Resumen de la película Un ladrón en la alcoba

Un ladrón en la alcoba se abre con el chato de un gondolero recogiendo la basura de los canales de Venecia, un arranque que explicita de manera inequívoca el lote de juego de la película que prácticamente inauguró el fructífero género de la screwball comedy: bajo el aspecto de una comedia romántica, Lubitsch nos irá a sugerir uno de los más despiadados retratos de las clases altas de principios de los 30, exactamente los años que siguieron al cataclismo económico acontecido a raíz del crack bursátil del 29.

Basada en la parte teatral “The Honest Finder” del húngaro Aladar Laszlo, la película parte de un concepto tan original como eficiente para realizar su ácida crítica: capitalizando el orden ético socialmente por defecto, Lubitsch sitúa a la pareja personaje primordial de ladrones de guante blanco un escalafón moral por arriba al de la galería de individuos de las suntuosas mansiones y los consejos de administración de gigantes compañias por donde avanza la historia. De hecho, Gaston Monescu (Herbert Marshall) y  Lily (Miriam Hopkins) detallan una integridad y lealtad mútua muy superior al del resto de individuos de la película, con una actitud muy más egoísta y, más que nada, con una manifiesta incapacidad para algún forma de aprecio o fácil empatía hacia los demás. De esta manera que le implora Lily a Gaston en un momento de la película: “Eres un bribón, te quiero como un bribón. Roba, estafa, atraca, desbanca. ¡Pero no te conviertas en uno de esos bueno-para-nada gigolos!” (fotograma 1).

La secuencia de la primera velada entre Gaston y Lily es modélica en este sentido: tras un primer momento en que los dos individuos aparentan ser pertenecientes de la nobleza (condesa ella, barón él), Lily brinda por finalizado el juego poniendo de manifiesto su conocimiento de la verídica situación (“Tengo que confesarle algo: barón, usted es un bribón. ¿Me puede pasar la sal?”) a eso que Gaston responde, también impertérrito: “Condesa, antes de que abandonara la habitación se lo habría contado todo. Y déjeme mencionarle esto de todo corazón: condesa, usted es una ladrona”. Acto seguido, Gaston se levanta y cierra con llave la puerta de su habitación para, en el momento (y después de una antológica escena donde los dos individuos van sacando a la luz los elementos de valor que se fueron robando mutuamente durante la velada), fundirse en un abrazo con Lily. El gesto de cerrar la puerta es en esta situación más que sustancial (no hay ninguna puerta accesoria en el cine de Lubitsch, algo que queda magníficamente demostrado en esta película): desde este momento, la patraña entre los dos individuos se brinda por terminada y queda relegada al planeta exterior.

Comedia de ritmo frenético, dominada por un ejemplar uso de la elipsis y el fuera de campo, la película de un salto para  reencontrar un año más tarde a la pareja personaje primordial en París, en donde planean remover a Mariette Colet (Kay Francis) una rica y caprichosa empresaria del área de la perfumería. Para eso, Gaston seduce a Mariette (después de devolverle el apreciado bolso que él mismo le había robado, en otra de las brillantes secuencias de puertas de Lubitsch) y consigue que ésta le contrate como su “secretario personal”. Pero Gaston se ve no haber contado con el poder de atracción de Mariette  y muy próximamente el “íntegro ladrón” cae tentado por la hermosura de ésta (y las comodidades de la clase a la que pertenece), poniendo en entredicho su relación con Lily.

De nuevo aquí, y con más fuerza todavía, Lubitsch carga contra la clase más acomodada contraponiendo la relación de Gaston y Lily con la de éste con  Mariette: si la primera se sostiene en el aprecio (o, por qué no decirlo, el amor) y la lealtad, la segunda se desplaza en el lote muy más pantanoso de la seducción, el poder y la conveniencia. El retrato que la película hace de Mariette es en este sentido inexorable, como el de una dama que ejerce su poder de forma indiscriminada y caprichosa, asi sea frente los representantes del consejo de administración de su compañía (individuos por otro lado que tampoco van muy bien parados en la película), los empleados del servicio, sus dos sempiternos pretendientes (François Filiba – Edward Everett Horton – y el Más grande – Charles Ruggles) o el mismo Gaston (“por cierto, no me gustas. No me gustas en absoluto. Y no vacilaré ni un instante en arruinar tu reputación”; “Así que piensas que puedes conseguirme”; “En el momento que yo quiera” – fotograma 2).

Previamente, Lubitsch nos ha regalado un puñado de secuencias memorables en los que los gags se edifican, otra vez, desde un uso inteligentísimo de la elipsis y el fuera de campo. Destaquemos dos entre muchas: 1) el mayordomo Jacques (Robert Greig) llamando cada vez a la puerta equivocada para transmitir a Mariette o a Gaston (cuando llama a la puerta de la habitación de Mariette, ésta hace aparición tras la puerta de la de Gaston, y cuando lo ejecuta a la puerta de la de Gaston… ¡éste abre la de Mariette! – fotograma 3) y su retirada con un murmullo inentendible desde el cual por otro lado entendemos completamente sus pensamientos; 2) la magnífica secuencia encadenando los diferentes planos de un reloj que, al ir cambiando de hora y con unas pocas oraciones en off entre Gaston y Mariette, nos relatan con todo aspecto la primera noche de seducción entre los dos individuos.

Igualmente magnífica (para mí, una de las superiores de la película) es la secuencia donde observamos a Lily progresando la maleta para conseguir huír tras el inminente robo: el canto del personaje (desenfado, dubitativo, pensativo o forzadamente decidido según el momento) nos refleja el avance de sus pensamientos (alegría, duda, sospecha y auto-convencimiento) muy más eficazmente que el más considerable de los diálogos probables (fotograma 4). Igual que con el murmullo del mayordomo Jacques, y a través de su fenomenal escenificación, Lubitsch mostró ya en la época del cine sonoro que con el nuevo recurso que el cinematógrafo ofrecía se podía ir muy más allá de la fácil concatenación de diálogos brillantes.

David Vericat
© cinema primordial (noviembre 2013)

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