Resumen de la película Vida de Oharu, mujer galante

Si hay un tema que se puede poner énfasis del grupo de la obra de Mizoguchi es su obsesión por reflejar el duro papel femenino en diferentes épocas de la sociedad nipona, desde la era feudal hasta los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Esposas, geishas, princesas o concubinas son las primordiales individuos primordiales de la mayoría de su filmografía, incidiendo muy principalmente en la denuncia de su situación de dominio en oposición al poder masculino, asi sea en la esfera política, laboral o familiar. Y de entre esta extendida galería de individuos femeninos, Oharu es sin dudas uno de los más finalizados y conmovedores.

La vida de Oharu narra las vicisitudes de una cortesana (Kinuyo Tanaka, una de las actrices fetiche del director) en el Japón feudal del siglo XVII que cae en desgracia después de ser asombrada en su idilio con el sirviente Katsunosuke (Toshirô Mifune). La película empieza con un chato en travelling que sigue a una Oharu ya anciana (aunque en la época eso significara tener poco más de cincuenta años) recorriendo las oscuras calles de un viejo poblado en busca de algún cliente (fotograma 1). La apertura con este movimiento no es casual: toda la película se va a estructurar apoyado en continuos travellings de rastreo a la personaje primordial, imagen del dramático deambular del personaje por el sendero de la vida, en un errático itinerario reforzado por las distintas direcciones en que la cámara le sigue. De hecho, cabe aventurar la imagen simbólica de una Oharu intentando por todos los métodos huír del drama en sus continuas idas y venidas a través del espacio definido por el chato, pero topándose todo el tiempo con los límites del “fuera de campo” que le obligan a seguir estando en la historia (una idea que cobra pleno sentido con el chato que cierra la película, como observaremos más adelante).

Como en numerosos otros casos en la filmografía de Mizoguchi, la película se composición a través de un riguroso flashback que empieza cuando Oharu recuerda el momento en que fue echada de la corte por medio de su relación con Katsunosuke. Desde este episodio, la vida de Oharu va estar marcada por la injusticia y el infortunio que irrumpen siempre que la personaje primordial se ve sugerir un pequeño paso hacia adelante. Encarnación extrema de la mujer desposeída de los derechos más elementales, Oharu pasará de cortesana a concubina, de concubina a geisha, y de geisha a vulgar prostituta de calle en un descenso inexorable que la llevará a una perfeccionada deshumanización, desposeyéndola de la más mínima dignidad.

En la narración de la trágica vida de Oharu, Mizoguchi explota para integrar numerosos individuos femeninos que acaban de constituir el retrato de la terrible situación de la mujer en la sociedad que la película señala, más allá de la casta popular a la que pertenezcan: desde la vieja cortesana que Oharu encuentra tocando una triste melodía en la calle (en una imagen premonitoria del destino de la personaje primordial que Mizoguchi soluciona una vez más con un espléndido travelling que realmente “asoma” a Oharu a su futuro – fotograma 2), pasando por nuestra madre de Oharu (Tsukie Matsuura), personaje sometido en todo momento a los designios del mezquino marido y padre (Ichirô Sugai) y que únicamente podrá sincerarse con su hija a la desaparición de éste, hasta el personaje de Lady Matsudaira (Hisako Yamane), mujer del colosal señor Matsudaira (Toshiaki Konoe) que, al no poder concebir un heredero, deberá aceptar la presencia de Oharu como concubina para conseguir garantizar la supervivencia del clan familiar.

Película dura y sin concesiones (otro más de los títulos de Mizoguchi que podrían encabezar una posible lista sobre el “cine de la crueldad”), La vida de Oharu es inexorable en el instante de exhibir el avance de degradación física y moral de su personaje primordial. Un avance que culmina en la terrible secuencia donde una Oharu ya vieja acude a la vivienda de un adulto más grande suponiendo que éste quiere soliciar sus servicios cuando de todos métodos la va a exhibir frente un grupo de hombres como ejemplo del vicio, el pecado y la maldad. Es ésta una secuencia que precede por un tiempo al momento de apertura de la película y con la que Mizoguchi cierra de manera magistral el espacio temporal de la historia, repitiendo a continuación el mismo travelling que veíamos al inicio, con la cara cubierto de una Oharu con la que ahora mismo compartimos completamente la humillación de la que fué víctima.

Tras un corto epílogo que nos enseña a Oharu acudiendo a reencontrarse con su hijo (el heredero de la familia Matsudaira, una vez fallecido el patriarca) y en el que se reitera una vez más el infortunio que persigue a la personaje primordial (que debe huír de la vivienda sin poder abarcar a su hijo al ser popular por los pertenecientes de la familia como exprostituta), Oharu acaba sus días mendigando en la calle, desprovista ya de la más mínima humanidad. La cámara sigue a la personaje primordial en un nuevo y retardado travelling, el último de la película, hasta dejar que la vieja Oharu salga del chato hacia el fuera de campo, escapando por primera y única vez de nuestra mirada (y del drama narrado) para encaminarse, por fin, hacia el eterno descanso (fotograma 3).

David Vericat
© cinema primordial (noviembre 2013)