellas no son más que un grupo de contratos. El gobierno no debería cobrarles impuestos, procesarlas judicialmente, asegurar su derecho a expresarse libremente o algún otra cosa que las confunda con los ciudadanos. Tampoco debería condenarlas cuando estas mudan sus fábricas u áreas de trabajo al exterior con el propósito de aumentar su competitividad.
De igual modo, la política no debería estar bajo el yugo de las corporaciones sino responder a los intereses de la multitud. Así como hay leyes que prohíben ya que los sindicatos utilicen dinero para realizar cabildeo a menos que todos sus pertenecientes así lo consientan, las corporaciones deberían estar obligadas a hallar el consentimiento de sus capitalistas en el instante de arrancar tareas de cabildeo. Además, los ciudadanos que les hacen donaciones a las organizaciones que promueven la participación política deberían recibir deducciones impositivas.