Resumen del cuento Un cuento de princesas

Esta semana os traemos una historia que les pasó de verdad a Raquel Blázquez y a María Bautista… Fue en el momento en que debieron redactar un cuento de princesas muy singular, sobre una princesa que no deseaba ser princesa sino más bien otra cosa. ¿El qué? Puesto que tampoco lo tenía clarísimo.

El resultado fue este cuento mitad real, mitad fantasía, con el que espero que gocéis mucho, mucho.

Un cuento de princesas

Érase una vez una princesa de pelo revuelto y mejillas sonroseadas que vivía en un castillo, en un reino, muy lejísimos de acá. Su padre era un enorme rey tan poderoso que por tener, tenía hasta los amaneceres del cielo. Su madre era una enorme reina tan sabia y también inteligente que por saber, sabía hasta los idiomas que charlaban en la otra punta de su reino.

La princesa era heredera de los amaneceres del padre y del saber de su madre, la única heredera. De ahí que sus progenitores cuidaban mucho de y no la dejaban hacer nada. Y la princesa que lo tenía todo, un castillo y un jardín, un ejército que cuidaba de , una chef que le preparaba todo cuanto le apetecía y una sala llena de juguetes, incluso de esta manera no era feliz.

Se pasaba el día suspirando y soñando con ser cualquier cosa menos una princesa. Para olvidar lo desganada, triste y solitaria que era la vida de una princesa, la pequeña se subía al piso más alto de la torre más alta del castillo. Ahí estaba la biblioteca con libros grandes y libros pequeños, libros gorditos y libros finos, viejos y nuevos, interesantes y desganados, entretenidos y serios, alegres y tristes.

Y ahí se pasaba la princesa todo el día leyendo, sin parar de suspirar:

– Mas, princesa…¿por qué razón suspiráis tanto? Sus súbditos se arrodillan cuando la ven y le besan la mano – preguntaba siempre y en toda circunstancia su dama de compañía.
– Me besan la mano y me preguntan qué tal estoy, mas ¿quizás se quedan a aguardar la contestación? Me besan la mano mas no se preocupan por mí. No saben si estoy triste, o bien si estoy alegre y les da lo mismo.
– Mas, princesa, ¿qué me afirma de los príncipes del resto de reinos? Todos se mueren por solicitar su mano, por batirse en duelo con dragones para defenderla y por obsequiarle joyas.
– Solicitan mi mano pues desean mi reino, no pues me quieran a mí. Si me quisiesen, no me obsequiarían joyas que jamás me pongo, ni matarían dragones de los que no necesito defenderme pues son mis amigos.

Y una tras otra, todas y cada una de las razones que la dama de compañía le iba dando, la princesa las iba rechazando. Absolutamente nadie le haría mudar de opinión: ser princesa era lo más desganado del planeta. Era interminablemente mejor ser arqueóloga en busca de tesoros viejos, o bien bióloga en medio de la selva, o bien cronista a la caza de noticias, o bien ingeniero edificando puentes por todos los límites del planeta.

Y es que lo que deseaba la princesa era viajar, viajar y viajar: conocer algo más que los confines de su reino. Y que la quisiesen con lo que era de verdad, una simple chavala de pelo revuelto y mejillas ruborizadas a la que le agradaba leer y soñar lúcida.

Pero mientras que aquello no ocurría, la princesa viajaba a través de los libros. Los que más le agradaban, claro está, eran los libros de aventuras y de viajes a islas de gigantes y enanos, de tierras encantadas y bosques mágicos.

Los que menos le agradaban, claro está, eran los libros de príncipes y princesas.

– ¿Quién ha escrito semejante desvergüenza? Seguro que quien lo hizo, ni fue princesa jamás, ni conoció a ninguna princesa de verdad…

Tan enojada estaba con aquellos libros que decidió redactar su versión de la vida de las princesas. Mas lo de redactar no se le daba realmente bien y por mucho que lo procuró y lo procuró no logró avanzar en su proyecto. Conque procuró a alguien por la red que pudiese hacerlo por ella.

Y halló Cuento a la vista.

– Encima con ilustraciones…¡Esto será el no va más! – exclamó feliz la princesa.

Y ahí que nos fuimos nosotras con nuestro bloc de notas en blanco para anotar todo cuanto la princesa deseaba contarnos. Tardamos 3 días y 3 noches en llegar a su castillo, mas mereció la pena. Aquel sitio era el más hermoso que habíamos visitado jamás, no obstante la princesa se había fatigado de verlo. Deseaba conocer las urbes grises y estruendosas de las que veníamos nosotras y estaba harta de ser una princesa.

Así que además de esto de redactar este cuento sobre lo desganado que es ser una princesa, asimismo nos la trajimos con nosotras. Vino oculta en mi maleta: ¡menos mal que la princesa era pequeña! Mas incluso así…¡hay que ver de qué forma pesaba!

Ahora la princesa vive en mi casa y ya no suspira. Le agrada salir a caminar por las mañanas, montar en metro por las tardes y observar a la gente que vuelve a casa del trabajo. Le agrada jugar con los pequeños en el parque y subirse a los columpios: adelante, atrás, adelante, atrás y que el viento le alborote aún más su ya revuelto pelo.

La princesa, además de esto, aprende a cocinar y en ocasiones, cuando llego a casa, me tiene la cena hecha. No le sale realmente bien, mas lo procura y lo procura, con lo que no le digo nada y me lo como todo y se pone contenta.

La princesa busca un nombre y no se decide, con lo que nosotras la llamamos Febrero, pues ese fue el mes en el que llegó a la urbe.

Febrero tiene muchos planes para marzo. Desea ir a la universidad, hacerse exploradora, viajar por todos y cada uno de los mares del planeta, ser feliz.

Aunque, colorín rojo, creo que esto último ya lo ha conseguido.