“Mabel no está loca. Solo es un poco particular. Esa mujer cocina, cose, hace la cama. ¿Qué tiene eso de disparidad?”, le espeta Nick Longhetti (Peter Falk) al inicio de la película a su compañero de trabajo, cuando éste le aconseja llamar a su mujer (Gena Rowlands) para advertirle que no va a poder regresar a casa en el desenlace de la día laboral a través de un imprevisto en la cantera. Nick es un hombre fácil, un trabajador que intenta en todo instante justificar frente su ámbito laboral y familiar el accionar “especial” de su mujer, una mujer psicológicamente desequilibrada que pelea desesperadamente por hallar su lugar en un mundo de convenciones y prejuicios, en el que los individuos son juzgados no por su personalidad individual sino según lo que se cree de su papel recurrente preestablecido.
Apoyándose en una interpretación completamente magistral de Gena Rowlands, Cassavetes retrata la dificultosa relación de la pareja personaje indispensable con su recurrente estilo donde la escenificación está totalmente supeditada al contenido (o, más propiamente, se erige como elemento indispensable del propio contenido). En expresiones del director: “Para mí, lo sustancial es seducir al público de que lo que sucede en la pantalla es verídica. En varios casos, hubiera favorito que algunas películas estuvieran peor encuadradas, fueran técnicamente menos brillantes, ¡pero que lo que mostraran fuera mejor!”. No hay ninguna duda de que en Una mujer influenciado Cassavetes consigue su propósito, ofreciendo uno de los más sensacionales y sobrecogedores retratos de la disparidad (pero también de los tics de una sociedad coercitiva y homogeneizadora) que hemos visto en un display de cine.
La película se transporta a cabo en su integridad en la vivienda de la pareja, lugar que se materializa como imagen de la cabeza desequilibrada de Mabel, primordialmente por esa salón de estar que hace las oportunidades de dormitorio y que se expone por consiguiente como un espacio en continuo estado transitorio (como el estado psicológico de la protagonista). Éste será también el espacio en el que Mabel se recluirá tratando ponerse seguro de las miradas de los otros, como observamos a la llegada de Nick colocado adjuntado con sus colegas de trabajo, a los que invita a comer en un acto a través de el cual el personaje indispensable se ve querer tener en cuenta la aptitud de su mujer para accionar según las convenciones sociales (fotograma 1).
Nick representa, en este sentido, y desde la ingenuidad del personaje, el máximo acompañamiento y a la vez el primordial elemento intimidador para Mabel: “¡Sé tú misma!”, le reitera en todo instante a su mujer para asistirle a confrontar a los demás, pero de forma simultanea es incapaz de reprimir sus expresiones de reproche frente el peculiar accionar de Mabel frente sus colegas de trabajo (“¡No saben qué hacer! ¡No saben que no vas en serio!”), o con un azorado vecino que acude a dejar a sus hijos bajo su precaución y al que nuestro Nick echa ferozmente del domicilio, irritado por el accionar de Mabel con éste (“Solo pasaste vergüenza y quedaste como un idiota. Yo todos los días quedo como una idiota”, le señala instantaneamente después Mabel a Nick, en un instante de lucidez).
Esta situación de persistente desequilibrio llega a su culmen en la perturbadora secuencia del ataque de disparidad de Mabel (uno de las superiores oportunidades de la película, a través de la increíble interpretación de Gena Rowlands) en presencia de la dominante madre de Nick, Margaret Longhetti (Katherine Cassavetes), y del Dr. Zepp (Eddie Shaw), que acude al domicilio alertado por nuestro Nick. Mabel, física y psicológicamente acorralada (fuera del espacio de seguridad del salón), explota frente las acusaciones de Margaret y la alucinada mirada de Nick, que la abraza con impotente desesperación (fotograma 2).
Seis meses después, tras pasar un tiempo internada en un psiquiátrico, Nick espera con un basto grupo de amigos y familiares el regreso de Mabel a casa, con la ingenua convicción de que su mujer agradecerá un recibimiento multitudinario y la obstinada creencia de que Mabel podrá batallar la situación como una personal “normal”, así que nuestro Nick expresa reiteradamente a lo largo de la velada (“¡Tengamos una conversación normal!”, clama en vano el personaje indispensable mientras Mabel narra con absoluta sepa de emoción el régimen desde electroshocks a la que fue doblegada en el psiquiátrico). Antes, vimos cómo, tras su llegada a la vivienda, Mabel se refugiaba otra vez en el espacio de la salón de estar (en donde se encierra para reencontrarse con sus hijos seguro de las miradas de los invitados – fotograma 3) y cómo ese espacio es precisamente transgredido por los intrusos para reunirse con Mabel y Nick, sentándose todos juntos cerca de la mesa con la intención de festejar una inoportuna comida familiar.
“Me gustaría que les fuerais a casa. Nick y yo nos deseamos acostar juntos. Con nosotros aquí no tenemos la posibilidad de hablar”, le pide Mabel a los invitados, frente la cómplice mirada de Nick que, por último, se ve contemplar que la única ocasión de batallar la situación es precisamente Tratando entrar al especial espacio interior de su mujer, en vez de tratar obstinadamente de enfrentarla con la verdad de un mundo que le es extraño.
Tras partir todos los invitados, Nick y Mabel recogen la mesa, alargan el sofá cama y cierran la puerta de la salón de estar (quedando seguro de hecho de la mirada intrusa del espectador), mientras se escucha el timbre de un teléfono que intenta en vano entrar al único espacio donde la personaje indispensable está por último a resguardo de las influencias (fotograma 4).