El Tirante va precedido de una muy poco original dedicatoria ya que en parte importante es una copia de la que Enrique de Villena puso frente a la redacción catalana de Los 12 trabajos de Hércules. La dedicatoria va apuntada al infante don Fernando de Portugal.
Martorell asegura que primero tradujo el libro del inglés al portugués y después del portugués a la lengua “vulgar valenciana”, lo que, evidentemente, es falso. En todo caso, esto podría ser cierto para los primeros 97 capítulos (la obra tiene 487 capítulos) en los que refunde el Guillem de Varoich y narra hechos sucedidos en Inglaterra.
Las aventuras de Tirante en Inglaterra
Se cuenta aquí que el joven bretón Tirante el Blanco de Roca Salada, acompañado de numerosos gentilhombres, va a Inglaterra para ayudar a unas solemnes fiestas que han de festejarse con fundamento de unas bodas reales. En Londres es armado caballero y se hace recurrente por sus permanentes victorias sobre otros caballeros y es proclamado el más destacable justador de cuantos intervinieron en las fiestas.
En estos capítulos Martorell reproduce el ámbito inglés con fidelidad y detallismo, de hecho en lo que daña a los nombres geográficos y personales. Hay un acusado contraste entre la auténtica y real Inglaterra que ofrece el Tirante con la atrayente y arbitraria Gigantesco Bretaña del rey Lisuarte del Amadís de Gaula.
En franca contradicción con lo recurrente en los héroes de los libros de caballerías, Tirante responde a una medida humana: es fuerte y valeroso, pero jamás pelea contra más de un contrincante, y si siempre sale victorioso, ello hay que, como tiene empeño en destacar Martorell, a que tiene la virtud de retener mejor el aliento que los demás, lo que es una explicación fisiológica encaminada a apartar de la novela la inverosimilitud y la exageración no admisible.
Los episodios en Grecia
De regreso de Londres, al entender que la isla de Rodas está sitiada por los turcos y próximo de caer en su poder, Tirante arma una nao de socorro, donde va el infante Felipe, hijo del rey de Francia. Hacen estancia en Sicilia, donde se narran los entretenidos amores de la infanta Ricomana y Felipe, hombre de cortos alcances, apocado y tacaño, defectos que encubre Tirante. Después la expedición naval parte para Rodas, y, a través de audaces e capaces estratagemas militares, Tirante libera a Rodas de los turcos.
Tirante pasó de caballero andante, vencedor en justas suntuosas y cortesanas, a auténtico estratega y eficiente almirante. Los episodios bélicos de Rodas son un caso de exhibe aparente del histórico sitio de la isla en 1444, en el que participaron varios caballeros catalanes, valencianos y mallorquines.
Desde este instante, lo que podría parecernos una “novela histórica” se transforma en “historia ficción”. Martorell decidió escribir el Tirante seis años y medio después de la toma de Constantinopla por los turcos (29 de mayo de 1453), cuando toda la Cristiandad lloraba la desaparición del Imperio de Oriente, los poetas escribían plantos sobre esta universal desdicha y Alfonso el Magnánimo había muerto sin hallar hacer una única cruzada que libertara a los griegos de los infieles. En fuerte contraste con la amarga situación de ese instante, el personaje escencial de nuestra novela vencerá a los poderosos turcos y limpiará completamente de contrincantes las tierras del Imperio bizantino, y, muerto el Emperador, la corona imperial será ceñida por el desaprensivo Hipólito, joven que con su seductora presencia se había adueñado del amor de la lasciva y otoñal Emperatriz.
