Saul Bass usa la cámara como un oftalmólogo. Un instrumento designado al ojo como objeto clínico e impersonal. No obstante el ojo tiene una reacción, no es inane: enrojece, parpadea, y, de su interior, emite la oportunidad de Vértigo, que prosigue Hitchcock con los ojos ya pegados al rostro de Scottie Ferguson (James Stewart), como dos mandalas azules que se constituirán en el puente a su extraversión e introversión. Los azules ojos que dirigen a Scottie Ferguson por último dictaminan lo indebido de su profesión. Scottie se engaña a sí mismo. No es la persona idónea para ejercer de inspector de policía y Hitchcock, sutilmente, lo ridiculiza en la secuencia inicial de la película: pulcramente vestido con traje y sombrero, con apariencia desgarbado y nada atlético, entrada en la cincuentena, se mete en una persecución dañina y dificultosa que necesita agilidad, capacidad y maña, de tal forma que el policía que le precede (por supuesto, él es el último) debe estar más pendiente de Scottie que del delincuente. En un salto insuficiente, Scottie resbala por una cubierta a dos aguas de un edificio y, antes de precipitarse al vacío, consigue in extremis lograr una canalera de la cornisa que lo mantiene en vida pero en vilo ya que solamente sostiene su cuerpo. Su acompañante deja la persecución y retrocede para asistirle, pero resbala y es el policía quien cae al vacío y muere. Scottie, pendiendo de las alturas de la cornisa de un prominente edificio, mirará hacia abajo, hacia la hondura del abismo (fotograma 1). No nos encontramos ya frente el idealista, íntegro e inmaculado James de Stewart de Frank Capra sino más bien frente el que observamos también en los westerns de Anthony Mann: desclasado, egoísta y ambiguo. Hitchcock, de la misma manera que Mann, trascendió a Stewart otorgándole individuos ambivalentes y complejos.