Resumen de la película Y el mundo marcha

“Y el planeta marcha pertence a las películas más ‘mías’, sabiendo tanto el cine mudo como el sonoro. Había partido de la verdad, de la realidad, consiguiendo unirlas, armonizándolas. La vida de un hombre alguno, con todo lo que hay en estas vidas: el nacimiento, el colegio, la muchacha, el trabajo, el matrimonio, los hijos, la desaparición… “
King Vidor

Si en muchas oportunidades las configuraciones de los directores por lo que tiene que ver con sus propias películas arrojan resultados cuando menos curiosos (baste señalar como ejemplo que la película entre las suyas que Ford prefería era El fugitivo), se ve aparente que ese no es la situacion de Vidor: poca gente discutirá que Y el planeta marcha representa la cima de una filmografía que no escatima precisamente en proyectos maestras. Exactamente, nos encontramos frente una obra universal e imperecedera, un clásico al que volver todo el tiempo como lo hacemos en literatura con Delito y Castigo, en música con La Pasión según San Mateo o en pintura con Las Meninas.

The Crowd (mucho mejor el título original) es, como enseña el director, la narración de la vida de un hombre común, uno más entre la multitud, único e individual pero realmente bien reconocible en sus vicisitudes, anhelos, logros y decepciones. Una vida que observamos llegar al planeta en el arranque de la película y que muy próximamente recibe un primer y golpe feroz (en la que es la primera colosal secuencia de la película): después de ver como un coche ambulancia se detiene frente a su casa, el joven John Sims corre hacia la entrada llena de curiosos para, ya en solitario, subir las escaleras que le han de llevar a comprobar la desaparición del padre (en un chato magistral que individualiza al personaje primordial en relación al grupo de vecinos, inmóvil en la entrada – fotograma 1).

Asistimos, desde este momento, a la pelea del personaje primordial por “llegar a ser alguien”, a su anhelo por poner énfasis entre la multitud, para lo cual, piensa, lo único que necesita es “una oportunidad” (no en vano estamos en “la tierra de las oportunidades”). Y así, ya en Nueva York, logramos hallar a John Sims (James Murray) como uno más entre los numerosos oficinistas convencidos de que el planeta les tiene guardado un espacio especial. Uno más entre la multitud, como nos enseña el chato que sube por un imponente inmuebles para entrar en la colosal oficina donde el personaje primordial trabaja (plano que años más tarde Billy Wilder rememoraría en la magnífica El apartamento – fotograma 2).

Vidor muestra de manera magistral la vorágine de la vida en la colosal ciudad: áreas de trabajo, vestíbulos, autobuses y calles repletas de un gentío que se desplaza a toda agilidad y en todas las direcciones, como respondiendo a un designio superior, exponiendo un orden en medio del caos aparente (espléndido el chato en el que las jóvenes empleadas  son agarradas a la salida del trabajo por sus pretendientes con una total armonía de movimientos, engranajes humanos de una máquina perfecta). Designio superior que sin lugar a dudas es el que hace que John Sims,  de la misma manera que la mayoría, se enamore, se case y prosiga con su rutinaria vida de oficinista esperando, siempre esperando, la llegada de “su oportunidad”.

Porque, de esta manera que refleja la película, una cosa son las expectativas que todo sujeto tiene sobre su porvenir y otra muy distinta la realidad que nos depara el destino: la tierra e las oportunidades (para algunos) es también la tierra de los desengaños (para muchos), y así, la vida que el personaje primordial había soñado es cada vez más diferente a la que vive de todos métodos. El pequeño pero simpático apartamento en el que convive el joven matrimonio es al cabo de poco tiempo un agujero insoportable en el que nada trabaja. Su mujer Mary (Eleanor Boardman), la más hermosa criatura sobre la tierra durante su luna de miel en las cataratas del Niagara, es ahora mismo una mujer torpe y con poco atrayente a los ojos de John Sims, incapaz de asumir su fracaso… hasta que llega el primer hijo, y con éste, un nuevo propósito de felicidad.

La película se transporta a cabo en este recurrente vaivén en el que pequeños y gigantes hechos se alternan con pequeñas y gigantes tragedias: al nacimiento del primer hijo (y recientes expectativas de éxito) le sigue al cabo de unos años la llegada de una hija (y recientes adversidades económicas) y, poco  después, la colosal catástrofe con la desaparición por hecho de la pequeña, tras unos días de agonía que nos depara una de las secuencias más alucinantes de la película: desquiciado por el ruido exterior que inunda la habitación donde yace su hija, John Sims sale a la calle para suplicar algo de silencio a una multitud que prosigue de manera inexorable con su ritmo vertiginoso, ajena a todo sentimiento humano (fotograma 3). Como reza un título en la película, poco después de la desaparición de la pequeña, “la multitud ríe contigo siempre…. pero llora contigo solo un día”.

Implacable en su demoledora mirada a la masa (temática omnipresente en la filmografía de Vidor y llevada hasta las últimas consecuencias en la controvertida pero magistral The fountainhead), The Crowd se erige a partir (y a pesar) de la catástrofe de su personaje primordial como un permanente alegato en favor del sujeto (y sus relaciones interpersonales) por arriba de la comunidad. Así, tras perder el trabajo, ser rechazado por su mujer y estar al límite del suicidio, John Sims encontrará su última tabla de salvación en el cariño y la seguridad que su hijo le manifiesta en el momento de máxima desesperación, lo que le llevará a una única reconciliación con su mujer y le otorgará recientes fuerzas para proseguir su pelea en busca de la alegría.

Felicidad que John Sims se ve por último asumir que sólo puede ser fugaz y momentánea, como la que consigue vislumbrar en un simple teatro de comedia, con su mujer y su hijo, cubierto por una multitud de espectadores que llena el patio de butacas y que ríe ostentosamente junto al personaje primordial. Otra vez, y sin importar todo, uno más entre la multitud (fotograma 4).

David Vericat
© cinema primordial (noviembre 2013)