Tirante y su ejército son recibidos en Constantinopla como unos salvadores, y en relación él y Carmesina, la hija del Emperador, se conocen, nace entre los dos jóvenes un profundo y arrebatadro amor, que durará hasta la desaparición de los dos. La novela transporta a cabo en este preciso momento dos tramas verdaderamente bien enlazadas entre sí y expuestas paralelamente: las campañas militares y las vicisitudes amorosas. La acción militar, con sus altibajos, victorias, derrotas, traiciones y hábiles estratagemas, está narrada con admirable perfección técnica, con logradas informaciónes y un consciente sentido de que la guerra es un juego capaz en que vale más el talento que la fuerza. La historia amorosa de Tirante y Carmesina, con memorables oportunidades de galanteo libre, alegre, y de joven y desbordada pasión, se ve nublada por las intrigas de Viuda Reposada, también enamorada de Tirante. Simultáneamente, también se desarrollan los amores juveniles de Estefanía de Macedonia y de Diaebus, y los seniles de la Emperatriz y el escudero Hipólito.
La corte de Constantinopla, donde se celebran fastuosas fiestas palaciegas y caballerescas, con rica y hermoso simbología y solemne empaque, también hace aparición humanísimamente sensual, llena de argucias de enamorados impacientes, de intrigas de cortesanas, de bajas pasiones y de notas que chocan con el método de la dureza y el hieratismo de la corte imperial de Bizancio, cuyo emperador hace aparición cómicamente en camisa blandiendo una espada para matar un inoportuno ratón o oyendo detrás de las puertas de las habitaciones de las parejas.
Cuando Tirante y Carmesina se han casado con la fórmula entonces recurrente del matrimonio misterio, la Viuda Reposada intentar creer al caballero que la Princesa le es infiel con un jardinero negro, y cuando la calumnia está próximo de hacerse patente, la galera en que está Tirante es arrebatada por una tempestad que lo transporta a las costas de Túnez, con Placerdemivida, la capaz, simpática y entretenida doncella de la Princesa.
La aventura africana de Tirante
Comienza en este preciso momento la famosa sesión africana del Tirante, que ofrece a la novela un nuevo sesgo y un ámbito diferente. Tirante, primero cautivo, enseguida consigue imponerse a través de su apostura, su talento y su dominio del arte militar, y, por esto, es usado por reyes africanos en sus guerras. Termina teniendo en sus manos la suerte de los reinos norteafricanos al construirse una clase de ejército propio y al ejercer, simultáneamente, una intensa actividad misionera, que transporta el bautismo a millares de infieles, mientras, por causas de matrimonio y de conquista, Placerdemivida se transforma de Fez y de Bugía.
De regreso a Constantinopla
Pero Constantinopla seguía bajo la amenaza de los ejércitos y escuadras turcos, y Tirante anhelaba volver al costado de Carmesina, que pasó todos estos años en un convento. Con su ejército y sus socios, Tirante acude en socorro de la gigantesco localidad griega, derrota a los turcos y inicia una campaña para reconquistar las tierras del Imperio. En su rápido viaje a Constantinopla gaste su matrimonio con Carmesina, el Emperador lo posibilita como yerno, lo nombra su heredero y le da el título de César del Imperio, dignidad no inventada, sino real, y que el siglo previo había exhibido Roger de Flor.
Regresa a la campaña de reconquista, pero una noche, en Adrianópolis, se enfría al pasearse cerca del río y contrae una pulmonía, de la que muere poco después, tras haber hecho testamento y dictado una carta de despedida para Carmesina. Esta muerte, tan poco heroica, sorprendió sin lugar a dudas a los que leen. Martorell termina con su héroe de un método no heroico y en oportunidades de total y día tras día normalidad.
Cervantes se percató del gigantesco poder novelístico de Martorell en este trance y de que con ello se oponía a la tradición de los libros de caballerías cuando lo comentó así:
“Aquí [en el Tirante] comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros deste género carecen.”
Poco después llega la novedad de la desaparición de Tirante a Constantinopla. Allí el Emperador pronuncia una famosa y retórica lamentación, Carmesina profiere un interesante llanto, mientras su padre muere. La Princesa hace confesión pública de sus errores, se tiende con los cadáveres de su padre y su marido y muere.
La Emperatriz, que, mientras tienen lugar estas dolorosas y fúnebres oportunidades, se ha entregado una vez más al joven Hipólito, queda heredera del Imperio, e rápidamente se casa con su con pasión, que se transforma en el emperador Hipólito.
El emperador Hipólito hace llevar a Bretaña los cadáveres de Tirante y Carmesina, que son enterrados en ricas tumbas con epitafios en verso. Años más tarde, muerta la vieja emperatriz, el emperador Hipólito se casa con la hija del rey de Inglaterra. Mueren los dos el mismo día y hereda el Imperio su hijo, llamado también Hipólito. Y así termina la novela, dejando estupefacto al lector o la lectora de objetivos del siglo XV, que sabía que Constantinopla había dejado de ser cristiana y se encontraba en poder del Gigantesco Turco.
Tirante el Blanco, un caballero atípico
Cervantes ya se había dado cuenta de que Joanot Martorell había humanizado la literatura caballeresca y de aventuras, que, desde sus orígenes, convertía a sus individuos primordiales en paradigmas de virtudes morales y de fuerza física y los hacía vivir en tensión recurrente y fallecer heroicamente. Tirante es, sencillamente, un hombre fuerte y valeroso, pero que frecuentemente debe ser asistido por médicos porque ha recibido graves lesiones combatiendo, o sencillamente se ha caído al contribuir a una cita amorosa, y que debe aguantar largas convalecencias; y en el desenlace, cuando alcanzó el triunfo militar y amoroso y nada le impide heredar el Imperio de Constantinopla, muere “en la cama” de una vulgar pulmonía contraída de modo bien corriente y antes de fallecer redacta su testamento.
El humor y la ironía en el Tirante el Blanco
Martorell redacta muy seriamente, con especial conciencia de lo que está realizando, y, como caballero que era, cree en el dignidad de la caballería, pero ello no obsta para que que ocasionalmente muestre datos grotescos y entretenidos, que sepa ridiculizar de un plumazo y llevar a cabo diálogos con pícara ingeniosidad. En oportunidades, su humorismo es tan sutil que de hecho tenemos la posibilidad de dudar de que permanezca, como en aquel pasaje en que, refiriéndose a la futura reina de Inglaterra, dice que “su blancura era tan extremista que, cuando bebía vino tinto, por la garganta se le veía pasar el vino”, lo que no entendemos interpretar como un cortesanísimo tributo a la hermosura de esta dama o como un aspecto de aguda comicidad. sin lugar a dudas, ámbas cosas.
Tirante y el cariño
Tirante es un enamorado leal y leal, y Carmesina, una enamorada apasionada y persistente, y muy recurrentemente los dos manifiestan sus sentimientos en el lenguaje retórico y muy elaborado en el que se expresaba el cariño entre la nobleza más culta. Con esto, Martorell nos enseña la desbordante pasión juvenil y la pugna entre los deseos de Tirante y el temor de Carmesina de quedar deshonrada. Son muy reconocidas las oportunidades sexys del Tirante, en las que el novelista recrea para sus leyentes y lectoras datos íntimos de los amantes, siempre envueltos en una alguna ironía y desarrollados con una sonrisa en los labios. Como Martorell era militar, redacta la novela de un militar y sabiendo que habría militares entre sus leyentes, no es de extrañar que el capítulo en que, por fin, Tirante hace suya a Carmesina, lleve este epígrafe: “Cómo Tirante venció la guerra y por fuerza de armas tomó el castillo”.
El realismo del Tirante el Blanco
La novela impide lo inverosímil y lo increíble, tampoco abusa de la a la suerte, tan recurrente en el Amadís. Solo hay dos episodios que aparentemente rompen la normalidad. Uno de ellos es la visita del rey Arturo y el hada Morgana y el otro es el episodio del caballero Espercius y el dragón, en que se transformó una hermosa doncella, que está tomado verdaderamente de los Viajes de sir John Mandeville, y que sin dudas es a través de la pluma del continuador Martí Joan de Galba. Sin lugar a dudas también se tienen que a este los lamentos de Carmesina frente el cadáver de Tirante y la escena, patética y truculenta, en que esta se arroja con tal fuerza sobre el cadáver de su marido que le rompe la nariz y se llena la cara de lágrimas y de sangre.